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Mariza Bafile

Política versus populismo

Vestida de blanco, sobria, sonriente y seria al mismo tiempo, Hillary Clinton, subió al podio de la convention democrática y aceptó la candidatura a la Presidencia de Estados Unidos. Por primera vez una mujer ha logrado romper el techo de cristal del poder masculino en este país, marcando un antes y un después en su historia.

Hillary Clinton conoce bien sus capacidades y sus limitaciones. Sabe que no tiene dotes de fabulador como su esposo, ni el poder de emocionar masas como Sanders u Obama. No le interesa manejar el lenguaje populista. Pero es una persona sumamente preparada y conoce de política nacional e internacional como pocos. Era una joven universitaria cuando empezó a luchar por un país más justo, ha sido la primera en enarbolar la bandera de la reforma sanitaria y ha defendido los derechos de los más débiles, de los niños, de los discapacitados, de los inmigrantes, de los afroamericanos y de las mujeres. Aún recordamos las palabras que pronunció en 1995 en Beijin, durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre las Mujeres, y que ha repetido frente a la platea de la convention democrática: los derechos de las mujeres son derechos humanos.

Hillary Clinton, quien en sus encuentros privados con personas de todo tipo, es cálida, preocupada y simpática, en público aparece mucho más comedida y fría, actitud que muchos le critican. La verdad es que cualquier mujer que debe construirse un espacio en un lugar dominado por hombres, sabe lo difícil que es evitar que su femineidad sea confundida con debilidad. Cualidad, ésta, que, sobre todo para una política, puede resultar letal.

Sin embargo, durante la convention democrática, Hillary supo llegar al corazón y a la mente de las personas, de todos, independientemente de sus preferencias políticas, religiosas, de sexo, nacionalidad y estado migratorio.

No utilizó gritos, sino palabras claras. No presentó un panorama apocalíptico, señaló los avances que se han logrado en los ocho años de presidencia Obama pero también los problemas que todavía existen y que exigen solución. No lanzó proclamas, enumeró los puntos más importantes de un programa estructurado y serio. Asumió como suyas las batallas de Bernie Sanders, habló de inclusión y no de exclusión, de alianzas y no de muros, de paz y no de guerra. Mientras en las calles millares de personas participaban en la marcha organizada por Food & Water Watch, pidiendo energía limpia y protestando contra el fracking y sus efectos devastadores en el medio ambiente, Hillary prometió atención a los problemas ambientales y políticas para revertir el calentamiento global. No habló al singular sino al plural. “Su” país, el país que quiere construir con el aporte responsable de todos, es inclusivo, abierto, respetuoso de todas las diferencias, sólido en sus relaciones internacionales.

Ni sus palabras, ni el tono de voz, ni sus gestos fueron los de un populista. Hillary Clinton asumió la candidatura a la Casa Blanca con la responsabilidad y seriedad de un estadista.

Tras asistir a tantas vulgaridades por parte del otro candidato, tras vivir como latinoamericanos las consecuencias de las mentiras de los populistas, tan hábiles en manipular los sentimientos más genuinos de las personas, el discurso de la candidata demócrata a la Casa Blanca, abrió una esperanza. Aún en un mundo que todo lo traga en un segundo, que busca la inmediatez de las promesas irrealizables, es posible asistir al regreso de la política, de la buena política.

A pesar de todo, el camino hacia la Presidencia, para Hillary, es muy empinado y los próximos meses serán duros. Deberá enfrentar ataques despiadados, calumnias; será víctima de una guerra sucia sin exclusiones de golpes, como demuestra la intrusión de hackers, posiblemente rusos, en los sistemas informáticos del Comité de Campaña Demócrata del Congreso. Hillary también deberá superar las sombras de errores pasados y disipar las desconfianzas que todavía existen en su propio electorado. Tendrá que redoblar esfuerzos por el simple hecho de ser mujer porque el hueco que hizo al techo de cristal con su candidatura, no implica en absoluto su fractura definitiva. Podría ser sencillamente un hueco que se recompacta, para volverse más duro que antes.

En este momento son 14 las mujeres que ocupan el cargo de Presidente o Primer Ministro en uno de los 196 países del mundo. Eran 15 antes que empezara el proceso de impeachment contra Roussef. Isabel Perón, en Argentina, fue la primera mujer Jefe de Estado en el mundo, mientras que la primera en ocupar la silla de Primer Ministro fue Sirimavo Bandaranaike en Sri Lanka.

La elección más reciente es la de Theresa May, Primer Ministro del Reino Unido, la única después de Margaret Thatcher.

La elección de Hillary puede significar un gran adelanto para las mujeres de un país marcado por desigualdades en el trabajo y con altos índices de violencia de género. Y no solo. Ocupar la silla presidencial de una nación como Estados Unidos, que juega un rol estratégico tan importante a nivel internacional, significaría un paso adelante en los derechos de todas las mujeres, estén donde estén. Sin embargo decir que hay que votar por Hillary, solamente por el hecho de que sea mujer, sería reductivo e injusto.

Hillary es, antes que todo, una política con gran experiencia, preparada y seria. Es una persona quien, independientemente de su sexo y de su vida privada, está a la altura de asumir una responsabilidad tan grande como es el gobierno de un país que puede determinar el futuro de la humanidad. Muchas son las cosas que están en juego en estas elecciones y muchos son también los problemas que a diario millones de personas tienen que resolver entre rabias, miedos y desconsuelos. Diferentes, muy diferentes, los caminos que nos proponen los dos candidatos para enfrentar esos retos. Demócratas y republicanos siempre tuvieron visiones distintas pero nunca se había llegado a una polarización tan radical.

La política se enfrenta al populismo. La responsabilidad de la razón contra la pasión del estómago. Los juegos están abiertos y el resultado dramáticamente imprevisible.


Photo Credits: Lorie Shaull

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