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Venezuela ambiente
Photo Credits: Liji Jinaraj ©

Venezuela: la agonía de un país

Venezuela es un país herido, humillado. La escasez de alimentos y medicinas, el resurgimiento de enfermedades que habían sido debeladas, un éxodo bíblico que viaja por aire, mar, ríos y carreteras, son problemas que aquejan el día a día de todos los venezolanos. Y así, mientras las personas tratan de sobrevivir como pueden y los conflictos políticos y la crisis económica son los temas de mayor visibilidad a nivel internacional, poco se habla de otra tragedia que se extiende, silenciosamente, a lo largo y ancho de su territorio: la muerte y agonía de la naturaleza.

En los últimos años los desastres ecológicos se han multiplicado hasta transformarse en una calamidad de la cual será muy difícil recuperarse. El lago de Maracaibo, el más grande de América Latina con una superficie de 13 mil 210 kilómetros cuadrados que limita con todos los municipios del estado Zulia, pareciera maldecido por el petróleo que esconde en sus entrañas.

Desde que se descubrió esa riqueza, el lago, que tenía una flora y fauna muy rica y diversa, ha sido víctima de la avaricia de los seres humanos. Una situación que se ha agravado enormemente en los últimos años a causa de los repetidos derrames, consecuencia de la falta de mantenimiento de las instalaciones petroleras. Desastre ecológico al que se suman los daños ocasionados por los desperdicios de las industrias asentadas en los márgenes de sus orillas, la falta de sistemas de tratamiento para las aguas negras de la población, la reciente explotación de carbón mineral y la contaminación causada por los agentes químicos que PDVSA utiliza para degradar el petróleo en la superficie.

Quedan para el recuerdo de la historia sus aguas limpias y las arenas claras que permitían a los habitantes de la zona, entre ellos muchas comunidades indígenas, vivir de la pesca.

Igualmente precaria es la situación del lago de Valencia, ubicado en el centro norte de Venezuela entre los estados Aragua y Carabobo. La enfermedad de este lago también empezó hace muchos años pero en los últimos tiempos se ha ido agravando hasta transformarse en una verdadera emergencia. La causa reside esencialmente en la descarga de aguas residuales provenientes de las poblaciones, de las industrias, de los campos. Los muchos contaminantes que se sedimentan en el fondo del agua están causando una disminución sistemática del oxigeno y por consecuencia la muerte de muchas especies de fauna y flora. También en este grande reservorio de agua dulce la pesca es una actividad que pertenece al pasado.

La situación se vuelve aún más dramática en otra zona igualmente maldecida por la riqueza que esconde en sus entrañas: la faja del Orinoco rica no solamente en crudo sino también en oro, coltran, diamante, bauxita, cobre y otros materiales. Aquí en un territorio de casi 112 mil kilómetros cuadrados, el gobierno venezolano ha creado la Zona estratégica de Desarrollo Nacional Arco Minero Nacional para la explotación de los recursos naturales. De nada valió la oposición de la Asamblea Nacional a este decreto. En agosto de 2016 el gobierno firmó acuerdos por 4,5 millones de dólares con empresas nacionales e internacionales para su explotación.

A partir de ese momento una región que concentra la mayor cantidad de áreas naturales protegidas y también en la que habita la mayoría de los pueblos indígenas ha sido víctima de una deforestación salvaje y de altos niveles de contaminación sobre todo por el uso indiscriminado de mercurio. El hábitat de casi 3 millones de indígenas pertenecientes a 200 etnias está en grave peligro. A consecuencia del deterioro de su territorio las comunidades originarias sufren procesos de transculturización al verse obligadas a dejar los hábitos de vida tradicionales para transformarse en mano de obra barata al servicio de las diferentes empresas que firmaron contratos con el gobierno para la exploración y explotación del Arco Minero. Muchos mueren a manos de las mafias y de los mismos militares ubicados en la zona y otros a causa de enfermedades como la malaria, el paludismo y otras transmitidas por insectos como dengue, zika y chikungunya, que han aumentado considerablemente sobre todo por los pozos de las zonas de explotación y también por la deforestación.

Venezuela está clasificado como uno de los seis países “megadiversos” de América Latina y entre los diez con la más amplia biodiversidad del mundo. Cuenta con más de 5 mil especies de insectos, 850 de aves, 205 de anfibios, 204 de reptiles, 257 de mamíferos y 654 de peces y una inmensa cantidad de plantas, algunas de ellas consideradas especies únicas. Sin embargo toda esa riqueza está fuertemente amenazada. Un estudio de la NASA en abril de 2017 mostró que en solo seis meses se habían perdido 200 hectáreas de bosque.

Venezuela es un país en agonía. La naturaleza sufre y muere como sufren y mueren muchos de sus habitantes. Lo hace en silencio y casi olvidada. Los otros problemas parecen todos más graves y apremiantes. Pocas y valientes las voces de quien lucha para contar, para denunciar, para proponer soluciones.

Sin embargo la muerte de una planta, de una especie animal, de una cultura originaria, es una pérdida para toda la humanidad, un luto para el planeta entero.


Photo Credits: Liji Jinaraj ©

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