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Photo by: nik gaffney ©

Las otras víctimas

Mientras la atención del mundo sigue fija en los movimientos de las tropas rusas en Ucrania, en la insensatez de Putin y en las consecuencias económicas que se empiezan a percibir duramente en el resto del mundo, un silencio doloroso amanta el tormento de otras víctimas cuya única culpa es la de haber nacido hombre o mujer o, peor aun, de sexo indefinido.

“Camaradas combatientes, ustedes, verdaderos hombres, verdaderos militares, verdaderos continuadores de la gloriosa tradición de nuestros padres y abuelos…”, son estas algunas de las palabras pronunciadas por Aléxander Fomin, viceministro de Defensa de Rusia, a un grupo de soldados mutilados. Las miradas vacías de esos jóvenes, obligados a ir al frente en lugar de estar en sus casas, en las Universidades, con sus novias o esposas, fueron la mejor respuesta a una alocución cuyo machismo se revierte sobre todo en contra de los hombres. 

Una situación similar la están viviendo desde hace algunos meses los hombres chinos, sobre todo los niños, desde que el gobierno lanzó la «Propuesta de Prevención de la Feminización de Hombres y Adolescentes». En las escuelas y en las casas, los niños deberán aprender a ser más varoniles. Si Zefu, uno de los más importantes asesores del gobierno, dijo en mayo, durante la segunda sesión anual del partido, que los jóvenes chinos ponían en peligro la supervivencia del país al volverse siempre más débiles, tímidos y con una baja autoestima.

Además del evidente desprecio hacia la femineidad, el resultado de una política de este tipo llevará a la castración de todo sentimiento posible en los varones quienes deberán aprender a esconder cualquier emoción y a asumir actitudes que, en muchos casos, no encajan con su verdadera personalidad. Pena volverse el hazmerreír de amigos y profesores.

Sin embargo, quien más está sufriendo por el solo hecho de haber nacido de un sexo y no de otro, son las mujeres afganas. Olvidadas ya por los grandes medios, han ido perdiendo todos sus derechos a manos de los talibanes quienes mantienen el país sumido bajo un régimen de terror.

Como era de suponer y muchas veces predijeron las mismas afganas o las organizaciones que las apoyan, el nuevo gobierno volvió a encerrarlas en sus jaulas azules, sin derecho a la instrucción ni mucho menos a trabajos fuera de sus casas. Quedan cercenadas todas las esperanzas para las jóvenes quienes estudiaron o planearon estudiar para emprender una carrera profesional al igual que los hombres. 

Hace pocos días el gobierno de Afganistán ordenó cerrar todas las escuelas para niñas mayores de 12 años. Ahora que los focos de atención hacia ese país se han ido apagando, los talibanes abandonaron toda diplomacia, se quitaron definitivamente las caretas y volvieron a implementar un régimen de esclavitud para las mujeres.

Los jefes de familias que no se doblegarán a las nuevas reglas están en peligro, mientras que aquellos que mal soportaban, por su atávica cultura y su lejanía de los centros ciudadanos, los derechos conquistados por las mujeres en los años pasados tienen mano libre para disponer de la vida de sus hijas, esposas, hermanas, según sus caprichos e intereses. Son dramas cotidianos que pasan en medio de la indiferencia del resto del mundo y el silencio de la mayoría de los medios de comunicación.

Es la otra cara de la globalización de las informaciones que, si por un lado nos permite conocer en tiempo real hechos y situaciones que acaecen en lugares distantes miles de kilómetros, por el otro no puede tener el paso a los muchos eventos que se desarrollan contemporáneamente y por lo tanto deja de lado los menos actuales.

En este momento, para todos, la noticia principal es la invasión rusa en Ucrania. Y es justo que así sea tomando en consideración el desastre humanitario que deriva de esa guerra, y las tantas víctimas que está dejando mientras un país entero es transformado en cenizas.

Sin embargo, sería un craso error dejar de ocuparnos de las miles y miles otras víctimas quienes están sufriendo por su sexo, por los desmanes de sus gobiernos, o a causa del hambre que castiga a las poblaciones ya de por sí, más pobres.


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