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Sara Mejia Kriendler
Photo Credits: Flavia Romani

The Chimney Gallery con la artista Sara Mejia Kriendler

Ombligo del mundo, rascacielos, hoyo profundo, 9/11, caleidoscopio, aeropuerto, de kilómetros a millas, desgarre, esperanzas que aterrizan, nostalgias que se enraízan, espacio físico que se encoge, subterráneo, subir escaleras, bajar escaleras, ratas insolentes, ratas resueltas, ratas urbanas, olores que ofenden, grúas, alcantarillas que fuman, ruido, ambulancias, bomberos, policías, pobreza desesperada, riqueza infinita, tribus tatuadas, trabajo, ojeras, sueño, sueño que agota, sueño que despierta, morir de visa, garras,casas compartidas, anhelos compartidos, camas compartidas, encuentros fugaces, amores que nacen, amores que se apagan, culturas, vibraciones, música, vivir sin límites, prejuicios que se desmoronan, libertad a ras de piel, arte que nutre, innovación, movimiento, tesoros escondidos, bares, soledad, amistades, raíces arrancadas y vueltas a reanudar.

Nueva York es eso y mucho más…

 

ENTRE LA CALIDEZ DE LA CULTURA COLOMBIANA Y LA PUJANTE ENERGÍA DE NUEVA YORK

 

Sara Mejia Kriendler
Photos by Flavia Romani

 

Es un domingo en la mañana. Paseamos por las calles de Bushwick, en Brooklyn, entre galpones enormes. Algunos están cerrados, en otros siguen trabajando. Son muchas las personas que, en Nueva York, no conocen descanso. El viento nos acompaña, alborota vestidos y pelo, nos empuja o nos retiene, incansable y juguetón. Artistas de calle han dejado su firma en amplios graffitis. Son manchas de color en las cuales lluvia, sol y nieve han dejado su firma también. Alegran el paisaje. En la acera marcas íntimas de vida, un sofá desteñido, un asiento de carro para bebé, un peluche que llegó, quizás, guiado por la mano del viento.

The Chimney, la galería en la cual encontramos a Sara Mejia Kriendler y Clara Darrason, es un cubo de cemento y ladrillos prácticamente sobre las aguas aceitosas del río, víctimas de los desechos de viejas empresas altamente contaminantes, refinerías, industrias químicas. Nadie podría imaginar, viéndolo desde fuera, que ese cubo es en realidad un cofre repleto de arte y creatividad.

“Creemos que aquí funcionaba la planta eléctrica de alguna industria, posiblemente una vieja refinería. – comenta Clara Darrason dueña de la galería. – Cuando entramos Jennifer Houdrouge, mi socia, y yo, no había ni calefacción ni aire acondicionado, tampoco electricidad y en el espacio no hay luz natural porque todas las ventanas están tapiadas”.

 

Sara Mejia Kriendler
Photos by Flavia Romani

 

No fue fácil acondicionarlo pero Jennifer y Clara contaron con el apoyo de muchas personas y de algunos artistas que se emocionaron al ver el espacio y todas las posibilidades que ofrecía. Ahora funciona regularmente presentando individuales y colectivas. Exponen sobre todo trabajos de artistas jóvenes y la mayoría son mujeres.

“Alrededor de la galería se ha ido constituyendo una comunidad de artistas cálida y solidaria. Preparar las exposiciones toma meses y en ese tiempo se forjan amistades duraderas. Nos sentimos más inclinadas hacia las mujeres, nos gusta ofrecerles un espacio en el cual expresarse”. 

Al entrar, el contraste entre la luz brillante del sol y la penumbra cálida nos deja casi ciegas. Es un momento mágico que nos permite percibir la energía del ambiente, su silencio lleno de sonidos apagados, el silbido del viento, el movimiento leve del agua, el ruido sordo de los camiones. A medida que los ojos se acostumbran vemos el enorme círculo repleto de objetos de arcilla rojiza que ocupa casi todo el lugar. Cuando lo detallamos descubrimos que esos objetos son manos, manos de dedos afilados, manos rotas, manos desgastadas, miles de manos. Nuestra imaginación vuela. Esas manos nos hablan de trabajo pero también de amor, de rezos, alegrías y desesperos. Levantamos la mirada al techo, altísimo, de más de 7 metros y descubrimos un paisaje dorado. En ese diálogo entre cielo y tierra nos parece divisar algo místico, ritual.

 

Sara Mejia Kriendler
Courtesy of The Chimney NYC – Photos by Reggie Shiobara

 

Sara Mejia Kriendler espera en silencio, dejándonos absorber la energía del ambiente y la emoción que genera su obra «Sangre y Sol«. Tras vivir muchos años entre América Latina y Europa, Sara volvió a Nueva York y hace cuatro años ha logrado reencontrarse con las raíces que la amarran a Colombia, tierra de su madre pero también de época felices de su vida. Ese viaje tan importante para ella como ser humano, también cambió su arte.

Antes de regresar a Colombia mis materiales preferidos eran el yeso y el poliestireno. Son materiales muy relacionados con Nueva York, una ciudad en la cual nací pero que dejé cuando era muy pequeña y en la cual volví tras los estudios. Los artistas son muy sensibles al entorno y para mi el panorama urbano en el cual me desenvuelvo es sumamente importante. Nueva York es una ciudad fantástica pero cuando llegué quedé impactada por la gran cantidad de desechos amontonados en sus calles. Montañas de basura nunca vistas, una señal inequívoca de consumismo. El poliestireno, el yeso son materiales que reflejan mi reacción a esta ciudad-. Sara siente una gran atracción también por los utensilios que incorpora en sus trabajos ya que los considera “testimonios de momentos de vida”.

Hace cuatro años, pudo volver a Pereira, en Colombia, ciudad de su madre. Al reencontrarse con la otra parte de su ser, empezó a estudiar el arte precolombino. “En las escuelas europeas te enseñan el arte egipcio, griego, romano, algo extremadamente enriquecedor, pero hay completo desconocimiento del arte precolombino que es igualmente extraordinario. Amo la historia así que hice mucha investigación y a raíz de esa nueva cultura que fui incorporando, cambiaron los materiales de mis obras. Sigo utilizando el poliestireno pero incluí el oro y la terra cotta. Y, cuando tuve la oportunidad de realizar una exposición en el Museo de Arte de Pereira, mi creatividad se adaptó al entorno colombiano, a la estructura misma del espacio que puso a mi disposición el Museo-.

 

Sara Mejia Kriendler
Photos by Flavia Romani

 

– Manos. Un círculo de manos. ¿Por qué?

– Yo soy escultora, trabajo mucho con las manos y en la actualidad la digitalización así como la robotización van sustituyendo cada día más el quehacer manual. Sin embargo también amo mucho el arte contemporáneo y me siento influenciada por la cultura industrial. Realicé estas manos a partir de un molde de guantes de latex. Uní un material tradicional como la terra cotta con un símbolo industrial, como son los moldes. Son manos pero al mismo tiempo son manos para una máquina, síntesis de un conflicto que me afecta mucho como escultora.

En el techo descubrimos una fusión similar. Las formas que sobresalen con precisión casi matemática, crean un bordado que refleja la luz cálida y suntuosa del oro. Son el mismo leit motiv que vimos en otras de sus obras, elaborado en su mayoría en yeso, al cual el oro imprime un carácter muy diferente. Esta instalación dialoga con otra presentada en la misma galería The Chimney. En la anterior la obra, realizada en yeso, iba del piso hacia arriba. Esta, por lo contrario, empieza en el techo y baja al suelo. Ese recorrido y el oro que sustituye el yeso la transforman en una instalación con la fuerza de un ritual místico.

Clara Darrason nos habla del proceso creativo de Sara durante su ejecución. “Nosotras no solamente ofrecemos a los artistas un espacio en el cual crear con libertad, sino también los ayudamos y animamos a pensar en grande. Este trabajo estuvo acompañado por largas conversaciones sobre arte, filosofía, sobre el pensamiento de Joseph Campbell con relación a los mitos y los ídolos que nosotros mismos construimos y destruimos. El trabajo que quiso realizar en el techo fue un reto para todos porque nunca habíamos hecho una instalación de ese tipo. Sin embargo le dimos todo nuestro apoyo y lo logró”.

 

Sara Mejia Kriendler
Photos by Flavia Romani

 

Sara Mejia Kriendler ha realizado ya varias exposiciones en The Chimney y considera esta galería uno de los lugares de Nueva York más significativos para ella, como ser humano porque aquí encontró cariño y amistad, y como artista porque en este espacio puede expresar su creatividad libremente. Son también los aspectos de Nueva York que más aprecia. “Lo que adoro de esta ciudad es la posibilidad de conocer el trabajo de una gran variedad de artistas, unidos por los mismos anhelos y sueños. Todos trabajan muy duramente, con una pasión y energía que me conmueve, me toca en lo más profundo y me da la fuerza para seguir adelante, explorar, mejorar”.

Sara ya está trabajando para una nueva exposición colectiva que realizará en esta misma galería y también en una instalación que presentará en Bogotá. Dos espacios diversos que le ofrecerán la posibilidad de manifestar a través del trabajo su ser doble, su alma compartida, entre la cultura neoyorquina y la colombiana. Raíces diferentes e igualmente esenciales que el sensible mundo del arte le ha permitido reencontrar y reanudar.

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