No escogieron nacer. Ningún niño o niña puede tomar esa decisión. Y, sin embargo, miles y miles de ellos, conocen el sufrimiento aun antes de abrir los ojos a la vida. Pobreza, violencia, guerras, migraciones, son males que repercuten con particular dureza sobre los más pequeños.
Según el último reporte de UNICEF en el mundo 151,6 millones de niños y niñas trabajan y de ellos casi la mitad es víctima de esclavitud, prostitución, trata. Muchos son reclutados para conflictos armados.
Otros miles y miles son desplazados y conocen, a veces solos, otras junto con algún familiar, el amargo y duro camino de la emigración. Hacinados en las fronteras donde los han lanzado las olas de la violencia, el hambre, las guerras, representan el sector más vulnerable de una humanidad de por sí débil e indefensa. Todavía hoy no sabemos dónde fueron a parar centenares de niños que fueron separados de sus padres en la frontera entre México y Estados Unidos, a causa de la deshumana política migratoria del Presidente Trump. Nos preguntamos qué será de sus vidas en estos momentos, cuando la pandemia no solamente obliga a permanecer en casa, sino que agudiza violencia y pobreza.
Según datos de UNICEF la pandemia pone en peligro la vida y la salud, ya de por sí precarias, de los niños migrantes, entre los cuales hay 12,7 millones de refugiados y 1,1 millones de solicitantes de asilo. Si ya son pocos, entre ellos, los que pueden acudir a clases, se prevé que ahora ese número disminuirá ulteriormente. En muchos casos viven en situaciones de extrema precariedad y carecen de comida y agua potable.
Igual situación de peligro corren los niños quienes están detenidos en diferentes países. Muchos de ellos están presos únicamente por su situación migratoria. El hacinamiento, la falta de higiene y de una buena alimentación, en las cárceles y reformatorios en los cuales están recluidos, pueden favorecer un brote incontrolable del Covid-19. La Directora Ejecutiva de UNICEF Henrietta Fore declaró que: “los niños detenidos son también más vulnerables al abandono, al abuso y a la violencia de género, especialmente si la pandemia o las medidas de contención provocan una falta de personal o de atención”.
El Covid-19 por un lado está profundizando los peligros que corren los niños y niñas quienes ya viven en situaciones de emergencia y por el otro está aumentando las amenazas que acechan a los más pequeños en general, estén donde estén.
El confinamiento alejó de las escuelas a millones de menores quienes no tienen recursos para acceder a la enseñanza online. En los países desarrollados, son, en su mayoría, hijos de padres humildes quienes, además, tienen que salir a trabajar a pesar del peligro de contagio.
Para muchos de esos niños y niñas, no poder ir a la escuela significa también perder su única comida completa, y el acceso a la salud. Según Henrietta Fore, Directora Ejecutiva de UNICEF: “A menos que actuemos de inmediato ampliando servicios vitales para los niños más vulnerables, las devastadoras repercusiones de la COVID-19 durarán décadas”.
Otro peligro, diferente pero igualmente grave es el que asecha a los niños quienes sí tienen acceso a computadores e internet. En estos días de confinamiento los departamentos de policía que se ocupan de crímenes informáticos están alertando sobre un aumento de actividad en los círculos que comparten imágenes y videos de pornografía infantil en las redes profundas de Internet.
Algunos consiguen fotos comprometedoras de los mismos adolescentes quienes, al transcurrir mucho más tiempo en Internet, son fácil presa de personas enfermas y sin escrúpulos quienes los engatusan y convencen a mandarles esas fotos. En otros casos, los niños, niñas y adolescentes, viven en casas en las cuales los pedófilos son sus propios familiares o cuidadores. Ellos mismos los filman mientras los someten a violaciones sexuales y otras violencias y luego suben a las redes los videos.
Si bien muchos de los niños y niñas víctimas de quien produce ese material tan aberrante, viven en países pobres, son emigrantes o huérfanos de guerra, los usuarios son en gran mayoría personas que residen en las naciones más ricas, sin excepción alguna. Naciones en las cuales muchas casas son teatro de violencia contra niños y mujeres y el encierro se transforma en un drama cotidiano.
El coronavirus pareciera estar prendiendo reflectores implacables sobre las peores infamias de la humanidad. Ha desgarrado velos que tapaban miserias e injusticias, ha mostrado la fallida teoría del individualismo, ha transformado el futuro en un túnel oscuro para todos y ha vuelto más amargo el sufrimiento de quien ya sufría. El degrado moral y ético de una sociedad que consume con avidez y sin límites se está mostrando a nuestros ojos en toda su crudeza.
Sin embargo, no hay acciones más aborrecibles y despreciables de la violencia hacia los niños y niñas, seres que no pidieron de nacer y que nosotros adultos deberíamos cuidar y defender.
La palabra infancia debería estar ligada a la alegría. Para muchos solo significa sufrimiento.
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