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Joanna Reposi
lemebel documental

Joanna Reposi: Por suerte hay un Lemebel para cada quien

La escritura de Pedro Lemebel no empezó en sus libros. Comenzó en la calle, al desnudo, sin palabras. A finales de los ‘80, la dictadura en Chile aún escupía huesos y la literatura de esta  loca proletaria nacía en carne viva, con las performances de las Yeguas del Apocalipsis, el colectivo que formó con Francisco Casas. Prenderse fuego era escribir. Arrancarse un corazón de pelos del pecho era escribir. Desangrarse con una sonda o bailar descalzo sobre vidrios rotos era escribir. “Después de eso, de ser una suerte de cronista de lo visual, no me fue difícil adentrarme en la escritura. La letra ya había pasado por el cuerpo”, dijo Lemebel en una entrevista en 1999, incluida en Lemebel Oral, un libro que reúne 20 años de conversaciones (1994-2014). 

Cuando la cineasta chilena Joanna Reposi conoció a Lemebel, el escritor ya había eclipsado al performer. Muchxs lo reconocían más por la exitosa novela Tengo miedo torero —llevada este año al cine por Rodrigo Sepúlveda— o por libros de crónicas como La esquina es mi corazón o Loco afán, que por performances icónicas como De qué se ríe, presidente o Tu dolor dice: minado. Reposi también se había acercado a Lemebel primero como lectora, pero siempre le intrigó como artista visual. En 2007, luego de entrevistarlo para un programa de televisión, la directora le propuso hacer un documental “muy desde el videoarte. Y por eso aceptó encantado”.

Lemebel —el documental más visto en Chile en 2019 según la Corporación Chilena del Documental— es un retrato plástico, un homenaje vívido y un registro primordial de los últimos días de una de las plumas más queridas y leídas de Latinoamérica. Filmada a lo largo de siete años, la película inicia y termina en 2015, en el hospital en el que Lemebel, afónico y agonizante por el cáncer de laringe, se pintó las cejas como golondrinas en pleno vuelo de Frida Kahlo para la performance final. En medio de ese trance entre vida y ascensión, Reposi intercala archivos de la escritura corporal de Lemebel y proyecta su estampa rabiosa sobre los lugares de Santiago que habitó. Y de fondo, como banda sonora, la voz de Jeanette invoca al genio y a la figura con primor:

“Y tiene…
el corazón de poeta,
de niño grande, de hombre-niño
capaz de amar con delirio
capaz de hundirse en la tristeza”.

 

Joanna Reposi

 

¿Por qué te interesó particularmente el Lemebel performer?

Cuando me acerqué a Pedro, él ya era reconocido como escritor. Había editado su novela Tengo miedo torero y había sido un éxito. Pero siempre me interesó explorar más su parte performática porque, para mí, era menos conocida y creo que ahí está su pulso más visceral. En sus textos está su literatura, pero en la performance está todo lo desgarrador de él como artista y  persona. Además, cinematográficamente, en términos plásticos, era mucho más atractivo abordarlo desde la performance porque me permitía jugar con las herramientas del archivo, la proyección, la imagen.

 

¿Cómo conservaba Lemebel su archivo?

Pedro tenía sus archivos en esas cajitas de plástico, con tapa, que uno encuentra en los supermercados. Ahí tenía todos sus videos de VHS, sus fotos. Era ordenado en su desorden. Lo tenía todo ordenado, pero no clasificado. Y creo que Pedro, de alguna manera, accedió a hacer esta película porque le permitía volver a revisar su archivo para clasificarlo mejor. Era un archivo maravilloso, una joya de material que tenía que perpetuarse y no quedarse en esas cajas.

 

Joanna Reposi

 

Su archivo da cuenta de que él, desde muy joven, sabía que iba a ser importante. Se sentía  un rock star…

Pedro tenía una sensibilidad y una inteligencia fantásticas. Eso fue lo que lo hizo salir del margen, de la pobreza, y lograr ser el artista que es. Y ojo, esto sucede en Chile, donde es muy difícil romper ese ciclo. Su agudeza lo hizo parte de esos artistas únicos, inclasificables, que pasan a la historia. Muy pocos logran eso. Él siempre tuvo conciencia de su propio arte y sabía que era importante que fotografiaran sus performances. Todo el underground de los ‘80 en Chile lo acompañó y trabajó con él: Paz Errázuriz, Pedro Marinello. Hasta el final de su vida, Pedro tuvo conciencia de las fotos, del video, de lo fílmico. Cuando estábamos haciendo la película, él estaba súper consciente de que estaba siendo filmado. Nunca dejó de estar consciente.

 

¿Era otro cuando estaba fuera de cámara?

No, Pedro era así como lo ves en cámara. Aunque sí creo que con los amigos era un poco más dulce y frágil, como lo muestra la película. Como personaje era mucho más punky, mucho más duro, mucho más transgresor. Pedro, como personaje, te podía escupir en la cara. Eso fue lo que hizo con un ministro de Cultura que intentó darle la mano. Era muy temido. Terriblemente temido.

 

 

En el documental, las fotos de Lemebel aparecen proyectadas a lo grande en varios edificios de Santiago. ¿Qué significado quisiste darle a ese gesto?

Pedro es un personaje súper iconográfico y, además, era muy callejero. Él no era un escritor de la academia. Él escribía sobre lo que experimentaba y vivía. Por eso era tan adorable: porque le gustaba vivir. Le gustaba mucho la música, tomar, comer rico. Era un gran vividor, diría yo. Y por eso enganchamos tan bien entre ambos. En ese sentido, los lugares donde se proyectan las fotos son espacios emblemáticos donde él vivió, transitó e hizo gran parte de su creación artística. Pedro fue un artista muy genuino con su historia y sus orígenes.

 

¿Su relación con Santiago era más de amor o de odio?

Pedro era muy urbano. Era un gran enamorado de la ciudad. Odiaba el campo. De hecho, no le gustaba mucho viajar y cada vez le daban más miedo los aviones. Le encantaba Santiago. Amaba   Recoleta, Patronato, Bellavista. Era muy de barrio, todos los vecinos lo conocían cuando íbamos a comprar algo en la tienda.

 

Leí que Lemebel te cedió los derechos de filmación en vida.  ¿Fue una protección legal?

No, en realidad lo hice para postular a fondos concursables. Yo venía filmándolo durante siete años, tenía mucho archivo, pero para poder postular a fondos necesitaba tener la autorización del artista. Fue algo práctico. Tres meses antes de morir, Pedro firmó los papeles y me dijo ‘haz la película que quieras’.

 

Joanna Reposi

 

¿Fue un riesgo trabajar con un personaje tan grande como Lemebel?

Para mí no. Nunca lo tomé así. Por suerte nunca sentí ese peso porque si no la película hubiera sido otra cosa. Cuando estaba en la sala de montaje fui muy intuitiva. Y así también  me acerqué a él en 2007, cuando ya era un gran escritor, pero no era la explosión que es hoy día. Para mí, en ese entonces, Pedro era un artista del que había que hacer una película. Y creo que esta película es muy libre, muy fiel a lo que quise hacer y al punto de vista inicial que le propuse. Yo le planteé hacer una película muy desde el videoarte y por eso aceptó encantado. Él odiaba los reportajes periodísticos. No sentí la necesidad de hacer algo para satisfacer a todos.

 

Por suerte hay un Lemebel para cada quien, ¿no?

Sí, sobre todo en Chile. Existe un Lemebel para todos y, por suerte, cada quien tiene su Lemebel. Algunos me han dicho ‘Oye, te faltó esto o tal cosa’, y bueno, claro, por supuesto. Esta fue mí película, muy subjetiva, particular, personal, de un momento específico de la vida de Pedro. Hay muchos Lemebel. Ojalá vengan muchas películas más de otros directores.

 

Has dicho que tu relación con Lemebel fue complicada en ciertos momentos. ¿Qué se necesitaba para que retomaran el contacto?

Tendría que preguntárselo a mi pareja (risas). Creo que era convicción, nada más. Yo creía mucho en él, en su historia, y Pedro también quería hacer esta película. Él y yo, además, no éramos rencorosos. Teníamos la ventaja de decirnos todo en la cara. Luego pasaba un tiempo, nos olvidábamos de eso y seguíamos. Nunca hubo rencor. Eran solo explosiones del momento.

 

Joanna Reposi

 

¿Nunca te pidió ver un corte del documental?

No, no alcanzó. Apenas vio un tráiler que hice para ganar fondos y se enojó conmigo, pero le expliqué para lo que era. Como te decía, las peleas pasaban y volvíamos a trabajar sin problema.

 

¿Crees que Corazón de poeta, la canción de Jeanette, representa bien quién fue Lemebel?

Jeanette es el placer culpable de muchos escritores malditos de mi país. A Pedro le gustaba mucho Jeanette. La escuchaba, era parte del soundtrack de su vida, y por eso aparece esa canción en la película. Fue súper natural. Y justo en ese momento, cuando suena en la radio de su casa, Lemebel se abre y dice esa frase maravillosa: ‘Yo no era hippie, era pop’. Cuando revisé el material y vi esa escena con la canción,  me dije: ‘Este va a ser el clímax de la película’. Y así fue.

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