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mauro bafile editorial
Photo Credits: Matthias Ripp ©

El regreso del conservadurismo en América Latina

Bolsonaro, Macrí, Duque, Piñera, Vizcarra, Abdo Benítez. El viento conservador pareciera haber barrido el sueño socialista en América Latina. La creación de “Prosur”, un espacio panamericano que busca enterrar a la Unasur, define claramente la orientación de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos producto de los tantos errores de una izquierda ingenua que creyó en el discurso populista de líderes a quienes interesaba solo el poder.

Es así como, mientras en Europa el debate se centra en el Brexit, un divorcio traumático que obliga la Unión Europea a revisar sus prioridades y trazarse una hoja de ruta creíble con programas de Unión Fiscal y Unión Política sin los cuales no podrá avanzar hacia un federalismo real; y en los Estados Unidos el Presidente Trump, a las puertas de una nueva campaña electoral, centra su atención en la cruzada contra la emigración clandestina, para compactar nuevamente esa base minoritaria que lo llevó a la Casa Blanca, en América Latina la derecha resucita de las cenizas.

Como predecían las mentes más lúcidas de los movimientos progresistas latinoamericanos, el socialismo del Siglo XXI, aquella revolución pseudo-humanista promovida por el extinto presidente Chávez, se ha revelado un gran fraude; un cascarón vacío que permitió alimentar el sueño de los idealistas, el ego de “caudillos” anclados en el pasado y, sobretodo, la ambición de poder y de riqueza de quienes sometieron a sus Países y permitieron el saqueo de las instituciones.

El discurso populista de Chávez, reforzado por un hábil aparato propagandístico, fue creíble hasta tanto los precios del petróleo lo permitieron. Cuando comenzaron a venir menos los recursos económicos, los sueños desaparecieron, el castillo de naipes se desmoronó y solo quedó la realidad. El submundo de podredumbre y descomposición emergió alimentando el desengaño y la decepción. Los casos de corrupción se multiplicaron sin parar salpicando, hasta cubrirlos de lodo, a presidentes, ministros y gerentes de empresas estadales.  El caso “Lava Jauto” es solo la punta de un inmenso Iceberg, el escándalo más elocuente por sus implicaciones internacionales. En el caso de Brasil, Argentina y Perú, países en los cuales las instituciones democráticas descansan todavía sobre bases sólidas, la justicia funcionó. En Brasil, el ex presidente Ignacio Lula da Silva, y una cúpula de más de 150 “intocables”, han ido a parar en la cárcel y, ahora, Michel Temer ha sido detenido y acusado de encabezar una organización criminal que “desviaba capitales”. En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner acumula fallos judiciales adversos que la ponen en el umbral de la cárcel. En Perú, la líder de la Oposición, Keiko Fujimori, está en una penitenciaría, el ex presidente Ollanta Humala estuvo 9 meses en la cárcel y otro ex presidente, Alejandro Toledo, es prófugo de la justicia.

Venezuela es una caso único, al igual que Nicaragua. Chávez y Ortega lograron avasallar todas las instituciones y acallar el profundo malestar de la población con la represión, la cárcel, la censura y, cuando todas estas resultaban insuficiente, con la desaparición forzosa y la intervención de bandas paramilitares. Venezuela, hoy, es un país sumido en el caos con dos presidentes y dos Asambleas. Si no ha estallado una guerra civil es solo porque las armas las tiene quien manda en Miraflores. Y Nicaragua respira el aire tóxico de la represión, entre protestas, muertos y multitud de jóvenes detenidos.

La izquierda honesta, los movimientos progresistas sinceros no supieron aprovechar el momento. El populismo y la demagogia no se lo permitió. Chávez, Kirchner, y sus pares, necesitaban desenterrar la lucha de clases, evocar el viejo fantasma del imperialismo  y fomentar el nacionalismo ciego para perpetuarse en el poder. Ninguno buscó modernizar el Estado para asegurar el bienestar de la población. Su objetivo era reformarlo para eternizar su autoridad. Después de 20 años, el balance es desastroso. Siguen creciendo las diferencias sociales, avanza la corrupción y la economía está en crisis.

Ahora asistimos a un giro a la derecha. Los gobiernos conservadores han remplazado a los populistas que se hacían llamar de izquierda. América Latina muestra otro perfil. Con Prosur, pareciera haberse consumido definitivamente la metamorfosis política de nuestro hemisferio.

Los movimientos progresistas deberán aprender de sus errores, adaptarse a una nueva realidad que no es la de las revoluciones o de las consignas fáciles de digerir pero vacías de contenidos. Deberán trazarse una nueva ruta orientada hacia el welfare. Nuestro hemisferio, luego de dos décadas perdidas, necesita transitar por una dialéctica política que refuerce las instituciones, depure los partidos de corruptos, aleje definitivamente los populismos y defienda la democracia y la alternabilidad en el poder como única vía de progreso social y cultural.


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