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Photo Credits: Petras Gagilas ©

La furia de la naturaleza

Muchos los avances tecnológicos hechos desde los tiempos en los cuales los seres humanos asistían a los eventos extremos de la naturaleza con temor reverencial y la certeza de una furia divina detrás de tanto desastre. Sin embargo cada vez que la naturaleza, con su fuerza devastadora, golpea nuestras vidas, la pequeñez de la condición humana se vuelve abrumadoramente evidente.

Los últimos huracanes que se han abatido en las islas del Caribe, México, Cuba y Estados Unidos han dejado una estela de muertos y destrucción de dimensiones impensables. Sus nombres, Harvey, Irma, Katia, José, parecieran inocuos y sin embargo son sinónimo de muerte y destrucción. Detrás dejan dolor y desespero, delante asombro y miedo. Y, como si no bastara, un terremoto de magnitudo 8,2 sacudió México sembrando el pánico en un país que tiene impreso en la memoria el sismo que en 1985 causó la muerte de más de diez mil personas.

Son las manifestaciones más recientes y más impactantes de la furia de la naturaleza. Sin embargo, en lo que va de los últimos meses, en diferentes partes del globo inundaciones, tifones, sequías, han causado millares de muertes y dejado un panorama apocalíptico de destrucción.

Mientras Harvey ponía de rodillas el estado de Texas y seguía hacia Louisiana, el sur de Asia se sumergía bajo las aguas de lluvias inusualmente intensas. En India desaparecieron completamente casi dos mil quinientos poblados y entre India, Nepal y Bangladesh se registraron casi dos mil víctimas. Los daños a la agricultura son enormes y murieron muchos animales, entre ellos algunas especies protegidas del Parco Nacional de Kaziranga.

Paralelamente en Europa y en otras partes de Estados Unidos una intensa sequía ha destruido los cultivos y en muchos casos ha alimentado incendios tan destructivos como el agua de los huracanes.

Meses antes las lluvias torrenciales ocasionadas por el Niño causaron casi 150 muertos y las inundaciones arrasaron con vidas humanas, cosechas y casas en Colombia y Brasil.

La furia de la naturaleza golpea con igual fuerza países ricos y pobres, sin embargo la mayoría de los muertos y damnificados son personas de bajos recursos. En los países desarrollados se ven penalizados quienes no poseen los medios para alejarse de los lugares mayormente en riesgo mientras que, en las áreas más pobres del planeta, se mezclan una condición personal de desvalidez con un entorno igualmente mísero y gobiernos con escasa capacidad para enfrentar los desastres naturales y mucho menos para prevenirlos. Y como si fuera poco, en todas partes, con muy pocas excepciones, la falta de políticas de desarrollo urbano ligada al interés de unos cuantos, agrava las situaciones y vuelve siempre más vulnerables los grandes centros urbanos.

Esas muertes pesan sobre la consciencia de administradores locales ineficientes y corruptos pero también sobre quienes, por su condición de poder económico y/o político, definen las políticas ambientales que no conocen de límites y fronteras y afectan a todos por igual. 

Partiendo del presupuesto que no hay dinero que pueda reemplazar la vida humana, los daños a casas, vías de comunicación, centrales eléctricas, agricultura y ganadería son tan ingentes que resulta difícil entender cómo un gobernante pueda quedarse tranquilo sin hacer todo lo que esté a su alcance para mitigar las causas que agravarán, sin duda alguna, fenómenos extremos como huracanes y sequías.

Si bien sea cierto que el cambio climático no es la causa principal de la formación de los huracanes, también es innegable que el crecimiento del nivel del mar, el calentamiento de la superficie de las aguas marinas, una mayor evaporación, las corrientes que se desplazan del norte hacia el sur, son efectos debidos al calentamiento de la tierra y representan la gasolina que alimenta los huracanes, tifones, tormentas, volviéndolos más grandes, más potentes, más lentos, más mortales y aniquiladores.

Muchos y diversos los estudios que han llegado a estas conclusiones, demostrando que no es una coincidencia que huracanes y tifones, en todo el mundo, se hayan vuelto más agresivos en los últimos dos años y que se volverán aún más fuertes y devastadores si no hacemos nada para detener y controlar el calentamiento global.

Es una alerta que llega de la Organización Metereólogica Mundial (OMM) y en particular de uno de sus miembros, Kerry Emmanuel, docente de meteorología del MIT y codirector del Centro Lorenz, quien, tras realizar simulaciones en laboratorio, dijo, sin ambages, que los huracanes se intensificarán en un clima más cálido y también que, en algunos casos, causarán estragos por la fuerza de los vientos y en otros por la gran cantidad de agua que descargarán sobre la tierra.

Pero las múltiples voces de los científicos no han logrado, hasta el momento, penetrar el muro de goma de la administración del Presidente Trump quien no quiere ver ni escuchar y, más bien, decidió recortar el presupuesto destinado a la investigación científica y en particular al estudio de la evolución de las condiciones atmosféricas. El proyecto de presupuesto de Donald Trump contempla un recorte del 17 por ciento en los fondos destinados a la agencia estadounidense NOAA (National Oceanic And Atmospheric Administration), un recorte que resultaría mortal para uno de los institutos más importantes no solamente para el futuro de Estados Unidos sino del mundo entero. Lamentablemente callar la voz de los científicos no disminuye los efectos de una realidad que se vuelve cada día más grave.

Toda vez que los fenómenos extremos de la naturaleza golpean a una población surge espontánea una solidaridad que permite salvar vidas aún en las peores condiciones y a pesar de las respuestas tardías e insuficientes de algunos gobiernos. En esos momentos de particular dolor y devastación se hace más evidente la importancia de la cohesión entre seres humanos.

Quizás haya llegado el momento de buscar esa misma solidaridad y cohesión, a nivel internacional, para poner en marcha acciones y políticas que ayuden a prevenir el calentamiento global y a profundizar la adaptación a los cambios climáticos que ya no se pueden evitar. Para lograrlo es importante manifestar pacíficamente y expresar con el voto la preferencia hacia los políticos que a nivel nacional y local muestran su preocupación hacia el ambiente, pero no es suficiente.

Hay que tomar consciencia a nivel individual de la gravedad de la situación y de la importancia de nuestras propias acciones. Cada quien debe asumir su cuota de responsabilidad. El planeta nos pertenece y es obligación de todos nosotros cuidar por su vida.


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