Una verdadera marea de personas ha desfilado en las calles de París y de muchas otras ciudades de Francia y del mundo para expresar su solidaridad a los periodistas de Charlie Hebdo y a las otras víctimas del atentado que ha manchado de sangre la prensa de todo el mundo. Se vendieron en pocas horas tres millones de copias del primer número de la revista Charlie Hebdo, publicado inmediatamente después del atentado terrorista. Fue necesario imprimir otros dos millones. Y… por un momento vivimos la ilusión que otro mundo es posible.
Pero la ilusión duró poco, muy poco. La barbarie sigue y lo hace de la manera más abyecta: utilizando a niños y adolescentes.
La foto de un niño de 10 años, disfrazado como combatiente del Isis, mientras dispara a dos kazaki acusados por los jihadistas de ser espías rusas, nos ha obligado a volver a una realidad que está bien lejos de ese mundo paradisíaco que desfiló al grito “Je suis Charlie”.
Pocos días antes tres niñas entre 10 y 15 años fueron sacrificadas como bombas humanas por los terroristas de Boko Haram quienes, muy probablemente, dispararon con control remoto el corsé explosivo con el cual las habían envuelto. Pero, si los terroristas utilizan a los niños y niñas sin piedad para sus acciones de guerra y destrucción, si tienen el cinismo de llamar “cachorro combatiente” al pequeño Abu Ubaidah, quien en otra foto que ha dado la vuelta al mundo, aparece muerto cerca del padre mientras carga un arma casi más grande que él, una gran cantidad de menores son víctimas de abusos también en muchas otras partes del mundo.
La violencia hacia niños y adolescentes tiene muchas caras y la encontramos en hogares pobres así como en los ricos, se cuela subrepticiamente, como un reptil, en los lugares más insospechados, que van desde las escuelas hasta las iglesias y las organizaciones humanitarias. ¡Cuántas veces las personas que tienen la responsabilidad de cuidar a los pequeños son los que los utilizan para sus intereses económicos y sus más bajas depravaciones! ¡Cuántos niños desaparecen tras los desastres naturales como aluviones y terremotos para ser utilizados luego como objetos sexuales o para alimentar el tráfico de órganos!
Las fotos y las noticias que testimonian la vil práctica de usar a los niños y niñas como soldados, kamikaze y asesinos nos duelen, nos aterran, nos unen en un único sentimiento de rechazo y reprobación. ¡Pero no es suficiente! Esas imágenes, esas noticias deberían motivar un largo debate sobre la violencia hacia menores que se practica en cualquier país del mundo.
Un ejemplo lo tenemos en Japón, un país de gran cultura, en el cual todavía hay quien dibuja, compra y lee, mangas “para adultos” donde muñequitos con cara y cuerpo infantiles practican sexo y son víctimas de violencias sexual. Con gran retraso el gobierno japonés ha dictado leyes en contra de la pedofilia y muy recientemente, probablemente a raíz de la presión de organizaciones internacionales, ha decretado ilegales las viñetas de los mangas “para adultos” que usan imágenes de niños y niñas.
Si nos limitamos a criticar a los demás sin tener el valor de mirar dentro de nuestros propios hogares seremos todos tan culpables como los terroristas que ponen un arma en la mano de un niño o un corsé explosivo en el cuerpo de unas niñas. La violencia tiene muchas caras y los niños son seres incapaces de defenderse no solamente de las agresiones sino sobre todo de las hipocresías de los adultos.
Hay que destapar las ollas podridas, así como ha empezado a hacerlo el mismo Papa Francisco dentro de las paredes de la Iglesia católica que desgraciadamente ha sido verdugo y cómplice de muchas de esas violencias.
Solamente con un serio y honesto esfuerzo colectivo tendremos la posibilidad de evitar o cuando menos disminuir el proliferar de uno de los peores delitos cometidos por adultos de todo el mundo: robarle la infancia a un niño.