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Photo by: Pontificia Universidad Católica de Chile ©

Poder y debilidad del voto

Noviembre es un mes durante el cual muchas poblaciones en América Latina fueron y serán llamadas a las urnas. En Nicaragua, Chile y Honduras para elegir al Presidente, en Argentina para renovar la Cámara y el Senado y en Venezuela para escoger a los gobernadores y alcaldes.

Tanta vitalidad electoral obliga a una reflexión sobre el poder y la debilidad del voto. 

La patética farsa electoral que se desarrolló en Nicaragua ha demostrado, una vez más, que para los caudillos las elecciones son solamente una fachada detrás de la cual se esconde la prepotencia del poder.

Los Ortega, sin preocuparse mínimamente del repudio internacional, aseguraron su triunfo encarcelando previamente a siete aspirantes presidenciales y a otros líderes opositores, sofocando brutalmente cualquier manifestación de descontento, cancelando tres partidos políticos, silenciando la prensa y, en general, extendiendo en todo el país el manto del miedo.

A pesar del apoyo inmediato e inefable de Venezuela, Bolivia y Honduras y de la vergonzosa ambigüedad de los gobiernos de Argentina y México, la gran mayoría de los países democráticos, de América Latina y del mundo, evitaron reconocer la elección de Daniel Ortega al considerarla una farsa. Sin embargo, allí siguen los Ortega, más fuertes que nunca y allí sigue una población cada vez más aterrorizada, inerme frente a tamaña injusticia.

La soledad de los pueblos obligados a vivir la mofa de una elección que todo el mundo, a priori, considera falsa, es profunda y terrible. 

¿Qué se puede hacer? ¿Cuáles mecanismos se deberían poner en campo para evitarlo? Es una pregunta a la cual todavía no sabemos dar una respuesta. Por ahora los ciudadanos dudan entre votar o mejor abstenerse. La verdad es que ninguna de las dos decisiones garantiza un cambio positivo. 

Venezuela es un claro ejemplo. Votar o no votar fue el gran dilema de los venezolanos en diferentes ocasiones. Llamados a las urnas innumerables veces, en los 20 y más años de chavismo, lo han intentado todo: desde no votar hasta una gran movilización que llevó a una victoria legislativa que, de inmediato, el gobierno se dedicó a debilitar hasta anularla. Ahora, una vez más, en vísperas de las elecciones regionales se reactivó esa disputa. En un primer momento se habló de una abstención masiva y luego gran parte de la oposición decidió participar con candidatos propios. La decisión, nada fácil, dejó un reguero de resquemores dentro del antichavismo ya de por sí dividido.

Cuáles que sean los resultados, lo más probable es que los opositores que llegasen a ganar sean víctimas del chantaje económico del gobierno que es quien maneja los fondos.

En otros casos, las elecciones son influenciadas por hechos puntuales. Por ejemplo, en Chile las protestas crearon una fractura dentro de la sociedad. Dieron alas a extremismos muy peligrosos que poco ayudarían a reconstruir un clima de paz y de gobernabilidad tan importantes para el país.

En Argentina, la difusión del coronavirus puso al descubierto los claroscuros de un gobierno incapaz de ofrecer una imagen coherente en el manejo de la pandemia y de la economía. La consecuencia fue la pérdida del control del Senado por parte del peronismo.

Cerrará el mes la elección presidencial en Honduras, otro país con una situación extremadamente delicada. Sobre el actual Jefe de Estado Juan Orlando Fernández pesan las sospechas de narcotráfico tras el arresto, en Estados Unidos, del hermano y ex diputado Tony Hernández. Este último fue condenado a cadena perpetua por un tribunal federal de Nueva York según el cual traficó droga entre Honduras y Estados Unidos durante 12 años. 

Otro de los aspectos que critican a Juan Orlando Fernández es su talante autoritario.

Críticas que parecieran importar muy poco al actual Jefe de Estado quien sostuvo, hace apenas unas semanas, un encuentro con Daniel Ortega en Managua, reforzando su amistad con el dictador nicaragüense a quien dio todo su respaldo tras las elecciones.

Un clima extremadamente enardecido tras la larga cadena de asesinatos políticos que tiñeron de sangre la campaña electoral en todo el país precede el momento en el cual la población deberá expresarse. 

Es evidente que la única posibilidad de prevenir situaciones, como la de los Ortega en Nicaragua o del chavismo en Venezuela es evitar que los caudillos lleguen a la Presidencia. Eso significa que hay que promover una información veraz y honesta, alejada de las payasadas populistas de los candidatos, para que los votantes razonen y entiendan los pros y los contras de su voto. Votar bajo el efecto de una situación puntual, de una emoción o de la rabia, resulta sumamente peligroso.

Desde el momento en el cual un caudillo o cualquier personaje con tendencia autoritaria llega a la Presidencia tras un proceso electoral, los pueblos quedan solos frente a cualquier desmán y su voz, por más que vuelvan a las urnas, se volverá cada vez más débil.


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