Estados Unidos y China decidieron encarar el problema del cambio climático y sellaron un acuerdo para reducir sus emisiones de forma sustancial antes de 2030.
Es un pacto de gran importancia, que permite llegar con un piso más firme a la Conferencia de París contra el cambio climático en programa para el 2015, momento en el cual se espera lograr un protocolo global que sustituya al de Kyoto. El compromiso chino-estadounidense debería asimismo servir de ejemplo para otros países, como Australia, Canadá, Brasil, India o Rusia.
A pesar de las advertencias que llegaban de los científicos de todo el mundo, a pesar del preocupante informe de la ONU sobre las terribles consecuencias de las emisiones de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso producto de los combustibles fósiles, no era nada fácil lograr este acuerdo.
Xi Jinping y los dirigentes chinos trataron en pasado de esquivar responsabilidades escudándose detrás del hecho de que China fuese un país emergente y en Estados Unidos los grandes capitales ligados a las empresas más contaminantes han invertido millones para diluir las alarmas que llegaban de los expertos.
La reticencia de los gobernantes chinos responde a la preocupación por el costo que significará tener que cambiar, en pocos años y sin afectar su desarrollo, un modelo económico basado en el uso intensivo de carbón y petróleo.
La administración actual de Estados Unidos mostró en repetidas ocasiones mayores aperturas frente al problema del calentamiento global. Son recientes las declaraciones del secretario de Estado John Kerry quien, tras la presentación de los informes del Ipcc (Panel Intergubernamental contra el Cambio Climático) dijo: “Quien contesta los estudios sobre el clima pone en riesgo las futuras generaciones”.
Sin embargo Obama ha tomado la decisión de firmar este acuerdo en uno de los momentos de mayor debilidad y a sabiendas que tendrá que enfrentarse con la oposición de los republicanos que detienen la mayoría en la Cámara y en el Senado.
Es un esfuerzo que merece aprecio y solidaridad.
La salud de la Tierra se agravó mucho en el 2013, año en el cual la concentración de CO2, el gas que más contribuye al calentamiento global, registró un incremento mayor al de los últimos 30 años.
Las devastadoras consecuencias de las sequías, inundaciones, falta de agua potable causadas por el calentamiento global ocasionarán según ACNUR (Agencia de la ONU para los refugiados) un desplazamiento masivo de personas. Se calcula que entre 250 millones y 1.000 millones de personas de todo del mundo perderán sus casas o se verán forzadas a mudarse de territorio y hasta de país en los próximos 50 años.
Son datos que obligan a una reflexión seria y a una toma de conciencia no solamente por parte de los políticos sino también de la sociedad civil. La marcha multitudinaria denominada “Movilización Climática de los Pueblos” que se extendió cual pulpo humano en las calles de Nueva York, fue una gran demostración de una masiva sensibilización hacia este problema. En esa ocasión la presencia de los latinos fue muy grande, la evidenciaron pancartas de todo tipo, enormes muñecos de papel maché, banderas.
Coral Davenport en un artículo para el New York Times escribe que la mayoría de los hispanos que vive en EEUU, sobre todo los jóvenes y las mujeres, cree en la necesidad de llevar adelante políticas vueltas a frenar los efectos del cambio climático y de respaldar a los políticos dispuestos a hacerlo.
No podría ser de otra manera. La comunidad latina está consciente de los riesgos que enfrentará el mundo si los políticos siguen escondiendo la cabeza bajo la arena y los capitales siguen dictando la agenda de los gobiernos.
América Latina y el Caribe son una de las áreas mayormente afectadas a consecuencias del cambio climático.
Sequías e inundaciones devastan amplios territorios. La desaparición de los nevados andinos en Bolivia o Perú y el aumento del nivel de los océanos en el Mar Caribe tropical son una bomba de tiempo que pone en riesgo amplias poblaciones. En consideración de eso varios países de América Latina, entre los cuales destacan Chile, Colombia y Perú, están invirtiendo cada vez más en la producción de energía sin emisiones de carbono. Según un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) Chile generará 20 veces más energía eólica para 2030 y en Perú la energía solar ya produce un monto superior a los 5 millones de dólares.
A pesar de eso América Latina debe encarar el gran problema de la tala indiscriminada de las forestas y la igualmente indiscriminada concesión de porciones de territorio para la extracción de minerales, petróleo y gas.
En Brasil la deforestación se incrementó en 2013 y en Perú más del 40 por cierto de la superficie del país está destinado a concesiones de minería, petróleo y gas. Tanto las talas en Brasil como la explotación minera en Perú se desarrollan en zonas habitadas por pueblos indígenas y comunidades locales.
Estas actividades amenazan con acabar con la vida de esas comunidades, así como con destruir la enorme riqueza de la biodiversidad y los árboles, que son extremadamente importantes porque retienen hasta el 45% del dióxido de carbono —el principal gas de efecto invernadero— que hay en el mundo y lo convierten en oxígeno.
El problema del calentamiento global es grave y exige una seria toma de conciencia por parte de todos los países, de sus pueblos y de sus gobernantes.
El agua por ejemplo es uno de los bienes en riesgo. La humanidad puede prescindir de muchas cosas pero no puede sobrevivir a la falta de agua. Vivimos en un mundo finito, con recursos finitos.
Es esta la razón por la cual hay que ofrecer el máximo respaldo a Obama y a todos los políticos que muestren interés en promover políticas serias vueltas a mitigar los efectos del calentamiento global. La firma de la resolución entre China y Estados Unidos representa un paso importante en esta dirección.
La gravedad de la situación que los expertos han explicado al detalle, requiere de decisiones urgentes. De ellas dependen no solamente el futuro de las jóvenes generaciones sino el presente de todos nosotros. Y ningún gobierno puede tomarlas sin el apoyo, el empuje, la solidaridad de la sociedad civil, es decir de todos nosotros.