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Berta García Faet

Berta García Faet: «Hay cosas que me importan mucho de las cuales no he escrito»

Berta, en tu poesía ocurre algo muy interesante… Sentí que se vive la religión con el mismo erotismo y la misma decepción brutal que las relaciones amorosas. ¿Qué opinas?

Exactamente. Es una decepción muy parecida. También un éxtasis similar. Una gracia, un colmarse. Y un caerse.

En tus libros se pueden encontrar poemas de muy largo aliento, incluso algunos divididos en cortos capítulos por decirlo de alguna forma, y estos subdivididos a su vez en más secciones. ¿De dónde surge esta necesidad? ¿Está asociada a un estilo narrativo?

Tengo una imaginación muy poco narrativa, o al menos no soy capaz de organizarme en términos de lógicas narrativas, pero en los poemas pasan cosas, o nos referimos a cosas que pasan, y a veces sí pasan como en una narración… No sé, tal vez las enumeraciones o las yuxtaposiciones sean mis simulacros de narración, o tal vez sea justo al revés. No tengo ni idea de dónde surge la necesidad de que buena parte de mis poemas sean largos y tengan 1.000 subsecciones, supongo que mi cabeza contiene todos estos cajones apilados y flechitas y diagramas y triángulos.

Tengo entendido que también has escrito teatro. ¿Sientes que se entrecruza lo que te interesa decir en este formato y lo que vuelves material poético?, ¿o más bien escoges distintos intereses para cada género?

He escrito teatro, pero pésimo… Mi problema es que odio los problemas e intento resolverlos todos y sufro si no se acaban, y el teatro precisamente funciona vía conflictos. Veo un conflicto y quiero que haya paz o al menos tranquilidad y no quiero ver ya más la tensión, de ahí que el poco teatro que he hecho sea teatro del absurdo (nada logrado) o puros fracasos.

¿Para ti: cuál es la diferencia entre el personaje dramático y el yo lírico?

El personaje dramático (la punta del iceberg) demuestra en sus acciones y omisiones toda la complejidad psicológica que el autor ha pensado para él. El yo lírico, por el contrario, no tiene estructura, no es un yo (y es una paradoja), es un relámpago. No hay un autor “fuerte” detrás moviendo los hilos, construyendo. Hay un autor, pero debilucho, tenue.

¿Existe, hoy día, tal cosa como el género literario?

Pienso que sí. Es una convención, por supuesto, pero pienso que aún funciona. Aunque sea para permitirnos detectar cuándo sucede que un texto está resultando extrañamente híbrido.

Actualmente, la mayoría hemos sido víctimas de la distancia entre seres queridos. Aquí llegan las nuevas tecnologías al rescate y por lo tanto, se cuelan en la obra literaria de más de uno. ¿Crees que su aparición significa más que el mero hecho de ser parte de nuestra vida como extranjeros?

Sí, creo que las nuevas tecnologías han cambiado nuestra vida, seamos extranjeros o no. Siendo emigrantes, nos salvan, a la vez que hacen nuestra vida (¿nuestra doble vida? ¿nuestra múltiple vida? ¿un pie aquí y otro allí? ¿una vida de cabeza de Hidra?) más compleja. Es una complejidad buena, por lo que respecta a mantenernos en contacto y crear intimidad y cotidianidad con los seres queridos lejanos. Luego hay complejidades no tan buenas, y que nos afectan a todos, estemos exiliados o no. El modo de relacionarnos (y de sentir) está mutando mucho. La película “Men, Women, & Children” de Jaison Reitman lo muestra muy bien. Lo positivo, lo negativo, lo neutro y lo que sencillamente es diferente a lo anterior.

Y hablando de extranjeros… ¿cuál fue el cambio principal que notaste en tu escritura cuando te fuiste de España? ¿Recuerdas algo en particular que inmediatamente asociaste con el desarraigo?

Excepto por dos poemas, “La edad de merecer” lo escribí todo antes de irme de España, o sea, antes de enero del 2014. Desde entonces me dediqué más que nada a pulir, y a cosas académicas, y a leer, y a otros proyectos lentos. Lo nuevo que he escrito, y que todavía no tiene ni estructura ni idea de libro, no refleja (no al menos temáticamente, que yo sepa) el desarraigo que sí que sentí cuando me fui, y que siento hoy en día. No sé bien por qué pero esta es una cuestión que está en mi vida, pero no en mi poesía. Hay cosas que me importan mucho de las cuales no he escrito.

Podría decirse que te gusta escribir status de Facebook. ¿Qué opinas de esta exposición-aprobación que algunos buscan y algunos consiguen a través de esta red social?

No sé, tengo opiniones contradictorias sobre esto. Por un lado, desapruebo (moral y políticamente) el bucle egocéntrico de exposición-aprobación del que hablas. Es aburrido y me da vergüenza, tanto ajena, cuando lo veo en otros, como de mí misma, cuando soy yo quien caigo en eso. Por otro lado, es un poco lo que se espera de nosotros, y esa es la lógica de las redes sociales, y por eso existen, y por eso nos atrapan, y es lo fácil, y es una putada: todos somos los protagonistas (idealísimos: ¡cómo editamos todo!) de nuestros propios perfiles. Es como el sueño pop, Andy Warhol, etc.; de nuevo estamos en el debate sobre cuáles son las relaciones entre lo pop, el consumismo y la democratización de la cultura, y de nuevo no sabemos bien qué pensar… Me gustaría ir más allá de eso, y creo que la manera de lograrlo es el trabajo y la desacralización. Es decir, en primer lugar desconfío de vincular redes sociales y proceso creativo acríticamente (estoy muy en contra de la inmediatez y muy a favor de entender la poesía como un esfuerzo, como algo que cuesta). Una cosa es lo que yo considero que es mi “exploración” estética y sentimental (mi poesía; esto suena muy pedante, no sé cómo bajar el tono, pero para entendernos) y otra cosa es mi muro del Facebook, que es una grandísima tontería: una mezcla entre autopromoción (ojalá que no muy ridícula), promoción de los escritores o escritoras que me gustan, diálogo con mis amistades, humor absurdo, cabreos o alegrías de índole ético-ideológica, links a informaciones sobre cosas que me importan (literatura, feminismo, justicia social, derechos de los animales, REGGAETÓN), souvenirs, entradas de diario personal, etc. Además, la comunidad literaria cada vez más se hace y se vive ahí, en la red. En segundo lugar, rebajo mis humos todo lo que soy capaz. El Yo que sale ahí es un Yo que yo (¿yo?) ideo, claro, lo que pasa es que me lo tomo a la ligera, y si algo quiero mostrar de mí es justamente eso: que trato de tomarme toda esta cuestión del Yo bastante a la ligera (y es una paradoja, otra vez). Y que lo que sí que me importa es divertirme y conversar y ver y hacer. Lo que no me parece bien, en todo caso, es des-problematizar la cuestión, actuar como si esta orgía de exhibicionismo interesado no fuese algo sobre lo que debemos reflexionar y sobre lo que sí cabe debatir, cuanto más a fondo mejor. De hecho es urgente.

Me encantan los títulos de tus poemarios: Manojo de abominaciones (2008), Night club para alumnas aplicadas (2009), Fresa y herida (2011), Introducción a todo (2011) y La edad de Merecer (2015). Siempre me llama la atención el trabajo de titulador… ¿me cuentas un poco el proceso de cómo llegas a ellos? Si quieres cuéntame el de alguno en particular que te guste.

“Manojo de abominaciones” lo saqué de un verso del libro, de un poema que era un autorretrato, por lo que me sonó como a una síntesis, aunque no lo es (y aparte me encanta la letra jota). “Night club para alumnas aplicadas” es otro oxímoron que me pareció un buen resumen medio bicéfalo de lo que ocurría en ese libro (y por el tono experiencial y, claro, pop). “Fresa y herida”, ni idea, es un misterio. “Introducción a todo” también me sonó como a una síntesis (y aparte la letra i es amarilla y un poco dorada y me gusta eso). “La edad de merecer” es otro sumario, aunque en este caso me costó muchísimo más llegar ahí. En cuatro años que estuve sin publicar creí tener un libro terminado en varias ocasiones, y barajé otros títulos. El que más tiempo me duró fue “Culpar a Beethoven”. Luego me di cuenta de que solo un poema de este libro tenía un vínculo importante (a aquellas alturas de la reescritura, digo) con eso. “La edad de merecer” aludía, por el contrario, a una expresión idiomática más bien machista que, cuestionada, recogía mejor el espíritu del poemario: ironía y ternura, la deconstrucción crítica de la feminidad, las distintas edades, los distintos merecimientos, el peso (la acumulación histórico-semántica) de las palabras… Enseguida lo pensé un poco naranja, un poco violeta y muy beige.

¿Qué pasó en Perú?

Perú es poesía y amistad, ambas eternas. Y restaurantes vegetarianos a 13 soles el menú. VIVA.

Imagina que David Foster Wallace fuera a dar un seminario de narrativa en la actualidad en Brown, y tuvieras la oportunidad de ser su alumna. ¿De qué hablarías con él en tu primera oportunidad?

Como soy tímida, haría el ridículo, sobre todo la primera vez que hablara con él. Hace unos meses fui a ver a Jonathan Franzen en una presentación de un libro que hubo en McNally Jackson y (teniendo en cuenta que Franzen es uno de los escritores que más me han marcado, a muchísimos niveles) me puse nerviosísima, puse una cara rarísima y seguramente como de loca, tartamudeé, me tropecé, me salió una voz como de alien ronco… Solo atiné a declararle muy poco elocuentemente “I love your books, I read Freedom twice”. Y en realidad tengo muchísimas ideas y sentimientos respecto a la literatura que hace Franzen, es decir, que creo que podría haber dicho algo más inteligente y profundo… Algo parecido pasaría con David Foster Wallace, supongo… Idealmente, o sea, quitando los nervios, la vergüenza, los complejos, las prisas, querría hablar con él sobre cómo compaginar el amor romántico con la enfermedad mental, y sobre cómo apaciguar la hiperconsciencia, y sobre cómo ser buenos, y también sobre cómo o el realismo no existe o bien todo es realismo.

¿En qué proyecto estás trabajando ahora?

Es un poco top-secret. No sé si me atreveré. Tiene que ver con César Vallejo.


Esta entrevista fue publicada por la autora Raquel Abend en su blog Expedientes Magenta

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