Tras la injuria el insulto. Las elecciones convocadas por el gobierno venezolano para renovar una Asamblea Nacional ya anteriormente despojada de todo poder, agregan sal a una herida abierta. La imagen de un Nicolás Maduro celebrando la victoria de una carrera en solitario resultaría patética si no existiera un pueblo que muere de hambre, de enfermedades o a manos de una delincuencia durante años armada por el mismo gobierno. Una delincuencia que dirigen los pranes. Son, estos, jefecillos quienes gozan, entre rejas, de todos los privilegios que podría ofrecer un hotel cinco estrellas, mientras los demás presos viven y mueren en condiciones infrahumanas. Y entonces esa imagen de un Maduro feliz y alborozado se nos vuelve insultante.
Venezuela es la imagen viva de un desastre humanitario ocasionado por un gobierno que durante años y años se ha dedicado a destruir las instituciones, perseguir a los opositores, asfixiar la libertad de prensa, corromper, violar los derechos humanos, destruir el ambiente, arrasar a las comunidades indígenas. Su único objetivo es seguir llenando las cuentas personales de sus miembros con dinero de muy oscuras proveniencias y mantenerse en el poder para evitar los juicios que, inevitablemente, deberían enfrentar si lo perdieran.
La oposición durante años ha luchado, cual David contra Goliat, gracias al valor de un pueblo que ha llenado incontable veces calles y plazas de todo el país. Un pueblo que se ha enfrentado desarmado al poder del dinero, de la delincuencia organizada, de las armas de los militares, de la violencia sádica que caracteriza a quienes saborean el placer de asistir al dolor ajeno.
¿Qué necesidad tenía un gobierno sin escrúpulos de realizar unas elecciones farsa a sabiendas que nadie, ni dentro ni fuera el país, las consideraría legales? Hay quien dice que lo hizo para dar una pátina de legalidad a sus manejos ilegales. Sin embargo, consideramos que, de ser así, habría intentado maquillarlas un poco más, se habría preocupado de dar pequeños retoques para disfrazar mínimamente el fraude evidente. No fue así. Por lo contrario, en los meses anteriores ha desbaratado los partidos opositores imponiéndoles unos fantoches pagos en sus directivas, ha acosado, encarcelado y obligado al exilio a los verdaderos dirigentes, ha manipulado los colegios electorales, ha comprado pequeños partidos disfrazándolos de oposición a cambio de prebendas y de un puesto en la Asamblea que, para la ocasión, aumentó el número de parlamentarios, y, dulcis in fundo, ha instituido, una vez más, un Consejo Nacional Electoral a la medida.
Con estas condiciones sabía que la oposición no podía participar, hubiera sido una misión suicida y hasta para los adictos al voto fue claro que ir a las urnas hubiera sido inútil y dañino. Ningún país occidental dio un mínimo de credibilidad a esas elecciones y el rechazo se conocía de antemano. Para los otros países que no conocen de democracia como Rusia, China, Irán y Cuba tanto teatro era totalmente inútil porque lo único que les interesa es, por un lado seguir saqueando un país que empobrecieron hasta la agonía, y por el otro alentar la difusión de gobiernos autoritarios para disminuir las críticas hacia los desmanes antidemocráticos que sufren sus poblaciones.
Surge nuevamente la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué someter a un pueblo tan golpeado a una humillación adicional?
Probablemente sea justamente ese el fin último de estos comicios vergonzosos. Humillar, doblegar, obligar a mendigar un pedazo de pan con un carnet que debería llamarse asesino y no de la patria.
No lo logrará. Puede herir, pero, en estos más de veinte años, el pueblo venezolano ha demostrado un valor que ni el hambre, ni la emigración forzada, ni la delincuencia, ni la enfermedad han logrado desaparecer. La oposición, a pesar de un desgaste más que entendible, tras tantos años de lucha y una generación de relevo, sigue activa, busca caminos, trata de mirar más allá del túnel en el cual está relegada.
La oposición entendida como todos, todos los venezolanos y no solamente aquellos que asumieron el mando político. La responsabilidad de volver a construir un país es de todos y todos están respondiendo desde donde están y con las armas de las cuales disponen.
Oposición es quien denuncia en el mundo, quien llama a defender la naturaleza y los pueblos originarios, quien organiza ayudas humanitarias, quien sigue trabajando en cultura a pesar de las enormes dificultades.
Es posible que un nuevo golpe deje aturdimiento y desconsuelo. Pero es solo por un momento. Luego sigue la lucha.
Esa es la verdadera Venezuela, la que debería apoyar con mayor firmeza el mundo democrático, la que sin ser perfecta nunca podría alcanzar el nivel de degrado moral, al que han llegado el caudillo actual y sus acólitos.
Es la Venezuela resiliente a pesar de las muchas humillaciones.