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cuba patria y vida
Photo by: Cristian Borquez ©

Los cubanos piden “Patria y vida”

“Patria y vida”, título del rap que cantan Maykel Osorbo (encarcelado), El Funky y otros músicos cubanos en el exilio como Gente de Zona y Descemer Bueno, se ha transformado en el grito de batalla de los cubanos que el domingo pasado se lanzaron a la calle pidiendo libertad y democracia.

“Patria y vida” pareciera un eslogan como tantos. Sin embargo, encierra significados muy profundos. Los cubanos ya no buscan balsas con las cuales huir. Quieren quedarse en el país, en su país. Buscan una transformación que les permita una vida digna en su propia patria. Es un cambio de visión que está sacudiendo, cual tormenta, los cimientos del régimen. 

El pueblo cubano ya no tiene miedo, ahora el miedo se ha trasladado a los jerarcas del gobierno, esos que no sufren las privaciones de la mayoría, que tuvieron acceso a las vacunas, que disponen de medicinas y llevan una vida holgada. Saben que este ventarrón que fue tomando fuerza al soplar en las redes sociales, difícilmente podrá ser sofocado del todo. Ni la represión brutal con la cual están respondiendo, ni las consignas obsoletas, ni las acusaciones hacia los enemigos externos y en primis Washington, lograrán detener la fuerza de esta protesta inédita y masiva.

En un primer momento el estallido social se comparó con el de 1994 que desembocó en la salida de miles de ciudadanos. No obstante, inmediatamente después se hicieron evidentes las grandes diferencias entre esa protesta y la actual. La emigración representa un alivio para los regímenes dictatoriales y autocráticos. Funciona como válvula de escape y permite a las fuerzas represivas de reorganizarse, afinar las técnicas de control sobre la población que queda en el país y restablecer el miedo, gran aliado de las dictaduras.

Sin hablar de los beneficios que reciben con las remesas de los emigrantes que representan desde siempre una de las fuentes de ingreso más importantes para aligerar crisis económicas. Bien lo saben países como Italia y España que, gracias a esas remesas, lograron superar los estragos de las guerras.

“Hambre no tumba gobiernos”. ¡Cuántas veces cubanos, venezolanos, nicaragüenses, han repetido esta frase con desesperanza! Y quizás sea verdad. Cuando las personas tienen que buscar alimentos para sobrevivir no tienen tiempo ni ánimo para salir a protestar. Sin embargo, cuando al hambre de los cuerpos se une el hambre de las almas, el resultado puede dar una combinación explosiva. Un primer aviso de la fuerza de esa mezcla lo vimos cuando el régimen cubano reprimió al grupo de artistas, en su mayoría afroamericanos, del barrio de San Isidro, uno de los más pobres. Protestaban contra el racismo que sigue presente en la isla a pesar de las consignas comunistas. En esa ocasión encarcelaron al intelectual Luis Manuel Otero Alcántara, uno de los fundadores del Movimiento San Isidro. La respuesta inmediata de un nutrido grupo de intelectuales y artistas fue una protesta pacífica en las afueras del Ministerio de Cultura. Una vez más la respuesta del gobierno fue la represión y la descalificación, armas que usa desde siempre.

Sin embargo, esta vez las brasas no solamente quedaron prendidas, sino que resultaron ser mucho más extensas de lo que podían suponer a pesar del amplio entramado de espionaje del que disponen.

En los últimos años protestas masivas han llenado plazas y calles de casi toda América Latina. La chispa inicial, como casi siempre, fue la crisis económica agravada dramáticamente por la pandemia; pero, el desarrollo de las manifestaciones mostró malestares menos evidentes. Los manifestantes nunca se limitaron a pedir solamente mejoras económicas. Desde Chile hasta Colombia, Perú, Brasil, Nicaragua, México, Venezuela, los reclamos iban más allá de la contingencia del momento. Con movimientos que las redes sociales volvieron fluidos y libres de las ataduras de los partidos, las personas pidieron mayor democracia, clamaron por los derechos de las mujeres, la comunidad LGBTQ+ y contra el racismo, la corrupción, la discriminación y las injusticias sociales.

Ahora los cubanos se han sumado a esos otros pueblos. La contundencia de su protesta marca un nuevo hito en la historia del país y de toda América Latina. Tiemblan los gobiernos más cercanos al de los Castro: los de Venezuela y Nicaragua. En primer lugar, el de Venezuela, nación que el régimen cubano utilizó como conejillo de india para ensayar nuevas prácticas de represión y disuasión. El estallido que ha conmovido toda Cuba, desde su capital hasta los rincones más remotos de la isla, marca un antes y un después. Los cubanos entendieron que sí se puede superar el miedo y que sí el hambre puede tumbar gobiernos.

El camino hacia la construcción de una patria en la cual se pueda vivir y mirar al futuro con optimismo, no será fácil. La represión en todos estos países se volverá más cruel, más despiadada. Sin embargo, una puerta que parecía inamovible se ha abierto y por más pequeño que sea el resquicio que quede, nadie va a poder cerrarla de nuevo totalmente.

Queda una pregunta en el aire: ¿de qué manera el resto del mundo democrático podrá ayudar a estos pueblos sufridos y valientes?


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