“La democracia no es un hecho sino un acto”. Con esta frase, pronunciada en su primer discurso, tras decretarse la victoria de Biden a la presidencia y de la suya a la vicepresidencia, Kamala Harris nos puso en alerta sobre la fragilidad, no solo de la democracia sino de todas las conquistas sociales. Cuando, conmovida recordó el largo y difícil trabajo hecho en los años pasados por su madre y muchas otras mujeres, también nos habló de la vulnerabilidad de los derechos de las mujeres. Es importante recordar el pasado para avanzar hacia el futuro.
Fueron suficientes cuatro años para que un Jefe de Estado como Donald Trump pusiera en riesgo importantes logros, fruto de años y años de lucha. Al igual que muchos otros populistas, manipuló rabias y frustraciones de largo estratos de la población. Dejó que afloraran sin ningún tipo de recato, los sentimientos más nocivos para cualquier sociedad: xenofobia, el racismo e intolerancia hacia quienes piensan y sienten diferente. Buscó el apoyo de los fanatismos para mantenerse en el poder a costa de los derechos de las mujeres, de la comunidad LGTBQ+, de los inmigrantes y de los refugiados.
Cuatro años fueron suficientes para romper una tradición de trasparencia, un lenguaje respetuoso y de aprecio hacia la verdad. Trump nunca habló como presidente de toda una nación sino únicamente de los sectores que lo apoyan.
Las divisiones se han profundizado. No será fácil recomponer un tejido tan desgarrado en el cual gran parte de la sociedad es incapaz de ver en el opositor político a otro ser humano con ideas diferentes. El opositor, en los cuatro años de Trump, se ha transformado en el enemigo. Su ex asesor Bannon llegó al extremo de declarar públicamente que le gustaría enzarzar las cabezas del reconocido médico Antony Fauci y de Christopher Wray, director del FBI, en unas picas, “a cada lado de la Casa Blanca, como una advertencia a los burócratas federales, de que o se atañen al programa o están fuera».
En 2019, según un estudio de Southern Poverty Law Center, en Estados Unidos se detectaron 940 grupos de odio. Es un mapa de la intolerancia, un mapa que habla de personas dispuestas a todo con tal de imponer sus ideas, su religión, sus reglas.
La presencia de Trump en la Casa Blanca favoreció la multiplicación de estos grupos, les dio visibilidad y credibilidad. Hasta llegar a colocar una partidaria del sitio web QAnnon, cuya finalidad es justamente la de difundir odio, rabia y temores, en un Congreso que es el mayor símbolo de la democracia.
En solo cuatro años logró empañar la imagen de los republicanos, de un partido otrora respetado, cuyos miembros, en su mayoría, no tuvieron el valor de distanciarse de un cierto modo de hacer política con tal de no perder el poder.
En solo cuatro años el presidente logró poner en grave riesgo la vida del planeta. Es gracias a su apoyo que otro populista de derecha, Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, está permitiendo la destrucción de la foresta amazónica y de las poblaciones que allí viven.
En solo cuatro años las relaciones internacionales de Estados Unidos con el mundo democrático se han deteriorado y su presencia en los organismos multilaterales se ha debilitado. Y, finalmente, la ciencia ha sido denigrada, ignorada en un momento en el cual la sabiduría médica es la única arma para combatir una pandemia que ha matado a más de 1,29 millones de seres humanos en todo el mundo y de ellos 243mil en Estados Unidos y 164mil en Brasil.
“La democracia no es un hecho, es un acto”. Si hubiera todavía alguna duda sobre la veracidad de estas palabras bastaría analizar la actitud del Jefe de Estado en estos últimos días. Con tal de no salir del Estudio Oval, está dispuesto a arrasar con todas las reglas democráticas, poniendo en duda un pilar fundamental como el voto y por ende la legitimidad de Biden y Harris.
Kamala en su discurso subrayó, asimismo, el logro que significa tener, por primera vez, en la vicepresidencia a una mujer que, además, es de piel oscura y tiene raíces afro-caribeñas e indianas. “Este es el país en el cual soñar es posible”, dijo.
Y estamos de acuerdo con ella quien rompió uno de los techos de cristal más duros de la historia de las mujeres.
Sin embargo, es bueno recordarle a todos, y no solamente a las mujeres, que los techos de cristal así como se rompen pueden recomponerse más fuertes que antes, que la lucha para los derechos humanos no conoce fin, que las conquistas sociales son vulnerables si no velamos por ellas. Solo así los sueños podrán transformarse en realidad.
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