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nuclear bomb
Photo Credits: National Museum of the U.S. Navy ©

Venezuela y la nueva guerra fría

El fantasma del hongo atómico que mantuvo en vilo a toda una generación en época de guerra fría, parecía haber dejado su lugar a otras preocupaciones: el calentamiento global, las migraciones, el Isis, los conflictos localizados en algunos países, las asimetrías regionales, los nuevos populismos, entre otros. Problemas graves, sin duda letales para la humanidad, y que podrían, a la larga, llevar a la extinción de los seres vivos pero para los cuales también hay una esperanza de solución. Relegado al pasado quedó el miedo al botón rojo que puede desatar el infierno. Hasta el cine ha olvidado los escenarios apocalípticos de las guerras nucleares. 

Así fue hasta hace pocos días. Hasta el momento en el cual Estados Unidos y Rusia decidieron abandonar el INF (Intermediate-Range Nuclear Forces). Ese acuerdo que, tras largas negociaciones, firmaron Gorbachov y Reagan en 1987 había logrado poner un punto final a la guerra fría obligando las superpotencias a limitar los arsenales nucleares y destruir gran parte de los existentes. Dejarlo sin efecto nos devuelve a una situación de peligro nuclear aún más grave de la que se vivió en años pasados. No solamente porque hay dos presidentes de grandes potencias como son Rusia y Estados Unidos, felices de poder mostrar todo su poder bélico, no solo porque detrás del mercado de las armas se mueven intereses económicos poderosísimos, sino porque el mundo, en cuestión de armas nucleares, ya no es bipolar sino multipolar. Sobre todo China, potencia que nunca estuvo en el INF, en los años ha ido fortaleciendo su industria militar. 

La disolución del INF y muy posiblemente del Tratado Start, sobre la limitación de las armas estratégicas que debería ser renovado en 2021, nos conduce hacia una nueva y más aguerrida carrera armamentista. Son recientes las imágenes de Putin quien, en su discurso anual sobre el estado de la nación, presentó Avangard, ojiva nuclear que tiene la capacidad de llevar una bomba termonuclear de un megatón con una velocidad 27 veces más alta de la del sonido. Las defensas antimisiles de Estados Unidos no están preparadas para detectar su llegada. 

Como dijo el Jefe del Centro de Estudios Europeos e Internacionales de la Escuela Superior de Economía de Moscú, Dimitrij Suslov, “estamos viviendo la situación más peligrosa desde los años ’50”. Esa misma opinión comparten el ex Secretario de Estados norteamericano George Schultz y el ex jefe del Pentágono William Perry. Las campanitas de alarma sonaron sobre todo cuando, en un documento oficial, Estados Unidos ha declarado, por primera vez, que las armas nucleares pueden transformarse en armas de guerra y no solamente de disuasión. Eso significa que cualquier conflicto puede degenerar en una guerra atómica. 

Una nueva y más sofisticada carrera armamentista, además de representar un peligro para la humanidad supondría un costo mayor para todos los países; costo que podría traducirse en recortes presupuestarios a programas sociales como educación, salud y cultura. 

La amenaza de una guerra nuclear cambia necesariamente las relaciones internacionales. Europa podría asistir a un resurgimiento de los euromisiles que Estados Unidos utilizaría para mantener a Rusia bajo amenaza. Y Putin no se quedaría de brazos cruzados. Ya dijo que el mundo está subestimando el peligro de una guerra nuclear y que, de llegar los misiles en Europa, la reacción de Rusia sería contundente. Eso podría llevar a una catástrofe global. Amenaza que repitió el viceministro de relaciones exteriores de Moscú Serghej Rjabkov.  

Es muy posible que ni Trump ni Putin estén pensando realmente en una guerra nuclear y que su enfrentamiento, reforzado con el espectro de una nueva guerra fría, sea una fachada para favorecer los negocios de los vendedores de armas -cuyo apoyo es fundamental para ambos-, para crear un clima de temor vuelto a mantener subyugadas las poblaciones, a reforzar los gobiernos autoritarios, asustar China y desbaratar la Unión Europea. 

Sin embargo que sea o no cierto el peligro de una guerra fría, el fin de los acuerdos nucleares han creado una situación en la cual toma especial importancia un país como Venezuela que, no solamente está muy cerca de Estados Unidos, sino que tiene grandes reservas de materias primas. Mostrar los dientes en ese territorio se vuelve imperativo para ambas potencias. No es casual que la actitud de los chinos, preocupados únicamente por sus intereses económicos, sea totalmente diferente. Emisarios del gobierno asiático se reunieron con el entorno de Guaidó para entender hasta qué punto el nuevo gobierno estaría dispuesto a reconocer la deuda de Maduro. Es muy probable que, de obtener suficientes garantías, decidan abandonar a Maduro y apoyar a Guaidó. 

Distinta, muy distinta la actitud de Estados Unidos y Rusia. Ya en diciembre dos bombarderos rusos Tupolev Tu-160, con capacidad para transportar misiles nucleares, realizaron simulacros de maniobras en Venezuela y sobrevolaron los países del Caribe, muy cerca de la costa de los Estados Unidos. Antes de la salida del INF, el general ruso Leonid Ivashov había adelantado que Rusia apuntaría hacia Estados Unidos también con misiles intermedios colocados en Cuba o en otro país latinoamericano. No es difícil imaginar que se refería a Venezuela. 

Es un escenario internacional inquietante, sea cual sea la verdad de las relaciones entre los líderes de las dos superpotencias. Lo que en un primer momento parecía esencialmente una guerra económica vuelta a tomar el dominio de los recursos que, a pesar de la desastrosa crisis económica, todavía encierra Venezuela, se está transformando en un conflicto mucho más delicado y peligroso. 

La posición geopolítica del país latinoamericano puede transformar una batalla para la democracia y la libertad, en un conflicto mucho más grande que nada tiene que ver con las esperanzas y las necesidades de los venezolanos.


Photo Credits: National Museum of the U.S. Navy ©

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