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Photo by: Christian Siedler ©

Las incógnitas de América Latina

“América para los americanos”. Es el enunciado de la “Doctrina Monroe”. Sencillo y complejo al mismo tiempo. Su recuerdo nos devuelve a una época que pensábamos superada. Era el 2 de diciembre de 1823, cuando el presidente norteamericano James Monroe, en un mensaje al Congreso, explicaba los lineamientos fundamentales de la política exterior de su gobierno. Decimos, no permitir intervención alguna de potencias europeas en los asuntos de los países de nuestro hemisferio. América Latina había logrado independizarse de la corona española para transformarse, años después, en el “patio trasero” de los Estados Unidos.

Mucho ha cambiado desde entonces. La “Revolución Industrial” ha dejado su lugar a la “era digital” y a la “inteligencia artificial”. La globalización ha derribado barreras. Las fronteras, entorno antes bien definido y diferenciado, se han vuelto líquidas. Se transforma el mundo del trabajo y las innovaciones condicionan nuestras vidas. Vivimos el amanecer de una nueva era. Es una “revolución” a la que América Latina no es ajena.

La economía latinoamericana muestra hoy realidades contradictorias y signos de debilidad. La lenta recuperación de Brasil contrasta con la desaceleración de México, la recesión de Argentina y el tsunami que está borrando los últimos vestigios de abundancia en la que otrora fue la “Venezuela Saudita”. En fin, en lo económico concluyen un año y una década con una región incapaz de superar sus antiguos problemas: pobreza, desigualdad y corrupción.

En lo político, la fragmentación ideológica, la inestabilidad institucional, el descontento social han ido desdibujando las certezas y definiendo un nuevo mapa político. Argentina, Bolivia y Uruguay, con sus respectivos resultados electorales, han sido protagonistas de cambios radicales. Asimismo, nuestras sociedades han ido tomando conciencia. Y han comenzado a reclamar políticas sociales nuevas, obligando a los líderes a replantearse agendas y programas.

Mientras nuestras naciones se asoman a una nueva década buscando sobrevivir a sus propios fantasmas, en el tablero internacional las grandes potencias se enfrentan sin reservas. Decimos, de manera directa y abierta. La diplomacia de Trump, desgarbada y deslucida, ha sido contrastada por la influencia creciente de Rusia y los apetitos de China.

Los intereses en juego son muchos. Los hay de carácter geopolítico. Y también de naturaleza económico. En el primer caso, destaca la pugna entre Estados Unidos y Rusia. La primera no quiere ceder la que tradicionalmente ha sido su área de influencia. La otra no quiere desaprovechar regímenes favorables para afianzarse su presencia en nuestro hemisferio, clave para sus ambiciones expansionistas y geopolíticas. Venezuela es teatro involuntario de esta batalla que libran las dos potencias.

En el ámbito económico, cabe destacar la presencia discreta, pero cada vez más arraigada, de China. Esta necesita de materias primas para su crecimiento industrial.

Podría haber, en un futuro, un cuarto protagonista: la Unión Europea. Esta, acorralada por una crisis interna cuya expresión más evidente es el auge de los movimientos euroescépticos, hoy pareciera carecer de lineamientos de política exterior hacia América Latina. Pero esto podría cambiar. En particular, podría hacerlo si España, Italia y Portugal, presentes en América Latina a través de una numerosa comunidad de emigrantes, lograran constituir un “bloque mediterráneo”. Y con eso condicionar las políticas europeas.

Antes oro y carbón; luego petróleo y hierro y hoy litio y cobalto. Es la “maldición de las materias primas” que persigue nuestros países. Es con este telón de fondo que América Latina termina una década y comienza otra con nuevas incógnitas y viejas dudas.


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