Raúl Castro y Papa Bergoglio. Un encuentro caracterizado por la máxima reserva y que marca un hito importante en la historia de Cuba. Tras 55 minutos de reunión a puertas cerradas un muy sonriente Raúl Castro, dijo del Pontífice: “Si continúa hablando así, les aseguro que volveré a rezar y regresaré a la Iglesia”. Palabras que sonaron como campanitas entre la gran mayoría de la población cubana y de todos quienes deseamos que vuelvan a fluir las relaciones entre Cuba y Estados Unidos pero que cayeron como piedras en los que viven esa distensión como amenaza a sus intereses económicos y políticos.
Francisco, primer Papa latinoamericano, dejará una honda huella en la Iglesia, en el mundo, pero sobre todo en nuestra región.
Con fina diplomacia ha ido impulsando dos de los grandes cambios que están caracterizando el comienzo del siglo XXI en América Latina: el proceso de paz en Colombia y el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Teniendo a su lado, como Secretario de Estado a Mons. Pietro Parolín, diplomático de gran cultura y con un profundo conocimiento de América Latina, cuya última sede como Nuncio Apostólico ha sido Venezuela, Papa Francisco ha ayudado a construir puentes entre los que parecían enemigos irreconciliables, a sabiendas que ambas confrontaciones, la de las FARC y el gobierno colombiano y la de Cuba y Estados Unidos, estaban desgastadas por el transcurrir de largos, demasiados, inútiles y dolorosos años. Lo único que se recogió tras la siembra de tanto odio fue el sufrimiento de las poblaciones.
Colombia necesita la paz para ir cicatrizando heridas y seguir adelante. Guerrilla, narcotráfico, paramilitares y gobernantes corruptos son igualmente responsables del constante y doloroso desplazamiento, pobreza y muerte de ciudadanos inermes e inocentes. Todos ellos han sembrado la tierra de minas y de tumbas y han detenido el crecimiento económico y democrático del país. A pesar de los rencores del pasado los colombianos saben que sin paz el país se hundiría definitivamente en el caos. Pero saben también que ese camino es difícil porque los intereses que están en juego son muy grandes. Papa Francisco ha estado trabajando con la diplomacia del Vaticano desde el comienzo mismo de esas conversaciones de paz, desde los primeros contactos entre las FARC y el gobierno colombiano. Cuando en 2012 el Presidente Santos realizó una visita a la Santa Sede el Pontífice dijo: “Solamente los valientes insisten en objetivos como la paz, que pueden ser costosos, pero a final de cuentas son los que valen la pena”. Un apoyo que sigue inalterado aunque en la mayoría de las veces se mueva detrás de bastidores.
Aún más activa y si queremos relevante por las consecuencias que puede tener en los escenarios futuros de Cuba y del resto de los países de América Latina, es la actividad diplomática que desde el Vaticano se ha ido desarrollando para favorecer el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, poner fin al embargo y devolver poco a poco la normalidad al pueblo cubano.
Tanto Raúl Castro como el Presidente Obama necesitan poner punto final a ese conflicto. Raúl porque está consciente de la imposibilidad de mantener el aislamiento sin poder contar con la ayuda económica de Venezuela, país sumido en una profunda crisis económica, y Obama porque quiere terminar su mandato con una acción que lo proyecte hacia la historia.
También en este caso la diplomacia vaticana se ha ido moviendo con gran discreción pero también con firmeza gracias al trabajo que en Cuba están llevando adelante los obispos locales guiados por el cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino.
Si la intervención del Pontífice es fundamental en esta primera etapa, aún más lo será cuando el deshielo se torne una realidad tangible y el gobierno cubano tenga que manejar una transición económica y democrática dentro del país.
Raúl sabe que la mediación del Papa puede ayudarle a crear un escudo para evitar que el inevitable impacto del ingreso del capitalismo se transforme en un terremoto que arrase totalmente con el pasado. Rusia y los países ex soviéticos son un claro ejemplo de lo que puede significar una transición de un régimen sin libertad a otro donde la libertad no conoce reglas. La estela de corrupción y pobreza que ha dejado la caída del muro de Berlín en esos países están a la vista de todos.
Raúl lo sabe y sabe que solamente el Papa puede ayudarle a crear límites morales e identitarios en una población sofocada por años de privaciones.
Pero el camino diplomático que debe transitar el hermano pequeño de los Castro no es nada fácil. La tela que está tejiendo es extremadamente delicada tanto nacional como internacional.
Si dentro del país necesita construir consensos entre sus más estrictos colaboradores, a nivel internacional debe encontrar un equilibrio entre viejos y nuevos aliados.
Y así, moviéndose entre el diablo y el agua bendita, tras su visita al Vaticano ha viajado a Rusia para participar en la celebración por los 70 años de la victoria soviética sobre el nazismo.
En clave más local y menos aparatosa lo vimos también mientras marchaba al lado del Presidente Maduro en el desfile del Primero de Mayo.
Con gran sentido de la realpolitik Raúl sabe que el camino hacia una total normalización de las relaciones con Estados Unidos es todavía largo y que, en el mientras, compartir consignas para consumo interno con los gobernantes venezolanos no tendrá mayores consecuencias. Por lo menos no por ahora.