Con precisión cirujana la administración del Presidente Donald Trump va cortando los lazos que unen este país al resto del mundo. La política de su predecesor, Barack Obama, vuelta a profundizar acuerdos internacionales que permitan enfrentar, de manera coordinada, problemas comunes, ha sido desechada por completo por el actual mandatario.
El pasado sábado, con un comunicado lacónico, la misión estadounidense ante la ONU notificó la intención de retirarse del Pacto Mundial de la ONU sobre Migración y Refugiados por considerar que el mismo contiene muchas disposiciones que son incompatibles con las políticas estadounidenses de inmigración y refugiados y con los principios dictados por la administración Trump en materia de inmigración.
Otra batalla que gana el sector más reaccionario del entorno de Trump, en este caso en particular, el ultranacionalista Stephen Miller, quien se salió con la suya a pesar del escepticismo del Departamento de Estado y de la abierta oposición de la embajadora en la ONU, Nikky Haley.
La Declaración de Nueva York para los Refugiados y los Migrantes fue adoptada unánimemente por los 193 miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en septiembre de 2016, con el propósito de mejorar la gestión de los movimientos de migrantes y refugiados así como su protección. Con esa Declaración se concedió un mandato al Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados al fin de preparar una propuesta, que sería presentada a la Asamblea General en 2018. Su objetivo es el de construir un Pacto Mundial que permita mejorar la gestión internacional de las migraciones, garantizar la protección de los Derechos Humanos de los migrantes, entre ellos el de los niños inmigrantes, y definir un programa de acción común.
Nikki Halley, al presentar, muy a pesar suyo, la decisión de la Casa Blanca, puntualizó en un segundo comunicado que Estados Unidos había hecho más que cualquier otro país para los inmigrantes y refugiados, política que iba a seguir llevando adelante con generosidad, pero con “decisiones propias” incluyendo las que considerará más oportunas para defender sus fronteras.
Difícil evaluar de inmediato las consecuencias de una acción tan grave en momentos en los cuales las migraciones se han transformado en un problema que necesita de una política internacional y sensata, pena la desestabilización de gobiernos democráticos y el avance de movimientos nacionalistas y de extrema derecha. Solamente a través de un control internacional es posible organizar el flujo constante de los migrantes y garantizar el respeto de los derechos humanos de quienes huyen de situaciones de hambre y de guerra. Como bien dijo el actual presidente de la Asamblea General de la ONU, el eslovaco, Miroslav Lajcak, en un comunicado en respuesta de la decisión de Estados Unidos: “La migración es un problema global que exige una respuesta global”.
Desde su llegada a la Casa Blanca el Presidente Trump ha ido impulsando un alejamiento de los organismos internacionales. Ladrillo tras ladrillo y con la velocidad casi compulsiva que generalmente anima a los políticos en los meses electorales, acuerdos y decisiones que son fruto de una larga y paciente labor diplomática, están siendo desmantelados sin anestesia alguna.
La política de aislamiento comenzó con el abandono de los Acuerdos de París sobre el clima, decisión que sigue preocupando ya no solamente a los científicos sino a una humanidad que en su diario vivir sufre las consecuencias del calentamiento global. El futuro ya es presente y lo están demostrando los fenómenos atmosféricos extremos que sacuden la tierra sin respeto de confín alguno, y siendo, en muchos casos, una causa adicional de las migraciones.
Otra decisión que ha sembrado desconcierto y preocupación ha sido el retiro de Estados Unidos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, (UNESCO).
Fueron los gobiernos de los países que se oponían a la Alemania nazi, en plena Segunda Guerra Mundial, quienes dieron los primeros pasos hacia la creación de este organismo. Europa vivía la gravísima tragedia de la guerra y los políticos entendieron que para garantizar una paz estable, al terminar el conflicto, era necesario reconstruir los sistemas educativos. Sobre esas bases se acordó la creación definitiva de la UNESCO como organismo internacional centrado en la promoción y protección de la educación y la cultura como pilares para evitar nuevos conflictos mundiales. En el preámbulo de la Constitución lo explican claramente al decir «Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz».
En un mundo en el cual proliferan nuevamente movimientos pro-nazi, crece el terrorismo y el espectro de una guerra nuclear vuelve a ser una amenaza real, dejar morir la UNESCO, puede tener consecuencias mucho más graves de las que podrían aflorar tras una primera lectura.
El Presidente Trump también decidió abandonar el acuerdo nuclear internacional que su país y otras cinco potencias mundiales habían firmado con Irán y, como bien sabemos, tampoco quiere seguir con el Tratado de Libre Comercio (TLCAN) firmado por sus predecesores, con México y Canadá.
La política aislacionista de la actual administración norteamericana pone en riesgo, cada día más, el delicado entramado de acuerdos/controles establecidos a nivel internacional para enfrentar problemas que dejan de ser de un solo país porque nos pertenecen a todos por igual como seres humanos.
Si bien muchos organismos internacionales pueden y deben ser mejorados, si bien no faltan las críticas de quienes quisieran acciones más incisivas y determinadas, nadie puede denegar que sería prácticamente imposible enfrentar situaciones de interés global sin la ayuda de los organismos internacionales. Debilitarlos significa debilitar a las poblaciones quienes quedan mucho más aisladas y solas frente a los desmanes de sus propios gobiernos. Debilitarlos significa también dejar mayor libertad de movimiento a los sectores más reaccionarios y xenófobos.
Es un hecho que, a pesar o quizás a causa, de una mayor interconexión, crecen los movimientos nacionalistas y se profundizan las fuerzas entrópicas de las sociedades que tienden a destruir conceptos como solidaridad e inclusión. La necesidad de depositar en otros la “culpa” de nuestros males facilita el camino de quien funda su fortaleza en la capacidad de sacar de un sombrero culpables de diferente tipo, culpables que no tienen la posibilidad de defenderse. Los inmigrantes muchas veces encabezan esa lista.
La historia enseña que esa enfermedad tiene raíces antiguas, lamentablemente todavía no nos ha enseñado como encontrar la medicina para debelarla definitivamente.
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