Cuando el vicepresidente de Brasil, Michel Temer, pudo dirigir a la nación un discurso repasado más de una vez en la intimidad de su casa, se mostró en todo su esplendor la ridiculez peligrosa del poder. Dilma Rousseff deja la presidencia tras ser acusada de haber ocultado la real situación financiera del país y de haber manipulado las cuentas del gobierno antes de las últimas elecciones y es sustituida por otro político sobre cuya cabeza pesan esos mismos idénticos cargos. No solo. El impeachment fue votado por unos congresistas quienes, en un 60 por ciento, están siendo investigados por la justicia en el marco del escándalo de Petrobras.
Dilma no debe responder de acusaciones de enriquecimiento ilícito sino de haber violado una ley de responsabilidad fiscal para mejorar sus posibilidades de reelección en 2014. ¿Que tenía que estar al tanto del remolino de dinero ilícito que se movía a su alrededor? Sí, sin duda, pero debe quedar claro que ella no se benefició de ese dinero.
En cambio Michel Temer, quien nunca podría llegar a la Presidencia por la vía de las elecciones porque solamente un dos por ciento de la población, según la encuestadora Datafolha, votaría por él, además de tener que responder por las mismas acusaciones de la Presidenta, en 2009 fue implicado en un escándalo por financiamiento ilegal a cargo de la constructora OAS, una de las señaladas por la operación “Lava Jato”, y fue condenado por pasar límites de donaciones electorales.
En medio de ese océano de corrupción destapado por un puñado de periodistas de investigación, que desde Brasil se extiende a toda América Latina sería cómico si no fuera tristemente trágico el proceso de impeachment del que es víctima la Presidenta de Brasil.
Sola, en un laberinto construido por los colegas del Partido de los Trabajadores (PT) y su “amigo” Lula, salpicados por el lodo con el cual embarraron todo principio ético, prisionera de su carácter áspero y poco dado a los manejos de la política, es el blanco ideal contra el cual descargar todas las culpas, hasta la de una crisis económica de dimensiones mucho más amplias, causada esencialmente por la caída de los precios de las materias primas.
El sueño forjado hace cuatro años por el Ministro de Hacienda brasileño de posicionar a Brasil como la quinta mayor economía global, quitando ese puesto a Francia, quedó hecho trizas frente a una realidad muy diferente. Las economías latinoamericanas que, entre 2003 y 2012, crecieron por encima del cuatro por ciento según datos de la Cepal, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, han caído abruptamente y las previsiones del Fondo Monetario Internacional hablan de una contracción del 0,3 por ciento para finales de este año 2016.
El miedo se apoderó de los hogares brasileños y la esperanza del poder mágico de la palabra “cambio” arrastró a la Presidenta hacia el impeachment.
Pero, lejos de resolver los problemas con el toque de una varita mágica, Temer comenzó su presidencia entre muchas sombras. En su gabinete de Ministros tres de ellos están siendo investigados por presuntas implicaciones con el caso “Lava Jato”. La cartera de la Justicia está en manos de Alexandre de Moraes quien fue secretario de seguridad de Sao Paulo, una de las fuerzas policiales más violentas de Brasil. Moraes ya ha declarado que se necesita mano dura contra las protestas sociales o políticas, una advertencia que huele a sangre en un momento en el cual los ánimos están caldeados y la sociedad de Brasil está dividida.
Blairo Maggi, ministro de Agricultura, también despierta muchas perplejidades. Maggi es uno de los mayores productores de soja de Brasil y recibió el Premio irónico “Motosierra de oro” que le otorgó la ONG Greenpeace por la responsabilidad de su empresa en la tala indiscriminada de la selva amazónica. Este importante pulmón del mundo está siendo destruido con ritmo impresionante, un 50 por ciento desapareció entre 2005 y 2007.
A todo lo anterior hay que agregar que por primera vez en un gabinete ministerial de Brasil no hay ni una mujer y mucho menos una persona de color.
Más que en el país Temer pensó en sí mismo, en garantizarse un gabinete que le permitiera contar con una mayoría para impulsar las reformas que quiere llevar adelante.
La gravedad de los problemas que debe enfrentar, el descontento que viven los seguidores de Dilma, no prometen vida fácil al neo Presidente. Brasil corre el riesgo de entrar en un proceso de grave inestabilidad que podría debilitar aun más su economía. Con graves y peligrosas consecuencias para toda la región, en particular para los países más cercanos como Argentina, Chile y Uruguay.
La única esperanza posible es que siga adelante el trabajo de la justicia. La corrupción es el grave mal del que padece toda América Latina, cáncer que ha echado metástasis que atacaron hasta los cuerpos que parecían más inmunes a los cantos del poder y del dinero fácil.
De poco vale salir de una Presidenta si la corrupción sigue libre.
Photo Credits: Antonio Thomás Koenigkam Oliveira