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editorial ninos frontera
Image Credits: Kamaljith K V ©

No señalen la viñeta, miren la realidad

Una imagen puede provocar un terremoto de emociones. Muchas veces una historia narrada a través de fotos y dibujos, ha logrado agujerear el muro de la indiferencia, ha obligado a ver, a saber. El único gran peligro, como bien dijo el reportero gráfico Julio Menajovsky presentando en el Consulado de Argentina de Nueva York, la impactante exposición Venticinco sobre el atentado a la sede de AMIA en Buenos Aires en el cual murieron 85 personas y más de 300 quedaron heridas, es que esa imagen que nos perturba el alma mientras desayunamos, a la hora del almuerzo ya esté olvidada.

No falta quienes creen que sería mejor evitar la publicación de ciertas imágenes por considerarlas inútilmente sensacionalistas. Posiblemente piensen que es mejor mantener la apariencia de un mundo sin dolor, sin injusticias, sin guerras, sin pobreza, el mundo de plástico que reflejan los genios del marketing en sus campañas publicitarias.

Más difícil aun les resulta tolerar las viñetas cuando la ironía destapa la tragedia. Un dibujo, es suficiente tan solo un dibujo, reflejo de una realidad incómoda, para que el diseñador quede sin trabajo y los lectores sin caricaturas. Pasó hace días con la viñeta de Antonio Moreira Antunes, a raíz de la cual el New York Times decidió suspender la sección de las ilustraciones políticas en su edición internacional y ahora de nuevo en Canadá con el ilustrador Michael de Adder, quien, después de 17 años, fue despedido del grupo Brunswick News por haber publicado una caricatura sobre Trump en su blog.

Son señales preocupantes, no solo porque, como bien subraya la caricaturista venezolana Rayma, obligada al exilio por sus dibujos, “la caricatura es un termómetro de las libertades de un país sino porque el poder, en todas sus connotaciones, prefiere tapar la realidad y evitar que la inmediatez de una viñeta golpee la conciencia de la gente, obligue a reflexionar, obligue a ver el horror y a reaccionar.

Hay quien le tiene miedo a la caricatura mordaz, irreverente; más miedo debería darle lo que esa caricatura denuncia. En este caso debería aterrarnos ver hasta qué punto pueden llegar la insensibilidad y la maldad humana.

La foto que provocó una avalancha de reacciones de políticos y ciudadanos comunes, muestra a un padre y a su pequeña hija muertos ahogados cuando casi alcanzaban la orilla de ese “otro” país, tan soñado y mitificado. La caricatura, por su parte, ironiza sobre un Donald Trump jugando golf a pesar de esos dos pobres cuerpos con la cara sumergida en el lodo. Dos imágenes que denuncian algo que nadie puede ni debería dejar de ver. Destapan una realidad incómoda. Desgarran el velo de las falsas verdades y de las verdades a medias y exhiben el mundo en el cual estamos viviendo. Por un lado están los pobres, los olvidados, los que buscan una vía de escape del infierno de sus países, por el otro los poderes, el mundo rutilante de la economía, del mercado, de la codicia y de la insensibilidad.

Las denuncias que llegan de los centros de reclusión de inmigrantes en Estados Unidos, que cada vez más se asemejan a los tristemente notos campos de concentración, el maltrato físico y psicológico al cual están sometidos los niños inmigrantes, nos hablan de la degeneración humana, de una sociedad que va perdiendo la más mínima capacidad de piedad.

En medio de tanto dolor y tanta indignación cayó como balde de agua fría la declaración del Jefe de Estado que, en respuesta a esas denuncias, dijo que quien no quiere pasar por todo lo que le espera en los centros de inmigración, mejor evite salir de su país. Palabras que prácticamente confirman las denuncias de quienes aseguran que tanta violencia, tanta maldad, responden a una política inmigratoria bien definida. Así la diseñaron, así la quieren. Y es espantoso pensar que alguien pueda decidir con frialdad, detrás de un escritorio, infligir tanto dolor a unos niños. Niños con la infancia rota, con heridas imborrables en el alma.

¿Qué nos está pasando? ¿Dónde y en qué momento hemos olvidado hasta la más mínima humanidad?

La actitud hacia el sufrimiento de los demás, por parte de sociedades cuya historia fue y es marcada por la emigración, como México o Italia, para tomar solo dos ejemplos, nos muestra cuán fácilmente podemos pasar de la sonrisa a la mueca, de la caricia al golpe, de la bondad al odio. Tanto México como Italia fueron y son países en los que millares, millones de ciudadanos buscaron y buscan nuevos horizontes en otros lares y sin embargo hoy se ensañan contra otros inmigrantes con una dureza que no conoce fisuras.

La solidaridad es una palabra que se va desdibujando de los diccionarios del mundo. Con ella se van borrando nuestros sentimientos más nobles, la capacidad de convivir en paz, de ver al otro con empatía, de buscar juntos caminos para construir un futuro en el cual podamos caber todos.

Y entonces cabe preguntarse: ¿Debemos escandalizarnos por una caricatura? ¿Es el caricaturista el gran culpable que tiene que subir al banquillo de los acusados y ser castigado?


Image Credits: Kamaljith K V ©

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