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Alea
Photo Credits: Flavia Romani

Williamsburg’s beach con la cantante Alea

Ombligo del mundo, rascacielos, hoyo profundo, 9/11, caleidoscopio, aeropuerto, de kilómetros a millas, desgarre, esperanzas que aterrizan, nostalgias que se enraízan, espacio físico que se encoge, subterráneo, subir escaleras, bajar escaleras, ratas insolentes, ratas resueltas, ratas urbanas, olores que ofenden, grúas, alcantarillas que fuman, ruido, ambulancias, bomberos, policías, pobreza desesperada, riqueza infinita, tribus tatuadas, trabajo, ojeras, sueño, sueño que agota, sueño que despierta, morir de visa, garras, casas compartidas, anhelos compartidos, camas compartidas, encuentros fugaces, amores que nacen, amores que se apagan, culturas, vibraciones, música, vivir sin límites, prejuicios que se desmoronan, libertad a ras de piel, arte que nutre, innovación, movimiento, tesoros escondidos, bares, soledad, amistades, raíces arrancadas y vueltas a reanudar.

Nueva York es eso y mucho más…

ALEA VOZ QUE VIBRA AL SON DEL AGUA

 

Alea
Photo Credits: Flavia Romani

 

Una sonrisa que le ilumina el rostro y unos rizos rebeldes que no conocen de disciplina. Son las señas características de Alea, cantante de voz poderosa, compositora atenta y activista con la sensibilidad a flor de piel. La encontramos en su rincón preferido de Nueva York, minúscula playa a la orilla del río, en Williamsburg, Brooklyn. Llega a pesar de las múltiples dificultades que encuentra en su recorrido con el metro.

Ese mundo paralelo que viaja incansable en las entrañas de la ciudad, muestra su fatiga en los fines de semana. Es la pausa que un ejército de obreros aprovecha para curar las heridas que el tiempo y el desgaste imprimen en su cuerpo de hierro. Sin embargo ni la distancia desde el Bronx, donde vive, ni la lentitud de las comunicaciones, logra evitar que Alea llegue a nuestra cita. La esperamos al calor de un café, uno de los tantos espacios acogedores de Williamsburg, animado por el alegre alboroto de los domingos. La piel sonrojada y la respiración entrecortada relatan su ansiedad pero son suficientes un abrazo y un café caliente para que la calma vuelva a instalarse en su cuerpo y alma. Ya no hay apuros, la tarde es un regalo que nos espera. 

Su nombre verdadero es María Alejandra Jiménez González pero ya se convirtió en Alea para fans y amigos. La música moldea su andar. Confiesa que siempre amó bailar y su cuerpo lo dice sin necesidad de palabras.

De origen colombiano, nació en una aldea “gringa” construida en tierra Guajira, allí donde una línea fronteriza que desconocen los indígenas Wayú, divide Colombia y Venezuela. En esa localidad que todos llaman “La Mina” cursa sus primeros estudios. Más tarde en Medellín entrará en la Universidad. El cuerpo le pide baile y la música invade su mente pero la realidad le impone estudiar una carrera estable. Busca lo más cercano a su manera de ser: comunicación social. Divide su tiempo entre los estudios, el baile y el teatro.

 

alea
Photo Credits: Flavia Romani

 

Colombia, así como los demás países latinoamericanos, es tierra de mujeres fuertes, mujeres acostumbradas a criar hijos en soledad, a cargar lo mínimo para desplazarse de un lugar a otro dejando partes de sí mismas a sus espaldas, con tal de salvar la vida de sus seres queridos, mujeres que saben discernir entre capricho y vocación a la hora de ayudar a un hijo a construir su futuro. Para Alea la ayuda de la madre y de las otras mujeres de la familia, fue fundamental para saber que cantar era una necesidad de cuerpo y alma y no un capricho de adolescente.

“Cuando mi mamá entendió que la pasión por el canto era algo serio me dijo: Entonces vas a cantar de verdad”. Y Alea estudia música y canto. La voz, libre finalmente de expresarse, mejora, crece, se vuelve más cálida y honda.

Su vida en Medellín se diluye entre sueños y realidades, amores y despechos hasta que un día se encuentra sentada en un avión que la llevará a una tierra fría, sin amigos, sin familia, pero en la cual la espera la música que para ella lo compensa todo. Llega a Boston e ingresa en la reconocida escuela de Berklee. Allí lucha para sobrevivir al frío, a la nostalgia, a la necesidad de trabajar y estudiar aun cuando el cuerpo pareciera no poder más. Nunca se da por vencida, ni en los momentos más duros. No en vano lleva en su sangre el legado de generaciones de mujeres que no conocen de cobardía.

“De osada me puse a estudiar performance y composición aún sin tener las herramientas de base para esto último. Estaba acostumbrada a componer la música dentro de mi. Cuando un profesor dijo que la música está en la cabeza, me aferré de esas palabras para salir adelante. Sabía que era verdad, que la música estaba dentro de mi. Sin embargo al no tener la destreza para escribirla, tuve que esforzarme el doble”.

 

Alea
Photo Credits: Flavia Romani

 

Lo logra, se gradúa, aprende a componer y a modular su voz que sale poderosa y segura. Cuando sube a un escenario y empieza a entonar las primeras notas no queda espacio para la indiferencia. Los cuerpos se mueven al ritmo que ella impone, imposible sería evitarlo.

En Nueva York llega por primera vez gracias a la Orquesta Folclor Urbano de Pablo Mayor. Durante un tiempo viaja entre Boston y Nueva York. Pronto van surgiendo nuevas oportunidades de trabajo y poco a poco se alargan sus estancias en Nueva York hasta entender que es ésta la ciudad en la cual quiere vivir y desarrollar su arte.

“Nueva York me mostró cosas de mi misma que nunca hubiera imaginado. Es una ciudad que te obliga a sacar las garras no solo para lograr tus sueños sino para poner comida en tu mesa. Quizás la amas y la odias. Lo que más amo de ella es que nunca te aburre y que te permite entrar en contacto con otras culturas. Hay personas de cada rincón de América Latina, todos están luchando al igual que tu, todos llegan con sus culturas a cuesta que expresan de manera distinta. Es algo que me nutre mucho”.

En esta ciudad en la cual las aceras son un hervidero de personas y el metro se vuelve una casa común para gente diferente cuyos rostros y cuerpos hablan un lenguaje en el cual te reconoces, es imposible no mirar tu entorno y evitar de percibir inquietudes y necesidades ajenas. Aquí Alea crece como profesional, madura, analiza su entorno, y siente más apremiante que nunca la necesidad de expresar mensajes a través del canto. En sus composiciones vuelca la angustia del desarraigo y la fuerza de la esperanza.

“Escribir composiciones que reflejan el dolor que conlleva dejar tu casa y tu país me ayuda a sanar heridas. Significa aceptar y vivir el cambio desde el amor y la alegría de la música”. También canta su rabia por las injusticias, su indignación por las discriminaciones y su alegría por ser mujer y mujer “Alborotá”. Es éste el título del disco en el cual está trabajando y que está a punto de salir al aire. “Alborotá somos todas las que hemos decidido vivir sin prejuicios, inhibiciones, y miedos”.

 

alea
Photo Credits: Flavia Romani

 

Nos quedamos mirando el agua de un río que hace soñar el mar, a lo lejos se vislumbran los puentes de Williamsburg y Brooklyn y el skyline de Manhattan, fascinante en cualquier momento del día y en toda estación del año. -¿Por qué esta playa?- le preguntamos.

Los ojos de Alea se pierden en el azul intenso del agua.

– Crecí en una península muy cercana al mar y me hace una gran falta el agua, especialmente el sonido del agua. Me da mucha tranquilidad y paz. Siento que aquí puedo respirar mejor, puedo recomponer mis pensamientos y absorber fuerza para seguir adelante.

– Si un día tuvieras que irte de Nueva York, ¿qué llevarías contigo?

La risa irrumpe en el silencio de una playita que la inclemencia del clima condena a una soledad que solo desafían las gaviotas.

– Las culturas, los sonidos – murmura. Busca dentro de sí y cuando emerge de ese hondo divagar sonríe segura: “El empuje, eso es lo que me llevaría, el empuje, las garras, ese motor que te hace querer más, esa ambición bonita que te impide dejar de soñar”.

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