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Andrea Arroyo
Andrea Arroyo

Muros de humo

Hay imágenes que, sin necesidad de palabras, logran romper silencios, desbaratar indiferencias. Una de esas imágenes es sin duda la que tomó Kim Kyung-Hoon para Reuters. Su lente capta a una mamá con dos niñas descalzas mientras huyen para evitar los efectos de los gases lacrimógenos que lanzó el ejército norteamericano contra los inmigrantes centroamericanos que trataron de entrar en territorio estadounidense. Al fondo otras familias, otros niños. Dolor, miedo, humillación.

Nos preguntamos ¿qué pensarán los militares norteamericanos al ver esa foto? ¿Sentirán vergüenza, probarán piedad? Esos hombres y mujeres fueron entrenados para enfrentarse con ejércitos armados y ahora tienen que “combatir” contra mujeres y niños desesperados, que no pueden volver atrás porque en sus países los esperaría el hambre, las enfermedades, la delincuencia que no perdona.

Una característica que une a los populistas con talante autoritario es la de utilizar la Fuerza Armada de sus países como si fueran soldaditos de plomo con los cuales, quizás jugaron o no jugaron, cuando niños. Trump no es una excepción.

En su retórica populista el Presidente norteamericano levanta el dedo contra los inmigrantes y los acusa de ser la causa de todos los males del país. Habla de “invasión peligrosa” a pesar de las imágenes que muestran a personas inermes, agotadas por un viaje extenuante, que buscan en el grupo el valor de soñar y luchar. Piden al mundo una oportunidad, un futuro diferente de ese al cual estarían destinados por haber nacido en el país equivocado.

Ni a Trump ni a muchos otros políticos en el mundo importan los dramas humanos de los inmigrantes. Son simple carnada. Los usan para canalizar el interés de sus ciudadanos hacia problemas ficticios, para evitar que se fijen en los problemas reales y para achacarles las culpas de su ineptitud. Sin embargo, la emigración es un movimiento que acompaña al ser humano desde sus comienzos. Es innato el impulso de explorar nuevos horizontes, de buscar mejores oportunidades, de huir de situaciones de precariedad y miedo. Bien lo saben los jefes de Estado y de gobierno quienes, lejos de estudiar soluciones a los problemas que originan las migraciones, prefieren gritar, amenazar, erigir muros, volver a discriminar en nombre de un nacionalismo ideológico que selecciona, para alejarlos, a los más débiles.

La realidad es muy diferente y las políticas para reducir las enormes desigualdades que existen en el mundo se tornan cada día más urgentes. Según el último informe de Acnur, la agencia de la ONU para los Refugiados, Tendencias globales, 68,5 millones de personas fueron expulsadas de sus hogares en todo el mundo a fines de 2017. De esta cifra, los refugiados representaron 25,4 millones, es decir 2,9 millones más que en 2016. El nuevo desplazamiento también está creciendo, con 16,2 millones de personas desplazadas durante 2017, ya sea por primera vez o repetidamente. Eso equivale a un promedio de una persona desplazada cada dos segundos.

Quien diga que la solución a esta tragedia humana está en el cierre de las fronteras, en atacar con bombas lacrimógenas y perdigones a personas desesperadas y débiles, en dejarlas morir en el mar, sabe que está mintiendo y que lo está haciendo adrede.

La marea de seres humanos que se aleja del hambre, de las guerras, del narcotráfico, de las pandillas, necesita respuestas diferentes que solo pueden llegar de una política conjunta de todos los países. Una meta que hasta hace poco tiempo parecía posible gracias al Pacto sobre migración de la ONU que nació en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 2016. Sin embargo a pocos días de su firma, que debería concretarse este diciembre en Marrakech, el pacto quedó fuertemente debilitado por el rechazo, antes de Estados Unidos y luego de Austria, Australia, Israel, Hungría y Polonia. Un camino que con mucha probabilidad seguirán Bulgaria, Eslovaquia, Italia y la República Checa.

Es la demostración de la falta de interés hacia una solución real al problema de las migraciones. Sin duda es mucho más fácil, para quien ama la política gritada, tener a mano porciones de humanidad hacia las cuales dirigir la rabia de ciudadanos insatisfechos.

Si de verdad el Presidente Trump estuviera preocupado por la incolumidad de su pueblo, en lugar de crear muros de gases lacrimógenos se preocuparía de evitar la venta indiscriminada de armas en el país. El verdadero peligro para la seguridad de sus ciudadanos no deriva de quien busca un lugar donde trabajar, producir y vivir tranquilamente, sino de los resentidos sociales quienes acumulan armas para descargarlas contra personas inermes, contra muchachos en las escuelas, en los cines o en los lugares de diversión.

Bastaría con mirar algunas estadísticas. Según Gun Violence Archive en el transcurso de este año 13.284 adultos, 609 niños entre 0 y 11 años, 2.582 adolescentes entre 12 y 17 años, murieron por armas de fuego, 323 fueron víctimas de tiroteos masivos y 25.670 personas fueron heridas. Un estudio del Centro de Investigaciones Pew publicado en 2017, indica que los norteamericanos poseen la mayor cantidad de armas por persona y que hay más tiroteos masivos públicos en Estados Unidos que en cualquier otro país del mundo.

Son datos suficientes para que un Presidente, preocupado por el bienestar de su pueblo, tomara medidas drásticas. Sin embargo la realidad es otra.

La verdad es que los inmigrantes no financian campañas políticas y los muros de humo son más llamativos.


Photo Credits: Andrea Arroyo

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