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mariza bafile

Un mundo en guerra

Cadáveres y más cadáveres. Son las víctimas inocentes de las nuevas guerras, conflictos sin estados, sin fronteras, muy diferentes de los que caracterizaron la primera mitad del ‘900, pero igual de sangrientos.

Francia ha sido nuevamente blanco de un ataque terrorista que ha dejado una estela de 84 muertos, muchos de ellos niños; y casi un centenar de heridos, varios en condiciones tan graves que no se sabe si lograrán sobrevivir. Un ataque vil, perpetrado con odio enloquecido, un ataque que humilló a Francia en el día en el cual centenares de personas celebraban la presa de la Bastille, esperando el tradicional espectáculo pirotécnico, en el Promenaide des Anglais, en Niza.

El mundo está en guerra. Lo sabíamos. Siempre lo supimos. Las llamamos “nuevas guerras”, “guerras híbridas”, “Low Intensity Conflicts”, “guerras de cuarta generación”. Los ecos de conflictos lejanos llegan a diario a nuestros oídos, desde que terminó la guerra fría, y se han multiplicado con el transcurrir de los años. Es suficiente revisar las bases de datos de organizaciones como SIPRI, que muestra el gasto militar a nivel mundial y mapea los lugares en los cuales se desarrollan los principales conflictos armados, o el Programa de Datos sobre Conflictos de Uppsala, UCDP, que registra los muertos en enfrentamientos bélicos.

Los investigadores de Uppsala dividen los conflictos armados en tres categorías: aquellos que involucran fuerzas estatales (ej. Etiopia y Eritrea, o Colombia y las FARC), los que desarrollan actores no estatales (ej. Estado Islámico y el Partido Democrático Kurdo en Siria), la violencia unilateral, (ej. el genocidio de Ruanda en 1994 o las acciones de Boko Haram en Nigeria).

Las cifras son aterradoras. Entre 1989 y 2014, incluyendo el genocidio de Ruanda, casi 2 millones de seres humanos han perdido la vida a causa de estas guerras. En 2015 se contabilizaron 118.435 víctimas.

El panorama que surge de estos y otros estudios similares muestra hasta qué punto el horror de las armas ha transformado cada centímetro de la tierra en un solo, desolado, campo de batalla.

El desmembramiento del mundo bipolar ha agudizado las instabilidades políticas, sociales y económicas y ha favorecido el surgimiento de nuevos gobernantes que se aferran a la historia, las tradiciones y sobre todo a las religiones, debidamente manipuladas y adaptadas, para justificar sus acciones sangrientas.

El Is (Estado Islámico) representa, posiblemente, el resultado más peligroso y dañino de esos conflictos perpetuos. La falta de asideros ideológicos y éticos; la crisis de un capitalismo que muestra cada día más sus debilidades; la ceguera de los países industrializados que persiguen sus intereses sin preocuparse del ambiente, de las poblaciones más necesitadas, y sin medir consecuencias; el rechazo de los ciudadanos y la falta de políticas adecuadas para acoger a la masa de desesperados que huye de hambre y miedo; los odios, cínicamente regados por actores que mueven en la sombra, los hilos de marionetas humanas; los extremismos avivados por populistas que crecen, cual hierba mala, en cada rincón del planeta, son solamente algunas de las causas que desde hace años alimentan el ejército de los nuevos mártires/verdugos. Ellos no son soldados quienes luchan contra otros soldados: su blanco son los civiles y su objetivo sembrar el terror.

En los últimos meses centenares y centenares de personas han muerto en Bangladesh, Arabia Saudí, Turquía, Irak, Bélgica, Francia. Muchos de ellos eran musulmanes. La fría estrategia de muerte del Is está dirigida hacia todos aquellos que no adhieren a la interpretación que ellos tienen del Islam.

Tras los últimos ataques, los analistas y las agencias de intelligence entendieron que, si bien los jihaddistas se han visto debilitados por la erosión de los territorios conquistados y la pérdida de poder económico, cual fieras heridas, se han vuelto todavía más peligrosos e impredecibles gracias a los lobos solitarios imposibles de controlar.

En la medida en la cual pierde fuerza y poder en los territorios conquistados, el Is, da mayor valor a las acciones terroristas en el mundo e invierte mayores recursos en reclutar acólitos en los distintos países y organizar estrategias mortales.

Muchos son los enemigos con los cuales las poblaciones civiles deben enfrentarse día tras día. Las guerras, el terrorismo, son solamente una parte, sin duda la más devastadora. Al acecho están odios ancestrales como el conflicto racial en Estados Unidos, la delincuencia común que en países como Venezuela cobra más víctimas que una guerra, las dictaduras y golpes de estado como el que acaba de sufrir Turquía. En este país, en 48 horas, una sublevación militar ha dejado al menos 265 muertos, miles de heridos, miles de presos y sobre todo ha desatado nuevos odios que llevarán a nuevas venganzas. Eso sin saber todavía cuáles serán las consecuencias internacionales tras las reacciones tibias y bastante tardías, de Europa y Estados Unidos, frente al golpe.

Los retos que hay que enfrentar son muy graves y muchos los peligros que hay que evitar. Miedo y dolor podrían seguir reforzando los movimientos y partidos nacionalistas y xenófobos. Es esa la gran apuesta del Is. Los jihaddistas saben que, en la medida en la cual las poblaciones se aíslen, se armen, se odien, más altas serán las posibilidades de deslizar en una guerra de todos contra todos que los beneficiaría enormemente.

La humanidad deberá empezar a entender que el mundo está fuertemente interconectado, que es verdad que una pequeña acción realizada en un lugar puede tener repercusiones positivas o negativas en otro, por más lejano que esté y transformarse en un boomerang. Habrá que comprender que no es momento de divisiones sino más bien de buscar puntos de encuentro, que el mundo no puede seguir siendo tan asimétrico y que problemas como el cambio climático nos atañen a todos por igual.

No es momento de votos castigo ni de decisiones tomadas con el estómago más que con la cabeza. Y sobre todo no es momento de tener a un payaso peligroso, en la conducción de un país tan fundamental para la paz mundial, como es Estados Unidos.

Los ecos de disparos lejanos se han acercado, han llegado a nuestras casas. La vida de cada uno de nosotros depende de la capacidad que tendremos de poner nuestro granito de arena y actuar racionalmente.

Somos seres humanos de un mismo planeta, ha llegado la hora de actuar como tales.


Photo Credits: Sylvain SZEWCZYK

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