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maxima acuna

Luchas que quitan la vida

Yo soy una jalqueñita que vivo en las cordilleras,
pasteando mis ovejas en neblina y aguacero,
cuando mis perro ladraba la policía llegaba,
mis chocitas las quemaron,
mis cositas las llevaron,
comidita no comía,
solo agüita yo tomaba,
camita yo no tenía,
con pajita me abrigaba,
por defender mis lagunas,
la vida quisieron quitarme.
Ingenieros, seguritas me robaron mis ovejitas,
caldo de cabeza tomaron en el campamento de Congo.
Si con esto, adiós adiós, hermosísimo laurel
tu te quedas en tu casa yo me voy a padecer

 

Con voz delicada, en un auditorio tan lleno como silencioso, la activista ambiental Máxima Acuña, cantó su dolor y su alegría al recibir en San Francisco el Premio Internacional Goldman, considerado el Nobel en materia ambiental.

Esa mujer de mirada recta y un rostro esculpido por el sol de los Andes, habló en nombre de los miles de campesinos quienes luchan día a día en defensa de un hábitat que la voracidad de los capitales y de los gobiernos destruye sin piedad.

«Por eso yo defiendo la tierra, defiendo el agua, porque eso es vida. Yo no tengo miedo al poder de las empresas, seguiré luchando por los compañeros que murieron en Celendín y Bambamarca y por todos los que estamos en la lucha en Cajamarca», dijo la ambientalista peruana al concluir su canto.

Máxima Acuña encabezó una guerra totalmente asimétrica contra la Minera Yanacocha, la más grande productora de oro de Sudamérica. Con un proyecto denominado Conga, prometiendo progreso y desarrollo los dirigentes de la minera se dedicaron a comprar o desalojar a los campesinos que viven en un área de la región de Cajamarca, al norte de Perú, donde detectaron una mina de oro. Utilizando el arma de la amenaza en los casos en los cuales no pudieron comprar la voluntad de los campesinos con míseras sumas de dinero, se apropiaron de todas las tierras, todas menos las de la familia de Máxima Acuña y de su esposo Chaupe. Ella no se dobló, no pudieron comprarla ni amedrentarla, dispuesta como estuvo desde el primer momento a defender un mundo que otros quieren desaparecer para buscar oro en sus entrañas.

Desde hace 6 años se enfrenta a la Minera Yanacocha a pesar de las amenazas de muerte, de la violencia de la que ha sido objeto, del miedo y de la soledad. Esa mujer analfabeta, quien cantó para derrotar el temor de hablar frente a tanta gente extraña, que no llega al metro y medio, es fuerte como una roca y determinada como nadie, está dispuesta a dar la vida con tal de salvar sus tierras y evitar la destrucción de las montañas y de la laguna, la que denominan Laguna Azul, destinada a convertirse en depósito de desechos tóxicos. Así fue como murieron otras lagunas de otras montañas que tuvieron la desgracia de cobijar tesoros. El cianuro, necesario para extraer el oro, las ha envenenado para siempre.

La Minera Yanacocha, utilizando el poder de abogados, ingenieros, policías y políticos a sueldo pensó que sería fácil desalojar a unos campesinos analfabetas mostrándoles papeles difícil de entender con los cuales reclamaban la posesión de las tierras. No contaron con la determinación de Máxima quien sabía que esas tierras eran suyas, que las había comprado en 1994. Y así lo demostró. A fines de 2014, la Corte Superior de Cajamarca reconoció el derecho de la familia Acuña-Chaupe sobre esas tierras. Sentencia que no ha logrado evitar hostigamientos y amenazas.

Muchos los atropellos de los que ha sido víctima toda su familia, y que ella describió en ese hermoso canto con el cual recibió el premio Goldman en San Francisco. La Dama de la Laguna Azul, nombre que le han dado muchos campesinos y activistas ambientales, cuenta con el apoyo de otros campesinos y líderes ambientales. La Unión Latinoamericana de Mujeres, en 2014, la eligió Defensora del Año 2014.

Hoy mientras asistimos con gran alegría al importante reconocimiento que recibió en San Francisco no podemos dejar de pensar en la hondureña Berta Cáceres, quien, hace un año, también recibió el mismo Nobel del Ambiente. A pesar de ese galardón Berta no pudo seguir con su lucha. Unos disparos a quemarropa silenciaron su voz para siempre hace poco más de un mes. La mataron en su casa al oeste de Tegucigalpa y el delito sigue impune. Berta Cáceres fue una de las más valientes activistas ambientales centroamericanas. Consciente de vivir en uno de los país más violentos del planeta, en el cual el 90 por ciento de los asesinatos queda impune, se había acostumbrado al roce de la muerte, sabía que antes o después esta la alcanzaría pero no por eso dejó de luchar. Durante años llevó adelante su cruzada para defender los derechos del pueblo lenca al que pertenecía y para evitar que empresas internacionales y la nacional DESA (Desarrollos Energéticos SA) llevaran a cabo un proyecto que preveía la creación de la presa de Agua Zarca y la muerte del río Gualcarque, sagrado para los indígenas. Logró que el Banco Mundial y la constructora pública china se desligaran de esa empresa que sigue en manos de la compañía hondureña.

A pesar de sus reconocimientos internacionales, el hostigamiento y las amenazas nunca se alejaron de Cáceres. Uno de sus compañeros del consejo indígena fue asesinado, otros fueron heridos y torturados. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ordenó su protección pero gobierno y policía nunca le hicieron caso. El pasado 3 de marzo unos hombres armados llegaron a su humilde casa, mataron a ella e hirieron al ecologista y sociólogo mexicano Gustavo Castro, quien era su huésped en esos días.

¿Quedará impune el delito de Berta Cáceres? ¿Y logrará salvar su vida y su tierra Máxima Acuña? La lucha de estas valientes mujeres va mucho más allá de unas tierras y unas montañas donde respira la antigua sabiduría indígena. Ellas han defendido y defienden el planeta en el cual todos vivimos y en el cual tendrán que vivir nuestros hijos y nietos. Una ha muerto así como han muerto tantos otros cuyas voces no llegamos a escuchar y cuyos rostros nunca fueron fotografiados, otra sigue bajo amenaza. Su peor enemigo es el olvido, nuestro olvido.

En esta sociedad que corre con el ritmo frenético del mundo virtual, las noticias duran menos de un minuto y las emociones tienen vida corta, borradas por la codicia de la inmediatez.

Evitar ese olvido es lo mínimo que podemos hacer para que Berta Cáceres y otros activistas no hayan muerto en vano y para que Máxima Acuña no quede sola hasta el día en el cual, al cobijo de nuestro silencio cómplice, una bala quebrará su cuerpo o la violencia quebrará su alma.


Photo Credit: Ojo Público

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