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Vergüenza ajena

Es con vergüenza que los venezolanos asisten, impotentes, a los allanamientos y a las deportaciones de colombianos quienes, hace solamente unos días y durante muchos años, compartieron una cotidianidad que borraba toda diferencia burocrática.

La transformación que ha vivido Venezuela en los últimos años es tan profunda y dolorosa que, al observarla, entendemos como pudieron un día surgir rencores capaces de cambiar la geografía humana de los países y ocasionar pogroms, odios raciales y religiosos, genocidios y guerras civiles.

Venezuela perdió la sonrisa y la paz desde hace tiempo pero en estos días pareciera haber extraviado su alma. Y eso es mucho más grave.

No hay justificación posible para explicar acciones tan mezquinas contra una población indefensa que nada tiene que ver con los grandes tráficos que se desarrollan en la frontera colombo-venezolana con la connivencia de militares, políticos y todo tipo de delincuencia organizada.

Es una ignominia la manera como los gobiernos manipulan a las poblaciones y en particular a las franjas más necesitadas, como si fueran objetos. No hace mucho los colombianos fueron un útil reservorio de votos para el gobierno del Presidente Chávez. En esas ocasiones llovieron cédulas venezolanas y los colombianos eran hermanos. Ahora los problemas son otros y se necesita un chivo expiatorio que pueda cargar con culpas ajenas. 

La condena “anunciada” al preso político Leopoldo López, absurda y ajena a todo sentido de justicia, y los atropellos contra los colombianos son respuestas perversas a las graves dificultades que enfrentan los venezolanos y que necesitarían una solución distinta.

Mientras en Europa asistimos a una de las más graves tragedias humanitarias que arroja prófugos lejos de hogares destruidos en busca de migajas de paz, mientras los directores de los diarios más importantes desde Bernd Ulrich del Die Zeit (Alemania) hasta Antonio Caño, de El País (España), desde Ezio Mauro, de La Repubblica, (Italia) hasta Johan Hufnagel e Laurent Joffrin, Libération, (Francia) tan solo para nombrar algunos, lanzan una petición a todos los gobiernos europeos pidiendo una respuesta unitaria a tan terrible tragedia, en la frontera colombo-venezolana, una de las más importantes y activas de la región asistimos a una tragedia, más pequeña sin duda alguna, pero no por eso menos dolorosa y bochornosa. Y vergüenza deberían sentir los Jefe de Estados de los países vecinos quienes prefieren voltear la mirada hacia otros lados temerosos de perder favores y dispuestos a justificar lo injustificable con tal de mantener una unión en la cual ven una fuerza.

Esos gobernantes que un día enorgullecieron a sus pueblos y a muchos otros latinoamericanos por sus pasados de lucha y de intachable conducta, hoy parecen haber olvidado la palabra solidaridad, esa misma que tantas veces utilizaron en las plazas para arengar votantes. Quién hubiera dicho, en esos días en los cuales creímos posible un mundo distinto y mejor, que sería tan bajo el precio de la conciencia de cada uno de ellos.

Nuestros pueblos conocen el amargo camino de las migraciones, porque lo han recorrido ellos mismos y porque han recibido a los que llegaban de otros países. La intolerancia no nos pertenece.

¿Con cuál autoridad moral podríamos condenar a los políticos quienes en el “primer” mundo sueñan muros infinitos y razas puras?

¿Hasta qué punto puede ser tan ciego el poder en Venezuela que no ve que no hay distracción posible frente a sufrimientos cotidianos como la delincuencia y la escasez?

¿Y hasta qué punto pueden los otros gobiernos pensar que sus propios pueblos serán capaces de mirar en los ojos a los de Venezuela y Colombia sin sentir vergüenza ajena?

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