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emmanuel guillen lozano
Photo Credits: Flavia Romani

Domino’s Park con el foto-documentalista Emmanuel Guillén Lozano

Ombligo del mundo, rascacielos, hoyo profundo, 9/11, caleidoscopio, aeropuerto, de kilómetros a millas, desgarre, esperanzas que aterrizan, nostalgias que se enraízan, espacio físico que se encoge, subterráneo, subir escaleras, bajar escaleras, ratas insolentes, ratas resueltas, ratas urbanas, olores que ofenden, grúas, alcantarillas que fuman, ruido, ambulancias, bomberos, policías, pobreza desesperada, riqueza infinita, tribus tatuadas, trabajo, ojeras, sueño, sueño que agota, sueño que despierta, morir de visa, garras, casas compartidas, anhelos compartidos, camas compartidas, encuentros fugaces, amores que nacen, amores que se apagan, culturas, vibraciones, música, vivir sin límites, prejuicios que se desmoronan, libertad a ras de piel, arte que nutre, innovación, movimiento, tesoros escondidos, bares, soledad, amistades, raíces arrancadas y vueltas a reanudar.

Nueva York es eso y mucho más…

DOCUMENTAR EL DOLOR DE UN PAÍS CON UN LENTE FOTOGRÁFICO

emmanuel guillen lozano
Photo by: Emmanuel Guillén Lozano

El viento es una presencia viva en Nueva York. Acaricia, suspira, se insinúa y muchas veces se enfurece. Esa tarde asistimos a una guerra de vientos, ráfagas heladas se enfrentaban con violencia obligándonos a cerrar capuchas y escondernos entre bufandas y sombreros. Sin embargo el atardecer de un cielo que esa lucha de titanes había limpiado de nubes, visto desde el parque de Domino, en Brooklyn, era de una belleza sobrecogedora. Ni el viento, ni el frío intenso pudieron disminuir la magia de ese paisaje urbano con sus sombras rosadas, grises, azules, reflejas en el agua del East River. Allí nos reunimos con el foto-documentalista Emmanuel Guillén Lozano. Allí empezamos a hablar mientras sentíamos la vibración del puente de Williamsburg, y mirábamos otros puentes en la lejanía.

Una profunda sensibilidad social y una curiosidad arrolladora llevaron a Emmanuel Guillén Lozano a hurgar en mundos de violencia y de contrastes en una edad que aún rozaba la adolescencia. Siendo un estudiante de comunicación apasionado de fotografía, recorrió cada región de su país, México. Visitó las zonas más pobres y peligrosas y se las apañó para que lo aceptaran tanto los miembros del Cartel de Sinaloa, como los paramilitares, las Fuerzas Armadas y los grupos de autodefensa. Su juventud, sinceridad e inocencia fueron una tarjeta de presentación para que le abrieran las puertas del infierno. Entró, miró con atención para ver más allá de lo obvio, habló con todos, participó en operaciones violentas, conoció el horror desde adentro, y fue acumulando fotografías. Más para sí que para mostrarlas al mundo ya que estaba desarrollando un trabajo personal sin el respaldo de agencia o medio de comunicación alguno. Lo hizo con una cámara analógica que aprendió a usar poco a poco, porque: “Si te para alguien del Ejército, la policía o unos sicarios, lo primero que hacen es revisar tus fotos. En una cámara digital lo hacen con mayor facilidad y, si descubren algo que no debiste haber tomado, lo menos que te puede pasar es que te quiten la cámara y lo más que te quedes allí”. Emmanuel habla con una serenidad que, sin él imaginarlo, confiere más dramatismo a lo que dice. Vivió una gran experiencia, quizás demasiado grande para un chico tan joven. Nadie entra y sale del infierno sin pagar un precio muy alto. El de Emmanuel fue su juventud. Asistir a tanta brutalidad, dolor, miedo, esperanzas, lo cambió adentro, tener que ver los grises, en una etapa de la vida en la cual el mundo es blanco o negro, le arrebató la ingenuidad de los veinte años. Lo sabe y con un dejo de amargura confiesa, casi para sí: “Hoy, analizando las cosas en retrospectiva y habiendo visto lo que vi sin poderlo imaginar, puedo decir: no debí haberlo hecho”.

 

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Photos by: Flavia Romani ©

Las heridas más profundas, que será muy difícil curar y cicatrizar, se las dejó el tener que admitir “que las cosas están peor de lo que yo pensaba. Me di cuenta que los malos son más malos de lo que creía y que los buenos no son tan buenos, y también que hay cosas buenas en el lado malo y cosas malas en el lado bueno. No existe una única faceta de la historia ni una sola manera de fotografiar esa historia”.

Emmanuel nos explica que esa constatación lo llevó a escoger el blanco y negro para realizar sus fotos: “quería expresar que las cosas que yo veía no eran ni blancas ni negras sino con una gama de grises complejísima, más compleja de lo que se pueda pensar”. Y sus fotos son sutiles, no exponen con violencia la violencia, dejan que el ojo la descubra. Cuando lo hace, el horror golpea hondo, muy hondo, con toda su descarnada realidad. Para lograr ese lenguaje tuvo que conocer lo que él mismo denomina el “México profundo, real, ese que no transitan los turistas, ese en el cual vive la gran mayoría de la población, ese que tiene más muertes violentas que muchos países en guerra”.

 

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Photo by: Emmanuel Guillén Lozano

Sus fotos no son instantáneas de un momento, no persiguen el objetivo de la inmediatez. Cuentan historias y para contarlas Guillén tiene que sumergirse en ellas. Tras transcurrir años viviendo codo a codo con la violencia y con la muerte que algunas veces lo rozó de cerca y lo evitó quizás apiadada por su inocente osadía, se alejó de ese mundo y se dedicó a terminar sus estudios. Se graduó en 2014, el año en el cual desaparecieron los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Emmanuel decidió dedicarles un proyecto fotográfico largo y detallado. Durante más de dos años fotografió desde las manifestaciones de Ciudad de México hasta la búsqueda clandestina de fosas comunes que al ser desenterradas destaparon una cloaca más grande del caso mismo de los muchachos. Realizó también los retratos de cincuenta padres: “para individualizarlos y que se entendiera que detrás de los nombres hay unas personas”. Logró un trabajo fotográfico tan impactante que fue publicado en la edición en español del New York Times, en Vice, Der Taggespiegel, Deutsche Welle y otros medios y plataformas internacionalmente importantes. Recibió premios y una beca.

 

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Photos by: Flavia Romani ©

Demasiados reconocimientos, demasiada exposición a nivel nacional e internacional. Alguien empezó a molestarse. Durante todos esos años Guillén Lozano había estado recibiendo amenazas diferentes, lo asustaban un poco pero sabía que lo único que debía hacer era no acercarse a los lugares que en los mensajes le “aconsejaban” evitar. Sin embargo después del éxito que tuvo su exposición sobre los estudiantes de Ayotzinapa, empezó a recibir otro tipo de amenazas. Mucho más inquietantes, escritas sin errores ortográficos. A veces le llegaban fotos de él mismo como a decirle, “sabemos donde estás, te estamos viendo y podríamos matarte en este mismo momento”. Descubrió también que estaban interceptando sus comunicaciones tanto telefónicas como por skype. Entendió que estas amenazas eran más serias y graves de las anteriores y sus temores fueron confirmados por el Committee to Protect Journalists de Nueva York que le ofreció protección. Supo en ese momento que, si no quería ser uno más en la lista de los reporteros, fotógrafos y activistas muertos por sicarios que pueden estar al mando de la delincuencia organizada así como del gobierno, tenía que irse.

 

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Photo by: Emmanuel Guillén Lozano

Llegó a Nueva York hace año y medio y cuando le preguntamos sobre su relación con esta ciudad no responde de inmediato, se pierde en sus pensamientos, busca en sus emociones.

“Mi relación con Nueva York siempre fue de mucha resistencia. Nada, o casi nada, de lo que veo aquí me hace sentir cómodo conmigo mismo. Nunca había visto a tantas personas consumiendo drogas, y no lo digo con la intención de criticar a otros por querer hacer con sus vidas lo que consideren mejor, sino porque, sé, por haberlo visto, que tras cada una de esas líneas de cocaína, tras cada pase de droga, hay alguien que está siendo explotado o está muriendo. Sin embargo aquí nadie se preocupa por saber qué hay detrás de las cosas que usa, puede ser un anillo con un diamante, una seda china, una droga. Nadie logra imaginar el mundo que se mueve detrás de todo eso, la marginalidad, el dolor, la delincuencia, la explotación y la muerte de seres humanos que esconden. Es un estilo de vida que se sostiene a partir del sufrimiento ajeno. Si tan solo se detuvieran a pensarlo por un minuto antes de consumir ya me sentiría satisfecho. Sin embargo me doy cuenta de que es algo demasiado ajeno a sus vidas y por lo contrario demasiado presente en la mía. A pesar de eso hay otras cosas que sí aprecio y me gustan, por ejemplo el hecho de toparme en cada esquina con una persona que habla español y que me hace sentir en casa. Ver el camino que han recorrido mis compatriotas gracias a su trabajo me llena de orgullo. Nunca aprecié tanto a mis paisanos como desde que estoy aquí. Otra cosa que me conmueve es ver cómo, a pesar de estar viviendo en Estados Unidos desde hace décadas, siguen amando su país y deseando regresar. Lamentablemente el país que dejaron ya no existe. Ellos se fueron de un México jodido pero contento mientras que ahora sigue jodido y ya no está contento”.

 

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Photo by: Emmanuel Guillén Lozano

En Nueva York Emmanuel está trabajando en otro proyecto personal, una serie de retratos de personas que se autodenominan comunistas, socialistas, marxista, anticapitalistas. “Tienen un montón de etiquetas. Estoy explorando una foto diferente, son retratos en los cuales cada personaje escribirá algo para explicar porque, viviendo en la meca del capitalismo, decidió escoger todo lo contrario”.

La mirada se pierde entre el andamiaje de hierro del puente de Williamsburg: “Lo que más me gusta en esta ciudad es mirar y cruzar los puentes. Me encantan no solamente como elementos del paisaje sino por el sentido metafórico que tienen. Creo que las fotos también son como un puente que el fotógrafo te muestra invitándote a cruzarlo. Si te atreves a hacerlo puedes encontrar un lugar totalmente diferentes al que pensabas. Y, como mexicano prefiero cruzar un puente que trepar un muro”.

 

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