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Photo Credits: @debjam ©

Nuestra muerte anunciada

La distancia entre ciudadanos, científicos, activistas, y gobiernos se torna cada día más dramática y profunda.  Millones de personas en el mundo asisten con preocupación a la destrucción del planeta, de sus especies animales y vegetales. Sin embargo, no saben como evitarla. Marchas, manifestaciones de estudiantes, luchas de indígenas y activistas ambientales, elaborados estudios científicos no logran crear la más mínima grieta en la pared compacta, impenetrable de grandes intereses económicos y políticos.  Y nos encaminamos inexorablemente hacia una muerte anunciada: la nuestra.

El reciente informe de IPBES, panel de expertos internacionales sobre biodiversidad y ecosistemas vinculado a la ONU, lanza una alarma inquietante: un millón de especies animales está en peligro de extinción, casi 700 vertebrados ya desaparecieron en los últimos siglos y la productividad de los suelos, que se degrada con velocidad preocupante, en los últimos años se ha reducido en un 23 por ciento. El planeta se acerca rápidamente hacia la sexta extinción de masa de su historia, la primera ocasionada por los seres humanos. 

No es el guión de una película de Ciencia Ficción. Son datos científicos que emergen de un estudio de 1800 páginas que recoge el atento trabajo realizado durante años por investigadores de todo el mundo. Queda así evidente que la acción humana, no solamente empeora cada vez más el calentamiento global sino que está destruyendo los pilares de nuestro sustentamiento. A raíz de estos datos la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) ha emitido otro informe en el cual queda evidenciado el daño económico que la pérdida de biodiversidad causará y ya está ocasionando. La desertificación con consecuente falta de agua, la pérdida de insectos que favorecen la polinización, el aumento del nivel de los mares y la violencia creciente de fenómenos meteorológicos extremos como huracanes y tornados, significan pérdidas económicas cuantiosas para todos los países agravando las desigualdades sociales, las migraciones y las asimetrías regionales. Será cada día más difícil lograr la reducción de la pobreza y un desarrollo más inclusivo y equitativo.

Frente a una realidad tan preocupante los gobiernos de muchos países manifiestan total indiferencia y, si en algunos casos se limitan a firmar pactos y convenios llenos de buenos propósitos, en otros sencillamente se niegan a aceptar como confiables los datos científicos y se obstinan en rechazar una realidad que está bajo los ojos de todos.

Hace pocos días, en Rovaniemi Finlandia el Consejo Ártico, que se reúne cada dos años, concluyó por primera vez sin un acuerdo conjunto, debido a la negativa de Estados Unidos a citar el cambio climático en el documento final.

Muchos y poderosos intereses económicos están detrás de las decisiones, aparentemente inexplicables de algunos políticos. Ellos no muestran interés alguno en implementar acciones vueltas a disminuir las causas que ocasionan la destrucción del ambiente. Y muchas veces persiguen con la fuerza de la ley a los activistas ambientales, en su mayoría indígenas, quienes se inmolan para salvar su habitat y en consecuencia nuestro planeta.

En Brasil, país que posee uno de los más importantes pulmones verdes del mundo, el actual presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro, está decidido a dejar manos libres a las multinacionales que destruyen sistemáticamente la selva amazónica, y ha declarado una verdadera guerra a las comunidades indígenas despojándolas de sus privilegios y protección. América Latina no solo es una de las regiones más afectadas por el cambio climático y la destrucción de la biodiversidad, sino que además es la región en la cual los activistas ambientales corren el mayor riesgo de ser asesinados y de que sus muertes queden impunes. Viven constantemente amenazados por narcotraficantes, matones al servicio de grandes multinacionales y de los mismos gobernantes quienes, lejos de protegerlos, a veces buscan pretextos para encarcelarlos.

En 2018, según un informe de FrontLine Defenders, 247 líderes ambientales fueron asesinados de manera cruenta o desaparecidos. Alrededor del 80 por ciento eran ciudadanos de Brasil, Colombia, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua y Filipinas. Muchos más viven aterrados por las amenazas y atropellos constantes a los que son sometidos. Sus vidas y sus muertes casi nunca llegan a ser noticia, son sacrificios humanos que se ejecutan en un silencio aterrador.

Los informes del IPBES, del OCDE, de FrontLine Defender y de organizaciones similares, no pueden dejarnos indiferentes. Indican, sin lugar a dudas, que la muerte del planeta está tocando a nuestra puerta. Inútil creer que son problemas que no nos atañen porque en nuestras casas no falta el agua, y en los mercados seguimos encontrando frutas, verduras, carnes y pescado.

Ya lo entendieron los jóvenes quienes, respondiendo al llamado de la activista sueca Greta Thunberg, han marchado en todo el mundo. No podemos dejarlos solos. Es una responsabilidad que debemos sentir todos. La indiferencia puede ser tan dañina como la acción de quien sigue enriqueciéndose a costa de la vida de todos.

No podemos dejar en manos de políticos corruptos e insensibles, el futuro de la tierra y de nuestras vidas. Cada día será más necesaria una actitud comprometida y activa para que la voz de pocos se transforme en un coro que nadie podrá evitar de escuchar.


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