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Pablo Bruera

Pablo Bruera: el arte de jugar con arte

NUEVA YORK: Con mirada pícara, y un aire de niño adulto quien todavía ama el juego, los sueños, las sorpresas, Pablo Bruera se desliza entre sus obras, se diluye entre sus sombras, y habla con las tantas personas que han llegado a la galería One Art Space para ver sus obras.

Bruera, uruguayo de nacimiento, vivió muchos años en Venezuela, país en el cual siguió con admiración el movimiento cinético de Soto, Otero, Cruz Diez. Los trabajos de estos artistas diseminados por la ciudad de Caracas dejaron una huella imborrable en la fantasía y las emociones de un adolescente, ávido de belleza, como lo era Pablo.

“Creo que mis obras provienen de dos vertientes, la del cinetismo que respiré en Venezuela y la de la Escuela del Sur que me influenció al regresar a Uruguay. Por un lado me atrapó la posibilidad de acceso al público que te ofrece el cinetismo y por el otro me sedujo el constructivismo de Joaquín Torres García, la idea de crear una pieza como una unidad formal, equilibrada y armoniosa. Conjugar esas dos vertientes no fue algo planificado. Lo descubro ahora mirando hacia atrás el álbum de fotos de mi trabajo.”

Formas geométricas proyectan luces y sombras en las paredes blancas de la galería, las personas quedan fascinadas mirando los juegos de claroscuros que traen a la mente recuerdos de niñez capaces de devolver el placer de lo imposible.

–       ¿Cómo surgió la idea de trabajar con las sombras?-

Bruera se pierde entre recuerdos, sonríe y nos cuenta el momento en el cual las sombras entraron en su vida con la fuerza de una sorpresa. “Estaba trabajando en mi taller. Era un día nublado y de pronto las nubes se separaron y un rayo de luz iluminó una pieza que estaba en el piso, creando una sombra muy hermosa. Entendí que esa sombra podía transformarse en un plano más de mi obra. Algo pasó en mi interior y empecé a mover las piezas viendo como reaccionaban frente a la luz. Me gusta decir que las sombras fueron alumbrando partes de las esculturas que estaban ocultas y quedé atrapado por esa línea de trabajo que me abría nuevas posibilidades creativas”.

Las obras de Bruera se pueden tocar, manipular, volver a crear. Es una experiencia que nos inunda de alegría. Generalmente el arte mantiene una lejanía con el espectador, solamente podemos absorberlo a través de la vista, a veces del oído, pero casi nunca del tacto. Con las piezas de Bruera esos límites no existen. Las personas se acercan con temor pero luego se dejan llevar por el placer de construir sus propias obras, de jugar con las sombras y con los planos que componen las esculturas, moviéndolas y creando nuevas formas.

“Es estimulante ver como el público modifica la obra, su sombra. Hay infinidad de combinaciones posibles y la pieza es una y muchas a la vez. Su potencial  de metamorfosis es superior a cualquier expectativa”.

–       ¿Alguna vez te has quedado sorprendido al ver tu obra transformarse en otra que no habías previsto? –

–       Si, más de una vez. Generalmente antes de realizar una escultura hago dibujos y en algunos casos también unas maquetas. Luego armo la pieza, la empiezo a mover, juego con ella y veo como se va transformando en algo ajeno. Me cuenta cosas inimaginables. Es algo muy apasionante y que no aburre nunca -.

Al hablar de la gran alegría que se ve reflejada en los rostros del público cuando entiende que puede tocar sus esculturas, Bruera nos cuenta de una gran exhibición que hizo en la Rambla de Barcelona.

–       Pusimos carteles que decían: Por favor tocar. Las personas juraban que decían lo contrario y sólo después de un rato entendían el significado justo y se acercaban sigilosamente, casi con miedo.

No todos se involucran de la misma forma, hay quien solamente las toca para comprobar que se mueven, que el mecanismo funciona. Otros se conectan más, las mueven, crean vacíos entre un plano y otro, crean nuevas formas, juegan con ellas y en esos momentos yo me siento realizado como escultor. Creo que las esculturas deben tener el mismo hechizo de la poesía, no es importante la palabra en sí, como no lo es la forma de la obra, lo que importa son las emociones que percibes entre las sombras, lo que no puedes ver solamente con los ojos, lo que se te escapa y luego reaparece fugazmente -.

Pablo Bruera ama trabajar sobre todo con el hierro aunque las esculturas de Sombras las haya realizado en aluminio. “Soy terriblemente ansioso y el hierro es un metal muy noble que me permite ver de inmediato los resultados. Lo cortas, lo soldas y si no te gusta lo vuelves a cortar y a soldar. Jamás trabajé con madera, algo que requiere una paciencia que no tengo y mucho menos con la piedra que mal se acoplaría con mi ansiedad. Estas piezas son de aluminio, metal igualmente noble, que resiste al tiempo y además es mucho más liviano y por lo tanto facilita el movimiento”.

Al dejar Nueva York Pablo llevará esta misma exposición a Suiza, país donde ya ha expuesto otros trabajos, en Galicia y a Miami.

La exposición en One Art Space quedará abierta hasta el próximo 16 de octubre.

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