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Adrian Ferrero

Diversidad sexual: entre el juicio y el prejuicio

Se ha llevado y traído tanto sobre un punto que a mí me resulta tan natural, tan espontáneo, tan simple en definitiva, de tal riqueza, diversidad y libertad subjetiva, que no puedo concebirlo sino desde el prejuicio y la falta de inteligencia o la mala fe. Pongo como premisa de cualquier intercambio así como de cualquier referencia al tema, siempre el respeto hacia el semejante. Y la libertad de elección de quién será quien nos acompañe en la aventura de la sexualidad (como pareja o como un intercambio casual). Por último, que esa compañía sea cuidadosa de nuestra integridad en todos los sentidos, desde el ético hasta el físico, que esta palabra contiene.

En efecto, si no entiendo o si no recuerdo mal, los psicoanalistas hablan de objeto de deseo en el caso de las sexualidades. Concedo. Varón, mujer o tantas otras variantes. Y ese objeto de deseo hegemónico puede ser a su vez entre mujeres, entre varones, alguien que comparte más de un objeto de deseo (que los alterna, por ejemplo, que siente atracción por ambos), están los casos transgénero (las personas que eligen su identidad a partir de la opción por devenir el género opuesto al que pertenecen por circunstancia de destino, de elección digamos), existen personas que durante una etapa de su vida eligen una determinada identidad de género para su sexualidad (quizás así se les impone) y luego, a otra altura, cambian por una nueva variante de la cual pueden a su vez nuevamente cambiar en el mismo sentido. Estas son algunas de las tantas combinaciones que se me ocurren en este preciso momento según las tramas de la cultura de las sociedades occidentales, por lo menos. Seguramente habrá otras de las cuales no alcanzo a vislumbrar o dar cuenta y tampoco estoy interesado en abarcar como si esto fuera un inventario, porque este artículo no aspira a tener una mirada descriptiva ni menos aún prescriptiva o acaso normativa sobre todos los fenómenos de la sexualidad, con manifestaciones de tanta variedad, de todos sus posibles intercambios, que por otra parte, pueden ejercerse bajo la forma de una pareja o de más de dos integrantes de esas prácticas. Por último, están las prácticas de la autosatisfacción de un sujeto ejercidas sobre su cuerpo, como por ejemplo el onanismo. De modo que ni siquiera se vuelve necesaria la presencia en ocasiones de una pareja o más de una persona para sentir la plenitud de la satisfacción, por más que el onanismo tenga tan mala prensa en las sociedades. Basta con que un sujeto sienta la necesidad, el deseo de concretar la satisfacción del deseo. De poner en acto un deseo. No existen, salvo focos reaccionarios del pensamiento y la intervención social, sin el menor asomo crítico o de apertura.

A mí las cosas me parecen y se me aparecen claras y nítidas. Mucho más por estos tiempos, en que los tabúes afortunadamente han cedido, la mirada normativa ha quedado fuertemente neutralizada o severamente puesta en cuestión, en todo caso, por muchas vías. Tanto desde el activismo, las disciplinas que se ocupan de estudiarlo, la educación que ha comenzado por lo visto a remozarse y la conversación en los hogares con hijo, al menos en las zonas menos conservadoras de la sociedad (ignoro si en todas partes de las clases sociales y zonas de la experiencia social sucede lo mismo, puede que no, que se haya acentuado como una reacción). Todavía recuerdo una charla con una sobrina que mencionó que estaban estudiando en su colegio a un escritor gay, Luis Cernuda (si no recuerdo mal), con la ingenuidad de una intencionalidad que, por lo que dejaba entender entre líneas, al hablar de él se debía analizar únicamente su poética o sus textos. Si bien hubiera sido difícil dejar de lado el que estuviera fuertemente combativo en el hecho de exponer o debatir acerca de una identidad sexual que no había mantenido oculta o en secreto, este autor había sido elegido solo por ese rasgo más que por la belleza de su prosa o su poesía. Cabría objetar si es pertinente estudiarlo por ser gay o por ser un buen escritor, a secas, que es lo que en la literatura realmente cuenta. Pero a decir verdad no me pareció mal que una preadolescente discutiera en una clase (y luego en una cena familiar, en caso de que se repudiara esa orientación de género) acerca de las identidades sexuales.

Si bien es cierto que prima por supuesto en la imaginación colectiva y en las prácticas sexuales el paradigma de la heterosexualidad compulsiva u obligatoria, de la heteronormatividad, que se pretende imponer como la de orden paradigmático, censurando o persiguiendo cualquier otra, resulta como mínimo de naturaleza reaccionaria y autoritaria la prohibición y también la imposición de un modelo. Somos obligados a ser parte de un paradigma a riesgo de quedar por fuera de la esfera social si se ejercen prácticas que revisten una represión o bien un contravención al orden establecido. También se queda a merced de la realidad mediática. Muchas veces entrevistan a homosexuales como se exhibe un fenómeno, el exponente de un identidad de rasgos espectaculares.

De modo que por más que el entrevistado espere que su obra será el pacto de intercambio en ese seno, es muy seguro que el conductor oriente una metralla de interrogantes a su condición de homosexual. Predomina entonces la relación o el vínculo de pareja varón/mujer heterosexual. Con fines reproductivos en buena parte de los casos, si bien esa tendencia está en retracción. Cada vez son mayores las parejas que se forman a edades elevadas. Y cada vez son más las mujeres que eligen prolongar la edad de la maternidad antes de concretarla, elegir tener pocos hijos o directamente no tenerlos. Los varones las acompañan o, así lo entiendo, respetan esa decisión. Incluso, leí recientemente, existen grupos de personas que eligen por opción no tener pareja ni tener relaciones sexuales refiriéndose a la ciudad de Buenos Aires.(Argentina). Pero prosigue la tendencia a conformar una familia con nítidos referentes heterosexuales. Ello naturalmente conduce a fenómenos de orden aparentemente inevitables pero que no deberían serlo si tuviéramos la suficiente capacidad de respeto hacia el semejante con sentido de aceptación, modales y el respeto que ese semejante merece, sea cual sea la identidad sexual que este sujeto ha elegido. Caso contrario, la situación conduce a la formación de ghettos, en torno de los cuales no hay capacidad de intercambios en la socialización con manifestaciones de la diversidad sexual. Se trata de un punto que me parece clave y que una sociedad debiera revisar a fondo. La capacidad de integración a su socialización de esa alteridad en tanto que género alternativo así concebida por parte de los grupos heteronormativos. En caso contrario el mundo se vuelve, creo yo, más estrecho, más limitado, más pobre, porque no existe la posibilidad de intercambiar tipos de experiencia diversa en sus manifestaciones (no me refiero estrictamente a las que son producto de género, a la experiencia en tanto que vivencia desde otra perspectiva de las biografías distintas de la propia) de orden diverso (incluso hacerlo desde la narración del sufrimiento o del dolor que puede ser contenido de modo comprensivo por un heterosexual hacia un gay o una mujer lesbiana, por citar dos ejemplos, si padecen discriminación). Y esta circunstancia me resulta particularmente penosa.

Creo que lo más interesante para una sociedad es la posibilidad de que exista un fluido y un fluir según el cual las distintas posibilidades combinatorias de la sexualidad puedan manifestarse libremente. Los vínculos entre las personas, en las cuales sea concebido cada quien como semejante del otro o la otra. No inferiorizar ni concebir paradigmas hegemónicos en torno de la exclusión sino, precisamente todo su contrario: el de la inclusión. Esto, que bajo mi formulación resulta una enunciación obvia, en los hechos no lo es. Se torna difícil la aceptación de las personas a quienes se considera distintas según el objeto de deseo al que sus inclinaciones las han conducido y que ellas han seguido con placer y aceptación. Se considera que pueden ser una amenaza porque quien es heterosexual puede devenir objeto de deseo de un gay o una lesbiana. Puesto en estos términos, la relación se enrarece, el vínculo estalla, aumentan el recelo, la desconfianza, la convicción de que esa persona no es alguien en quien se puede depositar la buena fe o una confesión. Es alguien, por sobre todo, poco confiable. Temido. De quien no es posible fiarse. Alguien, por lo tanto, a quien se discrimina.

Para ir a un caso concreto que conozco de cerca, la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, Argentina, la Provincia más importante del país, una ciudad que si bien goza de una Universidad Nacional pública, laica y gratuita de mucho prestigio plantea fuertes componentes homófobos entre parte del alumnado o entre algunos profesores de los que yo mismo he sido testigo. Sí, encontré un ciclo de charlas de expertos sobre la traducción literaria o cultural y lo cursé íntegro. Estudié seminario de posgrado en torno de literaturas extranjeras o temas de teoría. No obstante, hacia los años noventa el tema género no había salido de debajo de un tapete. De modo que mi mundo, luego de haber hecho un doctorado en Letras en la Universidad Nacional de La Plata, de haberme consagrado a la vida académica durante muchos años y estar dedicándome a publicar en el país y el extranjero, ha traspasado las paredes de esta ciudad. Siento que gozo de una libertad y de una capacidad de proyección que no tenía antes. Ahora bien: se preguntarán ustedes ¿qué tiene que ver toda esta enumeración de instituciones y capacitaciones, de eventos y publicaciones literarias, mediáticas y académicas en el marco de una ciudad de estas dimensiones? En principio diría que da la pauta de una ideología social que esas instituciones van configurando, van moldeando y que me ponen en una situación de asistir al espectáculo de la sexualidad y una construcción social del género, según la cual se juzga en la medida en que haya un mayor sistema cerrado de ideas, de modo menos terminante y unívoco. La sexualidad se vuelve una opaca realidad. No obstante, hay en la ciudad de La Plata un tabú respecto de la sexualidad, al menos en la clase media, que es en la que yo me muevo. Concretamente en la clase media ilustrada. Ignoro en otras clases. Y es el de que la homosexualidad está estigmatizada. No digamos los casos transgénero o travestis. En el caso de los casos de transgénero, es frecuente que reciban palizas o agresiones verbales con apelativos degradantes. De modo que se trata de un sistema de exclusión de naturaleza descomunal. El apelativo peyorativo, el desprecio, la desjerarquización, la descalificación, el agravio, el pensamiento de que el distinto (y este es el punto) no solo es el indeseable socialmente hablando sino también el que debe permanecer oculto de la mirada pública con el riesgo severo de actitudes peyorativas o de persecución. Es el inferior, a quien se degrada. Se le degrada al punto del desprecio. Hay una estrecha relación entre sexualidad o la construcción social del género e inferiorización de esos sujetos (varones o mujeres). Dado este friso, no quedan demasiadas palabras que intercambiar salvo el confinamiento en ghettos, circunstancia en la que he insistido más de una vez no resulta conveniente recaer. Resulta nociva y produce un fenómeno que estanca a una sociedad, no digamos a una ciudad. La paraliza.

La sexualidad en términos de inclusión y de comprensión. De colaboración para que la vida del semejante homosexual, por citar un caso, de por sí difícil de sortear, pueda ser, mediante la conducta del heterosexual, facilitadora de socialización recíproca sea cual sea la identidad de género. No que sea hostil. Eso en mi ciudad no se da. Pero en términos de cooperación sí concibo un ideal de socialización por parte de una cultura. Diera toda la impresión de que existen fuertes resistencias todavía en torno de esta posibilidad de resignificar la percepción y autopercepción de la sexualidad que estoy proponiendo como un ideal o bien como una opción. Pero también considero que es importante sobreponerse a las adversidades, a las posiciones intransigentes; proceder a ignorarlas, pasar por encima de ellas, no caer en su juego de modo recíproco (ellos desean la agresión para descalificar) en la medida de lo posible o neutralizarlas (si bien el dolor seguramente siempre queda). A las actitudes perturbadoras hacerlas a un lado para que la vida de una persona pueda ser de una vez por todas feliz. Pueda realizarse de un modo completamente plano. Sea íntegramente respetada. Ser la de alguien que se encuentra en una instancia de fusión sincerándose. Habilitándose a la alteridad para que realice su vida con sentido de permisividad sin ser juzgado. Sin ser perseguido. Sin ser estigmatizado por una conducta que no es ni mejor ni peor. Simplemente es distinta.

Habrá quien opte por relaciones estables o quien alterne el sexo casual, según los casos. Lo que habitualmente suele denominarse “promiscuidad”, en los casos de compulsión en la sexualidad que pone al sujeto en una condición de persecución del placer que a su manera se resuelve en la cama. Eso puede ser o bien una elección porque no se ha dado con la persona que le corresponda en el amor y el deseo a un sujeto varón o mujer del cual o de la cual se hayan enamorado o no se hayan enamorado en modo alguno. Motivo por el cual opta por esta otra conducta. Los habrá quienes elijan la soledad o los habrá quienes no puedan elegir, incapaces de atraer a otro semejante por torpeza o carencia de toda seducción y esa soledad será una fatalidad que los conduzca a estados de suma desdicha, frustraciones, incapacidad de júbilo. Y habrá personas que no lo pensarán en estos términos. Lo ignoro. También en este plano de la existencia humana me resulta muy difícil generalizar porque las posibilidades son infinitas. Lo que puedo percibir en torno de mí es una enorme diversidad. Cada vez mayor. Estimo que en las grandes metrópolis las cosas deben presentarse de muy distinta especie. Mayor que en los términos en que se dan en ciudad chicas, como la de La Plata. Y pienso que, en tanto todo se realice en el marco del respeto recíproco, no hay demasiado por conversar más que hacerlo desde el desprejuicio. Actuar de otro modo no solo me resulta contraproducente. Me resulta patético e inconducente.

Frente a este panorama creo que ya estamos en condiciones de hablar de la familia de alguien que ha formado una pareja homosexual así como hablamos de la familia de una pareja heterosexual. De matrimonio igualitario (como de hecho ha sido legalizado al menos en Argentina no hace tanto tiempo), de adopciones por parte de parejas homosexuales (es una opción que está contemplada y autorizada por la ley, además de que francamente los hogares para niños y niñas o los institutos de menores o bien una calle o callejón en el cual pueden estar arrojados, no me parecen los lugares más propios para llevar una vida saludable, sino que es mucho mejor tener familias constituidas sea cual sea su identidad de género). También está contemplada la adopción sin una pareja o sin una pareja estable. De modo que una vez más aquí nos hallamos frente al panorama de la diversidad.

Comprendo que después de tantos siglos la sociedad haya encarnado como figuras potentes en el orden de lo público (y en particular del Estado, de la cultura oficial, de las instituciones gubernamentales, de la toma de decisiones fundamentales de una nación) a varones heterosexuales (o parte de ella, no toda, hay gente inteligente que experimenta un respeto y estima absolutos por figuras pertenecientes a todas las sexualidades alternativas cuyos valiosos aportes a la cultura, el arte y la ciencia son reconocidos y cuyo trabajo o conducta cívica son éticamente valientes e intachable). Seguramente nunca falta algún sujeto fuera de lugar, cuya ideología pertenece a la retaguardia del cambio social. También algún resentido si es un mediocre que se dedica por deporte al escarnio de las sexualidades alternativas. Suelen tratarse de las personas más ignorantes y las que menos oportunidades han tenido en la vida de formarse, de crecer en el marco de instituciones formativas, familias con criterios de amplitud y con el desprejuicio que les hubiera brindado la oportunidad de abrir su panorama en lo relativo al prejuicio. A su crítica como a su estatuto. No obstante, no debe creerse que a mayor nivel de cultura necesariamente lo acompaña una menor discriminación. Ello no es necesariamente así. De modo que a mayor despliegue o acceso a capital simbólico no necesariamente corresponde un mayor pluralismo, tolerancia y aceptación del distinto (digamos) en el orden de lo social. Gestos de esta naturaleza denotan tristísima perfidia también, denotan ser sujetos (masculinos o femeninos) portadores de sistemas cerrados de ideas, con una falta de respeto alarmante hacia el semejante. En fin, estas figuras, tanto varones como mujeres consagradas al deporte de desprestigiar, de mancillar la reputación del semejante no conviene que tengan demasiada cabida ni a nuestro alrededor ni tener noticias de ellas. Tampoco tomárselas seriamente. Menos aún permitirles asumir responsabilidades en el Estado, porque su accionar en lo relativo a las alteridades serían persecutorias del distinto. Y sería grave. Me refiero a que esas personas no afecten a las sexualidades alternativas. Está a la orden del día la burla del semejante además del escarnio, cuando no directa afrenta, injuria, calumnia, insulto. Algunos agresores sufren sanción legal, como corresponde en ciertos casos de los así llamados “delitos contra el honor”.

Y luego están el chisme vulgar, el rumor malicioso pero también que degradan a quien lo hace circular, la maledicencia pública o intrafamiliar, que dispersan la falta de respeto con la que pretenden lograr la mala fama de una persona o su mala reputación. Porque ¿tiene algún sentido juzgar la gestión en una institución cultural o bien en una práctica artística. No. Ese sujeto está donde está en los mejores casos por sus méritos. También acaso consideren que contar en su familia con alguien de estas características la mancilla. Pero se trata de un juego tramposo en el cual solo entran las personas menos serias, las que gozan de menos luces y entre las cuales más faltas a la ética y a los modales de elemental dignidad puede vislumbrarse.

A decir verdad ¿le gustaría a alguien, cualquiera sea su condición, ame a quien ame o desee a quien desee, ser juzgado según a quién introduce en su cama, las veces que lo desee para compartir momentos gratificantes o bien según la persona que elija para ser compañero o compañera de vida? Me parece no solo un desacierto. Sino, abiertamente, y por donde se lo mire, un desatino.

 

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