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Michelle Bachelet en su laberinto

Soledad. Es esa la palabra que nos viene a la mente al ver a la Presidenta de Chile Bachelet, tras un poco más de un año de sus elecciones, obligada a enfrentar una crisis tan profunda que tuvo que renovar a su entero gabinete.

Lejos quedan los ecos de gloria de unas elecciones ganadas con una victoria contundente: casi el 63 por ciento de los votos, 10 puntos más que sus antecesores.

Michelle Bachelet, mujer íntegra, de principios e ideales, amada en su país y respetada en el exterior, ha sido arrojada de su pedestal con la misma pasión con la que la habían puesto en él.

Al asumir la Presidencia se mostró dispuesta a dar un cambio de 180 grados a Chile tocando temas considerados tabú hasta el momento, desde el sistema tributario hasta la educación, desde el matrimonio gay hasta el aborto. Tenía la fortaleza para enfrentar y superar cualquier escollo, tanto los que derivan de la herencia que dejó la triste dictadura de Pinochet como los que son consecuencia de la mentalidad conservadora de sectores de la sociedad que le temen a los cambios.

La gente creía en ella y allí residía su fuerza.

Su camino parecía fácil pero Bachelet, quien estaba dispuesta a seguir adelante lanza en rastra y a enfrentar a todo tipo de enemigo externo, fue incapaz de mirar con suficiente sentido crítico lo que pasaba en su propia casa. Un escándalo que involucra a su hijo y a su nuera y otro, más pequeño pero igualmente grave, que implica a la consuegra, dejaron entrever un abuso de posición privilegiada. Se habla de millones de dólares en un país, que a pesar del buen estado de su economía que sigue creciendo desde hace varios años, todavía es signado por fuertes desigualdades sociales y territoriales.

«Chile solo tiene un problema y es la desigualdad”, dijo la misma Michelle Bachelet pocos días después de posesionarse para su segundo periodo como presidenta de Chile. Desigualdades que, en estos últimos meses, empeoraron a causa de desastres naturales de diversa índole: las inundaciones en el norte del país, el incendio de Valparaíso, el aumento en la actividad del volcán Villarica y por último la reactivación del volcán Calbuco.

Los escándalos de corrupción que pesan sobre su hijo, a quien, con dolor, y con un criticable retraso de días, tuvo que alejar del cargo de director sociocultural de la Presidencia mal podían ser perdonados por un pueblo que la había colocado en un pedestal tan alto como frágil.

El respeto que se basaba en un pasado de estudiante acosada por la dictadura de Pinochet y en un presente marcado por la imagen de persona incorruptible se desplomó arrastrando tras de sí su gran popularidad. En pocos meses la aprobación personal de Bachelet cayó de un 50 por ciento llegando al 31 por ciento.

Sin embargo, si dejamos por un momento de lado a la Presidenta y alargamos la mirada a Chile podremos ver a un país cuyas instituciones son fuertes y están cumpliendo a cabalidad su función. Vemos a un país en el cual las irregularidades son denunciadas y perseguidas por la justicia, un país en el cual la primera mandataria ha tenido que enfrentar la crisis, dar la cara, suspender del cargo público a su propio hijo cuya carrera política quedó definitivamente truncada, sin que los medios, y otros políticos, fueran acosados y encarcelados.

En Chile como en otros países de América Latina y el Caribe la fuerte personalidad de la Presidenta ha dominado la escena política. No obstante las repercusiones negativas de ese liderazgo, en una situación de crisis, las sufre la coalición de gobierno mas no la estructura democrática del país.

Es obvio que el recuerdo de los años de la dictadura sigue vivo y el pueblo chileno, tras tanto dolor, ha aprendido a pelear por sus derechos, a expresar su repudio hacia cualquier político, hasta a los más amados, que hayan incurrido en faltas y, al mismo tiempo, a defender una democracia real y no ficticia.

Hoy la Bachelet, obligada a renovar su entero gabinete, experimenta una soledad abismal, dentro y fuera de las puertas de su casa. Pero, mientras ella busca una salida a su propio laberinto, el país nunca perdió el norte de su camino democrático.


Photo Credits: Michelle Bachelet

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