Comienza el mes de octubre con un nuevo ciclo lunar. El primer Novilunio del Otoño en el norte, coincide con la apertura del último trimestre del año. Se juntan el ciclo natural de la relación entre nuestras dos luminarias y el ciclo artificial, que lo imita, de ese invento humano denominado mes, una de nuestras unidades de medición del tiempo.
Cada una de las cuatro estaciones climáticas, basadas en la posición de nuestro planeta con relación al Sol, en el transcurso de una vuelta completa a su alrededor; es decir, de su movimiento de traslación, tiene una duración de tres lunaciones. Ello ha permitido a los habitantes inteligentes del orbe organizar sus actividades laborales, religiosas o de esparcimiento, en función de las condiciones climáticas prevalecientes.
El circuito que describe nuestro planeta alrededor de su Estrella Central, fuente de energía, luz y calor, es elíptico, por lo que el inicio de la cuenta de esa vuelta anual puede establecerse desde cualquier punto de su recorrido. Los grupos humanos, identificados con una tradición espiritual, cognitiva y cultural han configurado diversos sistemas de medida del tiempo, llamados calendarios.
Los distintos calendarios elaborados por la mente humana otorgan a cada año (movimiento de traslación) una duración de 365 días, que equivale a 365 giros (movimiento de rotación) de la Tierra sobre su propio eje y dividen, ese lapso en doce partes, que corresponden a cada conjunción entre Sol y Luna, bajo la denominación de mes.
Las diversas civilizaciones, en base a sus tradiciones, conocimientos científicos, costumbres culturales, e incluso, a la ubicación geográfica de sus orígenes, escogieron diferentes momentos para iniciar la cuenta de los años, meses y días; por lo general, vinculados a fenómenos geo-astronómicos, como los solsticios y equinoccios.
Para la milenaria civilización china, el año comienza a partir del segundo novilunio después del Solsticio de Invierno (entre el 18 de enero y el 17 febrero); el judaísmo toma como inicio del ciclo anual, la primera Luna Nueva después del Equinoccio de Otoño (entre el 22 de septiembre y el 20 de octubre); mientras que el mundo greco-romano había establecido el Equinoccio primaveral (20-21 de marzo) como momento preciso para el arranque de su año.
El calendario gregoriano, impuesto en la Europa cristiana, por el Papa Gregorio XIII en 1582, se fue imponiendo en el resto del mundo, hasta ser hoy el más universal. Ese sistema coloca, como referencia para el inicio del año, la fecha del primero de enero, unos diez días después del Solsticio invernal, siguiendo lo que ya establecía el anterior calendario juliano, desde la mitad del segundo siglo de nuestra era.
El vigente calendario civil toma el inicio de la estación climática del invierno en el norte como referencia para la apertura de su ciclo anual. Por tanto, el primer novilunio otoñal corresponde al comienzo del último trimestre del año. Se juntan así, la noción de declinación de la energía vital con el proceso conclusivo de una gestión anual.
Como hecho atípico, en esta primera semana de octubre confluyen las condiciones propias de lo que se inicia (Luna Nueva) con la significación de aquello que termina (otoño), se ha producido la sincronización del mes civil con el mes lunar, creando una coherencia que prevalece en el mes y se prolongará durante todo el otoño. Así, el próximo año 2017 iniciará bajo los auspicios de la última lunación del actual año (29 de diciembre).
La mitad del otoño septentrional coincidirá también con la mitad de la segunda lunación, es decir, con el segundo Plenilunio de esta estación climática, que en esta oportunidad se manifestará de forma llamativa como una Super Luna, debido a que ocurre simultáneamente con el Perigeo, haciendo aparecer nuestro satélite más grande de lo habitual, ejerciendo un poder electromagnético superior. Será alrededor de esa fecha (13 de noviembre) cuando mejor se expongan los más significativos resultados del presente ciclo anual.
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