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Photo Credits: Brooke Binkowski ©

Un país que olvidó su pasado

Los inmigrantes, en cualquier país del mundo, son el sector más vulnerable de la sociedad. Es fácil usarlos como chivo expiatorio para justificar crisis económicas y políticas erradas. En muchos casos su presencia despierta temores y suscita inquietudes. Sus peculiares características físicas, el sonido incomprensible de nuevos idiomas, los productos alimentarios antes desconocidos que empiezan a llenar los anaqueles de los supermercados para satisfacer paladares diversos, rompen la tranquilidad de una cotidianidad, muchas veces odiada, pero envuelta en la seguridad de lo conocido.

Muchos y diversos los políticos que aprovechan estos temores para alargar su base electoral y de consensos. Alimentan la sensación de peligro y se presentan como paladines de la seguridad. Al señalar la diversidad como amenaza, asumen un rol de protección paternal, conscientes del efecto que eso puede tener en poblaciones asustadas y acosadas por un bombardeo de informaciones que las redes sociales amplifican ad infinitum.

Bien conoce el Presidente Trump estas estrategias y no es casualidad que, desde los comienzos de su campaña electoral, haya dirigido su atención hacia las comunidades inmigrantes señalándolas cual si fueran la razón prima de los problemas que acechan inevitablemente a un país tan grande y tan diverso como Estados Unidos.

Ahora, tras la frustración por la fallida reforma sanitaria y acosado por la investigación que lleva adelante el fiscal especial Robert Mueller para definir si hubo connivencias entre su equipo y Rusia, durante el pasado proceso electoral, el Jefe de Estado norteamericano vuelve a utilizar el tema de la inmigración para recuperar terreno entre su electorado.

Esta vez lo hace apoyando un proyecto de ley de los senadores republicanos, Tom Cotton y David Perdue, que prevé una reducción drástica de la inmigración. Los únicos que podrían optar para una visa serían jóvenes con alto nivel de estudio y dominio del inglés y ya no primarían los lazos familiares a la hora de tramitar los documentos. La nueva propuesta permitiría solamente el ingreso de cónyuges e hijos menores de edad en grave detrimento de la unidad familiar de los inmigrantes.

El cerco sobre ellos se vuelve cada día más fuerte, crece el flujo de las deportaciones mientras disminuye el número de los refugiados aceptados y sigue la amenaza de un muro para dividir a Estados Unidos de México.

Trump olvida la historia del país que es llamado a gobernar, olvida que fue construido por inmigrantes, olvida la sangre que derramaron “otros” en todos sus conflictos y olvida el aporte invaluable que ellos siguen dando al crecimiento de esta nación.

Colosos de la finanza como JPMorgan aprovechan la ocasión para invertir en el negocio de las cárceles que, gracias a los indocumentados, se vuelve cada día más lucrativo.

Y, mientras Estados Unidos pierde en el camino el valor de la palabra solidaridad, se agudizan las razones que obligan a la emigración en muchas áreas de América Latina y el Caribe.

Desde Venezuela salen diariamente millares de personas en un éxodo casi incontenible que se diluye por el mundo llegando a los lugares más remotos del planeta. Escapan del hambre, la falta de medicinas, la brutalidad de la delincuencia y sobre todo de un régimen que cada día se aleja más del camino democrático. Y en Centroamérica la delincuencia desatada y feroz, el hambre, la falta de oportunidades, son el motor que empuja fuera de sus fronteras a migrantes de toda edad. Muchos los niños, algunos muy pequeños, que quedan a merced de traficantes y a veces desaparecen sin dejar rastro.

El desespero es tan grande que las personas están dispuestas a superar cualquier peligro, a someterse a cualquier abuso y humillación con tal de salir de sus países. Sin embargo muchas veces emprenden viajes hacia la muerte. Hace pocos días en México rescataron a 178 emigrantes centroamericanos que habían sido abandonados por sus traficantes mientras intentaban llegar a Estados Unidos. Tuvieron suerte, mucha más de la que corren decenas de otros indocumentados quienes mueren por el camino, números sin nombre, sepultados con todas sus ilusiones en tumbas ajenas.

Su única culpa, haber nacido en el lugar equivocado de un mundo del cual se va desdibujando la palabra humanidad.


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