Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
confederate statues down
Photo by: Ryan Patterson ©

Símbolos y lenguaje

La muerte de John Lewis, histórico congresista demócrata afroamericano, hubiera sido motivo de luto y dolor en cualquier momento. Sin embargo, nunca como ahora, es importante recordar las luchas que ha llevado adelante, durante toda su vida, como militante antes y congresista después, para defender los derechos de la comunidad afroamericana. Nacido en Troy, Alabama, en los años ’40 del siglo pasado, Lewis sufrió en primera persona la violencia, las humillaciones, las injusticias del racismo.

Amigo de Martin Luther King, estuvo a su lado con firmeza y valor. Como él creyó en la no violencia y fue el presidente más joven de the Student Nonviolent Coordinating Committee. En 1963, durante la inolvidable manifestación en la cual King lanzó su famoso discurso I have a dream, Lewis habló al numeroso público siendo el líder más joven en tomar la palabra. Más tarde fue uno de los Big Six que organizaron la célebre marcha de Selma. En esa ocasión con violencia inusitada la policía le golpeó causándole la fractura de cráneo.

John Lewis, a lo largo de su vida fue testigo de muchas agresiones. Asistió al linchamiento de su amigo Jim Zwerg, por parte de un grupo de hombres, mujeres y niños blancos. Su cuerpo fue herido más de una vez, pero nunca nadie logró doblegar su alma. Lewis, quien fue reelecto durante más de 30 años con mayorías abrumadoras, luchó, luchó siempre, incansable, no solamente para defender los derechos de los afroamericanos sino también los de otras minorías como por ejemplo los inmigrantes. Más de una vez levantó su voz para criticar duramente la política migratoria del presidente Trump.

Cuando nació el movimiento Black Lives Matter, en 2013, Lewis lo apoyó de inmediato. La consigna que la escritora Alicia Garza, puso en una carta dirigida a la comunidad afroamericana, ha sido repetida miles de veces no solamente en Estados Unidos sino en todo el mundo. Garza la escribió tras la muerte, a manos del capitán de vigilancia George Zimmermann, de Trayvon Martin, un muchacho afroamericano de 17 años. A pesar de todas las evidencias que demostraron que Martin no había hecho nada que pudiera despertar sospechas o amenazas y por ende causar la reacción violenta de Zimmermann, su asesino fue absuelto.

Black Lives Matter, con un hashtag, se ha transformado en el lema de quien lucha contra el racismo, la desigualdad del sistema judicial, los excesos policiales y la violencia de los supremacistas blancos.

Sin embargo, ni las manifestaciones, ni las protestas, ni las acciones de algunos políticos, lograron erradicar el racismo que sigue latente en una parte de la sociedad norteamericana. Después de Trayvon muchos sufrieron violencia y otros murieron a manos de la policía. La población afroamericana sigue siendo profundamente discriminada. El racismo se traduce en menores oportunidad de estudio, de salud, de desarrollo personal y profesional. Injusticias que se están poniendo en evidencia en estos tiempos de pandemia.

La mayoría de las víctimas del coronavirus es afroamericana. Y todos pudimos asistir a los últimos minutos de George Floyd, asesinado con frialdad por un policía mientras otros colegas, indiferentes a las protestas de la gente, no hicieron nada para evitarlo.

Oleadas de personas se han lanzado a la calle pidiendo justicia después de ese enésimo acto de violencia. La mayoría lo hizo pacíficamente. Pocos aprovecharon la ocasión para realizar actos vandálicos contra algunos establecimientos comerciales.

No faltaron quienes lanzaron al piso estatuas que representan a personajes de la historia norteamericana que apoyaron el esclavismo y fueron ellos mismos esclavistas.

Inmediatamente se levantaron voces diversas para criticar esas acciones. Personajes de reconocida vocación democrática sintieron la obligación de censurar el derribo de las estatuas.

Es verdad que se vuelve difícil apoyar la destrucción de una obra de arte. Sería como justificar la quema de los libros perpetrada por las peores dictaduras de la historia. Sin embargo, hay que considerar que los símbolos tienen un gran valor.

Las estatuas podrían ser guardadas en un Museo, a recuerdo de unas páginas dolorosas de la historia de Estados Unidos. 

Quitarlas de las plazas no eliminaría ese pasado, que es tan reciente y sigue siendo una herida abierta dentro de la sociedad norteamericana. Mas, sí se eliminaría la exaltación de esa historia. Quitando las estatuas de las plazas, se dejaría de ofrecer un lugar heroico a personajes que causaron muerte y dolor y se evitaría a muchas personas la humillación de verlas y recordar, día tras día, el sufrimiento de su gente. ¿Cuántos de nosotros aceptaríamos ver, en una plaza pública, la escultura de un serial killer, de un genocida, de un ladrón o de un violador? ¿Cuántos aceptaríamos ver la representación en bronce o mármol de una persona que ha matado, torturado, humillado a un familiar?

Los símbolos, así como el lenguaje, tienen un gran valor. Símbolos y palabras son una representación de nuestra cultura, de nuestra manera de ser y de ver. Ellos contribuyen a la creación de la historia contemporánea.

Considerar “normales” ciertas imágenes, afirmaciones, carteles publicitarios o estatuas, que contienen mensajes de discriminación y exclusión, significa considerar “normales” esos mismos mensajes.

Luchar para que ciertos símbolos y expresiones lingüísticas cambien, no modifica el pasado, pero sí puede cambiar el futuro.


Photo by: Ryan Patterson ©

Hey you,
¿nos brindas un café?