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Photo by: The Gun Violence Archive
Photo by: The Gun Violence Archive ©

La guerra en casa

Procura un cansancio del alma escribir una y otra vez sobre muertes inocentes y, cuando se trata de niños, el cansancio se transforma en dolor.

En un restaurante de carne que “decora” sus paredes con cabezas de animales, rifles y pistolas para todos los gustos, es donde compró sus armas el joven Salvador Ramos a los pocos días de cumplir los 18 años. Volvió a su casa disparó a la abuela y luego, sintiéndose poderoso como nunca, se dirigió a su colegio en el distrito de Uvalde al este de Texas, y asesinó a 19 niños y a dos maestras.

Salvador Ramos, quien creció en un hogar disfuncional sin padre y con la madre drogadicta, que había dejado recientemente para mudarse a casa de la abuela, fue por mucho tiempo víctima de bullying por su balbuceo, la pobreza de sus vestidos y su carácter introvertido. En los últimos tiempos había empezado a vestir de negro, se procuraba cortes en el rostro y adelantó en sus redes sociales la matanza que iba a hacer. Sin que ningún adulto se preocupara de entender su malestar, buscarle una ayuda y evaluar hasta qué punto era peligroso. Salvador Ramos era invisible y encontró su manera de salir de esa invisibilidad sesgando la vida de 19 niños y dos maestras además de perder la suya.

En un país en el cual comprar un arma es más fácil que adquirir una botella de licor, las masacres se están volviendo una de las primeras causas de muerte. Según la organización The Gun Violence Archive este año hubo ya 212 masacres entendidas como sucesos en los cuales mueren cuatro o más personas por armas de fuego. En 2021 fueron 693. Si bien la mayoría de ellas son perpetradas por supremacistas blancos, en esta ocasión el hecho de que el asesino sea hijo de inmigrantes latinos está permitiendo distorsionar la realidad. 

En las redes y hasta en algunos medios están intentando distraer la atención de los ciudadanos, horrorizados por el número creciente de muertos ocasionados por desequilibrados que compran armas en el supermercado. Prefieren culpar a la inmigración latina. En un país en el cual uno de cada tres ciudadanos cree en la teoría del remplazo, es decir que está convencido que pronto los inmigrantes latinos y los afroamericanos superarán a los blancos, culpabilizar al joven asesino por inmigrante encuentra un terreno favorable. Una manipulación de la información que favorece a los vendedores de armas quienes consideran que la mejor respuesta a esas matanzas es comprar más armas.

La verdad es que la mayoría de quienes mueren en masacres, sin que esta sea una excepción, son personas que pertenecen a minorías: latinos, gays, afroamericanos. Ellos son las víctimas, aun cuando el verdugo tenga, como en esta ocasión, su mismo origen. 

Ser inmigrante latino sin documentos en los Estados Unidos, pero sobre todo en Texas, significa vivir con el miedo pegado en la piel. Cuando, en la escuela Robb de Uvalde llegaron los Border Patrols (policías voluntarios que patrullan las fronteras) para ayudar, para muchas familias de inmigrantes sin sus documentos en regla, al terror de no encontrar vivos a sus hijos se agregó el de ser deportados. 

Son muchos los puntos oscuros que gravan sobre esta última matanza. Un joven que desde hace tiempo tenía un historial de problemas que enfrentó solo, entre la indiferencia de los adultos, sus declaraciones homicidas en las redes sociales, la facilidad con la que entró en la escuela con el armamento y finalmente la tardanza en la intervención de la policía. Muchas dudas y una sola certeza 21 muertes.

Si no logran transformar este suceso en una nueva oportunidad para atacar a los inmigrantes latinos, todo seguirá el mismo patrón de siempre. Los medios y los políticos hablarán durante algunos días de la necesidad de controlar la venta de armas y después todo volverá a la normalidad hasta la próxima masacre.

La guerra, en los Estados Unidos, se desarrolla en casa y aquí las víctimas son solo y siempre civiles.


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