Desde la más antigua edad, el género humano ha intentado dar sentido a su existencia. Quizás en ello radica su diferenciación del resto de los seres animados y de la naturaleza. Por sobre un mandato instintivo de supervivencia, en el correr del tiempo, en la evolución de su única especie, el factor racional ha sido fundamental para modificar su entorno y no conformarse con una mera adaptación a él.
La racionalidad ha conducido al ser humano a formularse inquietantes preguntas sobre su ser-en-el-mundo. Como consecuencia de ello, ha ideado posibles explicaciones sobre sus orígenes y comportamiento, así como de las condiciones del medio en que habita, y más allá. En tiempos remotos organizó sus respuestas en narraciones y creencias que superaban las modernas exigencias del raciocinio.
La antigua mitología y la religión constituyeron la base de las respuestas a las interrogantes sobre el por qué y el para qué de la existencia. En ellas encontramos las claves que permitieron a nuestros antepasados aplacar su angustiante pretensión de conocer el origen y sentido de su propia vida y la de sus semejantes.
Nos guste o no, lo aceptemos o no, la cosmovisión que prevalece en el pensamiento del mundo occidental contemporáneo proviene de la antigua mitología greco-romana. Allí estaban condensadas todas las explicaciones, por más irracionales que nos parezcan, a las inquietudes de nuestros predecesores.
La astrología antigua, como pseudo-ciencia y pseudo-religión, se nutrió y confundió con la mitología de entonces. Ambas compartieron términos idénticos para designar los elementos propios de su estudio. La astrología (y después la astronomía) otorgó a planetas y constelaciones la misma nomenclatura con que la mitología denominaba a sus deidades y personajes, otorgándoles similares atributos, pues no existía en aquel tiempo un claro deslinde entre una y otra.
Uno de los mitos que trasciende todas las épocas da cuenta de dos necesidades básicas que se expresan en las relaciones de poder en la convivencia de los grupos humanos. Una de ellas nos impulsa a mantener vivo el espíritu de autonomía y libertad, mientras que el otro se refiere al afán de dominación de unos sobre otros. Es la lucha entre dos fuerzas: la liberación expansiva y la restricción controladora; o la confrontación dialéctica entre independencia y sumisión.
La mente imaginativa de la pretérita civilización greco-romana personificó las fuerzas en pugna en dos de sus deidades Zeus y Cronos, según los griegos; o como Júpiter y Saturno, para los romanos. El primero de ellos representando el carácter liberador que motoriza la independencia; mientras que el segundo, temeroso de perder el control, sanciona, restringe y domina por la fuerza cualquier atisbo de rebeldía que osara expresar el primero.
Aunque la disputa por el Poder (soberanía) entre Júpiter y su padre Saturno se resolvió a favor del vástago, como toda verdad mitológica, ella persiste en el tiempo, ya que es atemporal, no tiene principio ni final, sino que se desarrolla perennemente. La soberanía no se alcanza definitivamente, siempre está expuesta a una nueva y diferente dominación; así como tampoco existe ninguna sumisión que perdure en el tiempo.
El estudio analítico de los fenómenos astrofísicos y su comparación con los procesos históricos permite comprender los sucesos terrenales desde una perspectiva simbólica y nos ofrece luces para identificar el carácter de los acontecimientos que nos corresponde vivir, e identificar en cuál fase de su desarrollo dialéctico nos encontramos.
La reciente declaración de Independencia de la región catalana con respecto al Estado monárquico español es un claro ejemplo de la intrínseca y sincronística relación entre el movimiento celeste y los sucesos terrenales. Un pormenorizado estudio de los eventos astrales en las fechas que han marcado un hito en el proceso secesionista catalán arroja interesantes resultados.
Las sucesivas declaraciones de autonomía de Cataluña en agosto de 1931 y septiembre de 1932 coincidieron con la conjunción Sol-Júpiter de esos años, al igual que la declaración de independencia del pasado viernes 27 de octubre; la declaratoria del Estado Catalán en la República Federal Española del 6 de octubre de 1934 ocurrió cuando Júpiter y Urano ocupaban las mismas posiciones zodiacales que tenían cuando se efectuó el polémico referéndum del pasado 1 de octubre (nunca antes había ocurrido eso en los últimos 83 años).
El gobierno español ha reaccionado a la declaración unilateral de independencia aplicando el art. 155 constitucional, que cesa al gobierno y parlamento catalán y convoca a nuevas elecciones, que deberán efectuarse el 21 de diciembre próximo. Ese mismo día se produce el Solsticio de Invierno y una conjunción entre el Sol y Saturno, en el primer grado de Capricornio. He allí el símbolo contrario al que persistía el pasado 27 de octubre.
La población de Cataluña y toda España vive momentos de extrema pasión por esa tensión reavivada y reanimada entre el impulso liberador jupiteriano y las acciones represoras saturninas. Esta semana, la Luna Llena durante las noches del 3 y 4 de noviembre, cuando transite por Tauro, cercana al perigeo y, en exacta oposición con Júpiter y el Sol, estimulará las reverberaciones emocionales de esa eterna confrontación por el Poder.
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