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Los desafíos futuros de la política

Trump celebra sus primeros cien días en la Presidencia de Estados Unidos y Macron y Le Pen se preparan para enfrentarse en la segunda vuelta de las elecciones francesas. Dos escenarios que parecieran muy diferentes y que, sin embargo, tienen mucho en común; dos escenarios que deben necesariamente llevar a una profunda reflexión sobre los desafíos futuros de la política.

Si bien el triunfo, prácticamente seguro, de Macron en Francia volvió a dar un respiro a quienes asisten con preocupación a la levitación de partidos nacionalistas, racistas y xenófobos como le Front National (FN) de Marine Le Pen, esos resultados así como los de Estados Unidos hace pocos meses y de otras partes del mundo, muestran una realidad que no podemos obviar: el gran atractivo de todo lo que tiene perfume de antiestablishment lo cual para una gran parte de los electorados se traduce en antipolítica.

Si Macron no se hubiera desligado del Partido Socialista haciendo malabarismos para que los franceses olvidaran su pasado como Ministro de economía de Hollande probablemente no hubiera llegado nunca al doble turno y menos a la Presidencia de Francia, una meta que parece segura. Habiendo intuido el hoyo en el cual Hollande estaba metiendo a su partido Macron, con gran olfato político, lanzó un nuevo movimiento que llamó En Marche!. A partir de ese momento comenzó su carrera ascendente hacia el Elíseo.

Por otro lado tampoco se puede restar importancia a la victoria de Marine Le Pen quien logró llegar al balotaje gracias a un discurso populista que promete mucho más de lo que podría dar y, como siempre, se nutre de las angustias, los miedos y los malhumores de las personas.

El resultado que han logrado tanto Macron como Le Pen es que por primera vez “gollismo” y “socialismo” quedaron fuera de juego en una elección presidencial en Francia.

Son campanitas de alarma que deberían obligar los partidos tradicionales a mirarse en el espejo y a preguntarse con toda honestidad qué hicieron mal, por qué las personas perdieron confianza en sus acciones, cuáles son los cambios de estrategia y comunicación que deben implementar para evitar que cada elección se transforme en una ruleta rusa y el futuro de un país dependa de la mayor o menor preparación y honestidad del outsider de turno. Y no solamente el futuro de ese país sino el del mundo entero. Por cuanto les pueda doler a los nacionalistas, la humanidad está inevitablemente interconectada.

En Francia, en Estados Unidos, en el Reino Unido se repite un mismo patrón. Las ciudades grandes votan de manera diametralmente opuesta a las zonas rurales, y la misma diferencia la encontramos entre las personas con diferentes grados de instrucción. Pero sería muy reductivo quedarnos en ese análisis. La verdad es que el malestar hacia la política es muy hondo porque cada día hay más personas cansadas de los episodios de corrupción, de los abusos de poder, del vivir en situaciones inestables, con trabajos precarios y divisiones dramáticamente evidentes dentro del tejido social. La política ha dejado de hablar con la gente, ha dejado de escuchar a la gente, ha perdido su capacidad de representación porque ha perdido el respeto de los pueblos. Es un problema mucho más grave de lo que se podría suponer. La palabra “política” se ha vuelto un concepto abstracto y negativo. Se diluye la capacidad de distinguir entre la política como concepto y los políticos corruptos o ineptos que tienen nombre y apellido. El “aparato” se percibe como algo que vampiriza a las personas en lugar de constituir la estructura que garantiza el justo desenvolvimiento de una sociedad. Antes de perder completamente el control de la situación es necesario que los políticos serios, honestos, actúen para cambiar esas percepciones. Son ellos quienes tienen que promover cambios profundos y deben ser capaces de comunicarlos y de demostrarlos con acciones concretas.

Ya vimos en América Latina donde lleva el populismo que en algún momento surgió como protesta contra abusos y corrupción de gobiernos anteriores. El remedio ha sido mucho peor que la enfermedad: la corrupción ha crecido y la pobreza se ha multiplicado.

La política, así como la medicina, la ingeniería, no se puede inventar de la noche a la mañana. Cuando el poder cae en manos equivocadas, incapaces de controlarlo y mucho menos de gobernar a un país, la humanidad entera corre peligro. Si el Presidente de una nación muy influyente puede llevar el mundo al borde de una guerra, el de otra menos grande y aparentemente menos importantes puede crear ondas desestabilizadoras en la economía mundial y en las sociedades.

La política no puede ser improvisación. Sin embargo, si los políticos no sabrán recuperar su vocación de servicio y ganarse la confianza y el respeto de sus ciudadanos, quedará siempre más espacio para la incompetencia disfrazada de buenas palabras.


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