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Photo by: pululante ©

Triste futuro para Perú

Años de mal gobierno y corrupción han logrado corroer la democracia peruana hasta llevarla al borde de un abismo. 

Las recientes elecciones mostraron un país cansado, fraccionado, sin esperanza. Sentimientos que son el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de los populismos. En segunda vuelta, se disputarán la presidencia, con un porcentaje reducido de papeletas y una abstención significativa a pesar de la obligatoriedad del voto, Pedro Castillo, maestro sindicalista, y la inefable KeikoFujimori, digna hija del ex dictador. 

Castillo logró movilizar a la población del interior del país mientras que Keiko consiguió sus votos en los círculos privilegiados de Lima. Sin embargo, el resultado de ambos fue muy pobre. Castillo obtuvo el 19 por ciento de los votos y Fujimori el 13 por ciento. Los que se abstuvieron junto con los que dejaron su papeleta en blanco superaron el 30 por ciento. Son ellos los verdaderos ganadores de estas elecciones, pero no serán ellos quienes gobernarán el país.

Pedro Castillo y Keiko Fujimori, representantes de la izquierda y la derecha más radicales muestran una vez más como los opuestos se tocan. 

Sin importar quien gane, Perú parece encaminado hacia un gobierno autocrático dispuesto a dar un duro golpe a los derechos humanos de las mujeres y de la comunidad LGTBQ+. Ambos prometieron políticas duras contra la paridad de género, el derecho al aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo. Como si esto no fuera suficiente el partido ultraderechista Renovación Popular, encabezado por el miembro del Opus Dei Rafael López Aliaga llevará al Congreso a más de 10 representantes. Se agravará aun más la situación de los derechos humanos de las mujeres y de la comunidad LGTBQ+, baste pensar que este partido condena el aborto hasta en los casos de violaciones. 

Tras los dolorosos años en los cuales la violencia de Sendero Luminoso y la dictadura de Fujimori dejaron una estela de muertos y heridas de no fácil cicatrización, los peruanos trataron de defender la recuperada y frágil democracia. Frente a un pueblo dispuesto a luchar por ella, hubo una clase dirigente incapaz de estar a la altura de su mandato.

Corrupción, nepotismos, injusticias, enlodaron la política salpicando casi todos los partidos. El Congreso se fue transformando en un mercado de favores y en el lugar ideal para ralentizar la justicia y evitar condenas a pesar de la gravedad de las acusaciones. Un ejemplo para todo: la candidata y posible presidenta Keiko Fujimori está siendo investigada por lavado de dinero durante la campaña de 2011. Según la Fiscalía habría recibido un millón de dólares de la constructora Odebrecht. Indiferente a esta acusación Keiko, promete, además, liberar al padre Alberto quien sigue en prisión tras la condena por sus gravísimas violaciones a los derechos humanos.

Solo un sostenido crecimiento económico permitió a la población sobrevivir a pesar de sus gobernantes. Delicado equilibrio que desbarató con violencia la Covid 19. 

La pandemia mostró en toda su descarnada evidencia la ineficiencia de la política. Mientras la sociedad sufría los estragos de una peste que cobraba vidas y debilitaba la economía, los presidentes fueron cayendo uno tras otro llegando al cambio record de tres en poco más de una semana. El conflicto entre los poderes ejecutivo y legislativo se agudizó y una guerra sin exclusiones de golpes concluyó con la destitución del Presidente Vizcarra y la entronización de Manuel Merino, ex Presidente del Congreso.

Demasiado. Miles de personas, en su mayoría jóvenes, se volcaron a las calles y, a pesar de la violencia policial, no las dejaron hasta que Merino dimitió y asumió la presidencia el ingeniero y profesor universitario Francisco Sagasti.

Las esperanzas de un cambio se esfumaron rápidamente. La Covid 19 colapsó un sistema sanitario obsoleto e ineficaz, la crisis económica se fue profundizando y la población mostró en las urnas todo su cansancio y decepción. 

Lamentablemente cada papeleta en blanco, cada voto perdido, significaron una ganancia para el radicalismo, único capaz de movilizar sus bases. Perú corre el riesgo de perder su democracia, que, a pesar de los errores, es mejor de cualquier dictadura. Y, como si eso fuera poco, también está a punto de sufrir un gravísimo retroceso en materia de derechos humanos. Democracia y derechos requieren de años y años de lucha. Sin embargo, tan solo un minuto es suficiente para perderlos. Es el triste futuro que podría tocarle a los peruanos.


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