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Photo by Flavia Romani ©

El Instituto Cervantes con Ignacio Olmos

Ombligo del mundo, rascacielos, hoyo profundo, 9/11, caleidoscopio, aeropuerto, de kilómetros a millas, desgarre, esperanzas que aterrizan, nostalgias que se enraízan, espacio físico que se encoge, subterráneo, subir escaleras, bajar escaleras, ratas insolentes, ratas resueltas, ratas urbanas, olores que ofenden, grúas, alcantarillas que fuman, ruido, ambulancias, bomberos, policías, pobreza desesperada, riqueza infinita, tribus tatuadas, trabajo, ojeras, sueño, sueño que agota, sueño que despierta, morir de visa, garras,casas compartidas, anhelos compartidos, camas compartidas, encuentros fugaces, amores que nacen, amores que se apagan, culturas, vibraciones, música, vivir sin límites, prejuicios que se desmoronan, libertad a ras de piel, arte que nutre, innovación, movimiento, tesoros escondidos, bares, soledad, amistades, raíces arrancadas y vueltas a reanudar.

Nueva York es eso y mucho más…

 

DE NUEVA YORK A BERLÍN, TRANSITANDO LOS CAMINOS DE LA CULTURA

 

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El ruido de la ciudad se va apagando a medida que entramos en el Instituto Cervantes de Nueva York. Su jardín, verdadera joya incrustada en el mundo de cemento de Manhattan, es un oasis de paz, un espacio que invita a la reflexión, a la lectura. Lejos queda el frenesí que caracteriza una ciudad cuya vida tiene ritmos acelerados como pocas otras. Aquí el verde sustituye el gris de los edificios y el canto de los pájaros los ruidos del tráfico. El tiempo parece suspendido.

Así lo quiso Ignacio Olmos desde el primer momento en el cual llegó a Nueva York con la delicada responsabilidad de asumir la dirección del Instituto. En aquel entonces nos habló de sueños y proyectos. Entre ellos el de valorizar este jardín para transformarlo en un área en la cual extender los eventos culturales que planeaba organizar en los años siguientes.

Han pasado cinco años desde aquella primera entrevista. Mientras nos dirigimos a su oficina recordamos los muchos momentos compartidos, momentos enriquecedores, interesantes, nunca banales. Lo mejor de la cultura hispana ha pasado por el Instituto Cervantes gracias al trabajo impecable tanto de Olmos como de todo el equipo que lo ha acompañado durante estos años.

Ahora está a punto de empezar una nueva aventura como director del Instituto Cervantes de Berlín, otra ciudad emblemática y particular, como nos dice él mismo: “Nueva York y Berlín tienen una característica muy similar, son ciudades que resumen en quintaesencia al país entero pero a la vez lo niegan, lo contradicen. Muchos norteamericanos piensan que Nueva York no es una ciudad netamente americana sino un parque temático invadido de extranjeros. Lo mismo ocurre con Berlín. Otros alemanes la consideran una ciudad excesivamente progresista que no responde a la idea tradicional de la cultura alemana. Sin embargo creo que esa contradicción es lo que las hace tan únicas e interesantes”.

 

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La oficina de Olmos es cálida, acogedora. Las paredes están tapizadas de libros y cuadros. Ahora, mientras sueña y planea un futuro en otra realidad, comenta el trabajo desarrollado: “Hemos realizado una actividad muy intensa y homogénea en todo el país. Uno de los logros más importantes fue lograr que la comunidad latinoamericana viera en el Instituto Cervantes una casa común. Si bien sea un organismo administrativamente español, el Cervantes tiene un corazón panhispánico. Con nuestro trabajo hemos querido ser un vehículo de transmisión de la cultura de los países de habla hispana, facilitando un diálogo con la intelectualidad neoyorquina”.

Siente que algunas cosas quedaron pendientes. La más importante, la que, de haber dispuesto de más tiempo, le hubiera gustado desarrollar, es impulsar una mayor organización entre todas las comunidades hispanas: “A través de las actividades del Cervantes hemos podido constatar que somos todos parte de una comunidad más amplia, y que nuestra riqueza reside en las diferencias tanto léxicas como expresivas y culturales que nos caracterizan. Hoy en día, frente a los ataques hacia los hispanos, que derivan tanto de casos aislados que reflejan un cierto racismo, como de actitudes que defienden o incluso promueven algunos sectores de la administración actual, se requeriría una respuesta más firme y organizada por parte de todos. Es algo sobre lo cual hay que trabajar mucho todavía”.

Olmos es de hablar pausado. Reflexiona y medita antes de contestar a nuestras preguntas. Sus palabras ahondan en cada temática y al hacerlo afloran su gran cultura y su experiencia.  Alemania no es un país desconocido para él. En la Universidad de Fráncfort amplió sus estudios de doctorado y en los años siguientes lideró el Instituto Cervantes de Bremen, Múnich, Berlín y Fráncfort. Al hacer un paralelismo entre las dos naciones comenta: “A pesar de la homogeneidad que pareciera existir entre Europa y Estados Unidos, estas dos áreas geográficas son muy diferentes. Lo reflejan el estilo de vida, la manera como se conciben las relaciones profesionales y personales, las mismas investigaciones académicas. También difiere la manera como Europa y Estados Unidos enfrentan el auge preocupante del populismo. En Estados Unidos lo ven como un mal menor frente al cual hay solamente que esperar a que pase el temporal. En Europa, por el contrario, quizás por el recuerdo de las dos guerras mundiales y sus terribles consecuencias, la actitud es mucho más de alerta. Otro dato importante es el de los lectores de medios considerados “serios”. Las estadísticas indican que en Estados Unidos los lectores son el 1 o 2 por ciento de la población, en España ese número sube casi al 20 por ciento y en Alemania oscila entre el 42 y 45 por ciento. Eso refleja sociedades completamente distintas”.

 

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Consciente de la importancia de un idioma como vehículo de cultura, Olmos ha seguido con gran interés el desarrollo y posicionamiento de la lengua española en Estados Unidos. “Las investigaciones que realiza nuestro Observatorio en la Universidad de Harvard, muestran que estamos viviendo un momento interesante para el español en Estados Unidos porque se están confrontando dos tendencias contradictorias. Hay unos aspectos positivos que derivan de un crecimiento de la población hispana y de un renovado orgullo latino que está impulsando la recuperación del español como manera de autoafirmación. Un adelanto muy importante se ha logrado gracias a la decisión de varias autoridades lingüísticas educativas de introducir, en la mayoría de los colegios públicos, el estudio de otro idioma, superando así el tradicional aislacionismo lingüístico norteamericano. Los aspectos negativos vienen del proceso de integración en el inglés que, de manera lenta pero aparentemente inexorable, podría llevar a la desaparición del español así como ha pasado con el italiano, el polaco etc. El ritmo con el cual van entrando nuevos hispanos al país es inferior al de las nuevas generaciones que se integran en el melting pot inglés. A eso hay que añadir otro factor negativo por la actitud de la administración que culpabiliza a los hispanos, y con ellos al uso del español, de la pérdida de identidad del país. Es la visión de quienes en Washington no consideran la diversidad una riqueza ni ven en ella la fuerza que siempre distinguió esta nación, una actitud que representa un peligro no solo para la comunidad hispana sino para todos los ciudadanos”.

Al analizar estas diferencias Ignacio Olmos sabe que el trabajo que le espera en Berlín será distinto del que ha desarrollado en Estados Unidos. “Berlín está avanzando hacia una situación nueva. Ya no son los felices años ’80, ni los locos ’90. La crisis económica ha quedado incrustada en nuestras vidas y el avance del populismo es cada día más preocupante. En este contexto creo que los institutos culturales tienen que jugar un papel distinto, tienen que transformarse en centros de reflexión, en un think tank en el cual expertos y ciudadanos puedan analizar los temas que nos preocupan a todos, desde el auge del populismo hasta el cambio climático, desde la supervivencia de Europa hasta las relaciones estratégicas con Estados Unidos y China. En Berlín, ciudad en la cual reside una gran concentración de intelectuales de todo el mundo me gustaría que el Cervantes se convirtiera en un lugar en el cual voces distintas de países distintos, europeos y no, pudieran tratar los temas que nos atañen a todos”.

 

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Seguimos nuestra conversación en el jardín. Allí en ese espacio que desemboca en Midtown, corazón de Manhattan, Olmos abandona por un momento el rol de director del Instituto Cervantes y nos habla de su relación íntima con Nueva York. “Por las calles de Nueva York transitan dos tipos humanos, los turistas que caminan despacio mirando normalmente hacia arriba, y los neoyorquinos quienes intentan avanzar de prisa evitando a los turistas. Cuando llegas, durante los primeros tres días vas por las calles como un turista, pero al cuarto caminas como un neoyorquino y te molestan los turistas. A partir de ese momento ya has quedado contagiado por la ética del trabajo que obliga a todos a ser extraordinariamente eficientes. Yo tengo una relación contradictoria con la ciudad. Sin duda hay una oferta cultural inmensa y probablemente incomparable con la de cualquier otro lugar; sin embargo me pregunto hasta qué punto la gente que vive aquí logra disfrutarla. Pareciera que más que disfrutarla la consume. No es raro asistir a un concierto en el Lincoln Center y notar que, después de la primera pausa, el público ha disminuido. Quienes quedan, a veces, cuando el espectáculo termina, salen corriendo, sin aplaudir, sin celebrar. Creo que ni se dan tiempo para emocionarse y comentar. Hay que agregar que la actividad cultural es tanta que es casi imposible seguir todo así que cada uno se mueve según las áreas de mayor interés, los artistas y galeristas van a las exposiciones, la gente de teatro a los teatros y los melómanos asisten a los conciertos. Otra contradicción quizás más profunda, es que Nueva York es una ciudad maravillosa pero no sé hasta qué punto se llega realmente a disfrutar de ella de un modo natural porque la visión que todos tenemos está mediatizada por la idea previa que nos han dejado las películas, la música, la literatura. Y finalmente no sé cuánta de la gente que aquí vive es realmente neoyorquina. El porcentaje de personas que llegan de todas partes de Estados Unidos y del mundo es tan alto que hay una población que cambia constantemente. Mucha gente se va, otros llegan y eso confiere una característica muy particular a Nueva York”.      

Vivir los países transitando los caminos de la cultura es sin duda un privilegio. En un mundo que se vuelve cada día más violento e intolerante, la cultura es el único espacio que no conoce fronteras, que nos permite ver al otro sin juicios ni prejuicios, que nutre el alma y deja aflorar delicadeza y sensibilidad. El saber es un muro hecho con ladrillos de todas las artes, es el muro detrás del cual podemos defender nuestra esencia como seres humanos. Ignacio Olmos lo sabe. Él se nutre de cultura y, esté donde esté, va agregando ladrillos a ese muro, único baluarte contra la barbarie y la banalidad del mal.

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