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Matías Celedón

Matías Celedón: “El deber moral del autor es ser honesto consigo mismo”

Matías Celedón está sentado junto a mí muy cerca de la librería McNally Jackson, en pleno SoHo de Nueva York, donde en menos de una hora presentará su novela La Filial, bajo el sello de Sudaquia Editores. Escritor y periodista chileno, autor también de la novela Trama y Urdimbre, tiene consciencia del hecho de narrar desde niño. De hecho, su madre le regaló unos treinta folios compuestos por cuentos que él mismo le narraba, antes de saber escribir. 

Con su novela La Filial se propuso recrear la producción del proceso de escritura. Regresó en su propósito al leitmotiv de la imprenta: la reproducción exacta de un texto, varias veces. A simple vista, la edición parece un libro escrito y compuesto por “marcas de sello”. Más allá de eso, Celedón consiguió pensar al hombre detrás de la escritura. Del misterioso gesto de componer (e imprimir) palabras en una hoja.

Me parece que esa subversión de la estructura de un libro impreso, precisamente desde el formato de imprenta, está alineado con el desplazamiento del lugar en que ocurre el discurso. Como un grafiti, un panfleto. ¿Cómo ves en perspectiva la hechura de La Filial?

Como sabes, un texto surge a través de una imagen generadora o que de alguna manera cierra el enigma que un autor trata de descifrar. En el caso puntual de ese libro, surgió a partir de la máquina. Pensé en un objeto que sirviera como mecanismo de producción de un texto, una máquina que me va a permitir generar un texto aunque no tuviste la historia. Solo tenía que valerme de los límites formales que me ofrecía ésta tecnología: 90 caracteres, 6 líneas.

En efecto, podía preponderar la forma frente al fondo, la exploración era sobre todo material.

Me interesaba ver de qué manera se podía justificar más allá de un juego estético. Si tú lees el texto lo sientes bastante delirante, pero lo que me interesaba era partir de la materialidad, generar la posibilidad de una ficción como objeto, de que estuviese timbrado. Inicialmente era un libro de actas grande, un fichero. Después un rollo de papel blanco, 3 rollos de 30 metros, inclusive unas resmas del papel marginadas como los que se utilizan para los contratos.

Tengo entendido que la misma reproducción del armado de un libro la querías registrar con el proceso mismo de su escritura. La copia de la copia. ¿Cómo llegaste a eso?

Inicialmente ese proyecto tenía una proyección performática. Me tomó dos meses desarrollar el texto y la idea era que en esos dos meses se grabara en un circuito cerrado todo el proceso de timbrado. Les dije a las editoriales que todo lo que necesitaba eran los libros con las hojas en blanco. Aquello me interesaba desde la misma tónica de los mecanismos de producción de escala. Lo que se terminó haciendo para publicarlo fue digitalizar una de aquellas maquetas.

No se trataba meramente de un artificio, entonces. Para ti como autor, ¿en qué radica su justificación?

La Filial es una obra que tiene ese elemento irónico que interpela y se autodestruye. El texto requiere de esta materialidad de alguna forma, no es un capricho sino que de alguna manera la textura surge en el timbrado, en cómo está dispuesto, en cómo se diagrama dentro del vacío que generan estos microtextos en la página. Toda esa puesta en escena constituye elementos narrativos, que no operan netamente dentro de lo que uno puede incluir como elementos literarios. Ese mismo texto impreso en Word con una tipografía de timbre no tiene el mismo efecto que el sello mismo, porque el sello es único e irrepetible. Abordar esos 90 caracteres escritos en una computadora jamás va a ser instantáneo. Con el sello sí, porque vas a hacer la presión.

Las mil y una noches nos acerca a una idea de quién es el que narra. De quién se sienta al borde de una cama para salvar su vida al contar historias, y esas historias son la historia de los hombres. ¿Cómo se descubre Matías Celedón narrando?

¡En la adolescencia me dediqué al fútbol y las chicas, que es lo que corresponde! Fue entrando a la escuela donde encontré finalmente el tono de un proyecto en el que sentí que valía la pena quedarme, un texto que utilicé en mi primera novela. Se trata de un niño escondido en un armario, que escucha que llega su padre, comete el error de hacer un movimiento, el armario cruje, lo descubren y así comienza la historia.

Nada parecido a las historias típicas y melosas de la adolescencia.

Era algo distinto, inclusive a mis primeros ejercicios. Pasé muchos años tratando de encontrar esa primera voz, ese primer registro. Personalmente, más que el argumento o la historia, lo que me interesa es encontrar una voz que a ti como lector te resulte interesante sentir y escuchar, de manera que pueda contarte lo que quiera: es ahí donde se encierra la magia de la literatura. Hay libros donde uno no recuerda la literatura sino la relación con la voz.

El escritor sostiene un comercio constante con la realidad de las circunstancias y con la irrealidad de la situación. ¿Cómo crees que se relaciona hoy en día el escritor con los sucesos? Hay otras amenazas hoy en día y muchos escritores hablan de que debe haber un compromiso.

Yo creo que el compromiso de un autor está consigo mismo, en ser honesto con su propio mundo, sus propias formas de contar, inquietudes. En la medida que uno es honesto, de alguna manera va a transmitir una visión política y moral del mundo. No creo que lo que estamos haciendo hoy se diferencie mucho de lo que se hizo antes. Hay un libro que se llama Wen Fu, escrito en el siglo III por Lu Chi, y es una especie de poema sobre las letras. Uno de los temas es aquel en que se repite el mismo tejido pretendiendo que se creara una tela nueva. Hay que permitirse desconocerse para volver a conocerse, y es desde ese ejercicio personal que el autor debe reconocer de qué va a hablar. Todas las eras han sido caóticas y en todas las eras el autor puede estar hablando de los grandes temas universales, y sus temas íntimos pueden ser complejos y vale la pena trabajar sobre ellos.

Parte de ese descubrimiento es situar la voz narrativa. Un contexto, una situación, una era. ¿Desde dónde te sientes cómodo al narrar?

El sitio donde me sitúo es quizás el del asombro, permitirme descubrirme, descubrir por qué uno a veces dice lo que dice o dialoga con las voces que dialoga, o escucha las voces que no se entienden. Una vez les dije a mis alumnos en clase que no tuviesen miedo de escuchar diversas voces, muchas veces son relatos disímiles que convergen. Cuando uno cree que se las sabe todas es el principio de la crisis, de algo que va a salir mal.

Estás a punto de presentar tu libro aquí en Nueva York, en pleno corazón del SoHo. De todas las personas en esta acera, probablemente seas el único que está a minutos de vivir lo que vas a vivir. ¿Cómo te sientes al pensarte escritor?

En retrospectiva, a mí me ha ayudado para trabajar y exteriorizar temas que encima me hubiesen costado años de psicoanálisis. Todo tiene que ver con que ha sido un buen espacio para sacarme cosas de encima, mirarlas desde otro lado, entenderlas. He tenido suerte. Mira donde estoy haciendo cosas bastante bizarras, pero desde el oficio mismo del literario es la oportunidad de ser otras personas y dejar cosas dentro de mí que hubiesen sido cargas difíciles de llevar.

VICEVERSA, PALABRAS DE IDA Y VUELTA

Algo que no harías nunca: Saltar en paracaídas.

Tu día perfecto: En la naturaleza con buena lectura, compañía e inspirado.

Un acierto en tu vida: Confiar en mi intuición.

Una pesadilla o un miedo: Esa es la definición de Chile, una pesadilla o un miedo.

Una recomendación para alguien que está empezando a escribir: Paciencia, paciencia y paciencia.

Si no fueras escritor serías: Futbolista.

Una definición del éxito: Suerte.

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