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Photo by: pawlo ©

La soledad de los pueblos

La Covid 19 está causando estragos en todo el mundo. Nunca como ahora el planeta ha mostrado su pequeñez y la interconexión que existe entre todos los seres vivos. Hay países en los cuales la pandemia ha sido una desgracia más, un sufrimiento que se une a los muchos otros que enfrentan todos los días. En la mayoría de los casos causados por gobiernos ineficientes y violentos. Sofocados entre la necesidad de superar los obstáculos cotidianos y el miedo a la represión; privados de medios de comunicación independientes, esos pueblos padecen una soledad que parece inquebrantable.

En Venezuela, a pesar de la condena internacional hacia Nicolás Maduro y sus acólitos, a pesar de las muchas denuncias de las instituciones y ONG’s, a pesar de la preocupación que genera el éxodo interminable de su gente, nadie ha logrado debilitar un gobierno perverso e ineficiente.

La pandemia ha evidenciado aun más esa ineficiencia y sobre todo la indiferencia hacia la vida de los ciudadanos quienes muchas veces no pueden evitar el contagio porque no hay agua para la higiene personal y no pueden sortear la muerte porque las bombonas de oxígeno son un bien para pocos privilegiados. 

Nicolás Maduro con una actitud entre patética y cínica, ha dedicado horas de trasmisiones en cadena para lanzar un sinfín de informaciones falsas, totalmente en contraste con cualquier lógica científica. Ha realizado experimentos abriendo y cerrando casas y comercios mientras asistía a la expansión de los contagios, al colapso de hospitales ya moribundos antes del coronavirus, al multiplicarse de cadáveres frente a las morgues. Todo esto sin mostrar nunca un ápice de empatía hacia un pueblo, su pueblo, que está sufriendo y está muriendo. 

Eficiente solo a la hora de achacar la culpa a tirios y troyanos, Maduro se ha dedicado durante todos estos meses a mentir, mentir descaradamente sobre el número de muertos y de contagiados, sobre los responsables de los contagios, sobre las causas de la escasez de medicinas y alimentos. Mentiras, mentiras, mentiras. Sin que nadie pueda refutarlas porque, desde sus primeros años de gobierno, el extinto Presidente Chávez se dedicó a desaparecer los medios independientes.

Un estudio reciente llevado adelante por el Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela, titulado El desierto rojo de la incomunicación, muestra la lenta, inexorable y planeada destrucción de todo atisbo de prensa libre en este país. IPYS Venezuela escribe: “La existencia de desiertos de noticias en Venezuela es el resultado de una estrategia sistemática y estructurada que desde el Estado se ha puesto en marcha para erosionar el ecosistema mediático”. 

El estudio muestra también como “en 2020 se contabilizaron 374 incidencias que acumularon 636 violaciones a las garantías informativas en los espacios tradicionales y digitales”. 

Como si esto no fuera suficiente ahora la larga manus del gobierno llega a las redes sociales. Controla, censura y, sin pudor alguno, llega a encarcelar a dos eminentes escritores, Milagros Mata Gil y su marido, el poeta Juan Manuel Muñoz, por haber escrito en su facebook una crónica sobre una fiesta de matrimonio. En un país mínimamente democrático la denuncia que emerge de esa crónica sería tema de debates y hasta de dimisiones por parte de los políticos involucrados. En Venezuela lo único que les interesa es silenciar, silenciar las críticas, silenciar cualquier verdad. La prepotencia con la cual ejercen el poder se vuelve cada día más cínica, cada día más descarada.

Igual situación vive el pueblo de Nicaragua. Mismas mentiras, misma represión, misma guerra a los medios independientes, misma mortalidad y contagios. Al igual que Chávez y Maduro también la dinastía cínica, corrupta y criminal de los Ortega se prepara para eternizarse en el poder. El próximo noviembre deberían celebrarse elecciones presidenciales y parlamentarias. Sin embargo, nada deja prever que se realizarán y, en todo caso, al igual que en Venezuela, serían plagadas de irregularidades.

La pandemia ha llegado como anillo al dedo para este tipo de gobernantes. Les ha permitido mantener el control sobre la ciudadanía y prohibir cualquier manifestación de protesta. La voz de esos pueblos se ha silenciado y la soledad pareciera un hueco negro en el cual cae y desaparece toda esperanza.


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