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karina gerlach
Photo by: Jennifer C. ©

Hacia una nueva cooperación internacional

En consideración de los múltiples análisis y reflexiones que genera y también requiere una situación tan delicada como la que estamos viviendo, hemos decidido ceder el espacio del editorial a personalidades quienes, desde diferentes profesiones y experiencias, nos ofrecerán su visión sobre el futuro que nos espera, o quizás, más bien, el futuro que podemos construir.

 

Cuando una herida está seriamente infectada, recomiendan punzarla para drenar el pus y poderla curar. Se corre el riesgo sí, que se riegue la infección.  Pero, normalmente punzar comienza un proceso de sanación, no agradable pero necesario. Es esta la imagen que viene a mi mente cuando pienso en el COVID-19. Ha venido a punzar muchas heridas y a todo nivel: personal, familiar, nacional e internacional.

Se ha escrito mucho sobre el efecto -tanto positivo como negativo- de la pandemia y del confinamiento en los individuos y en las dinámicas familiares. A nivel internacional hemos visto a algunos líderes dando rienda suelta a sus impulsos autoritarios y a otros mostrando empatía, civismo y democracia real en su manera de enfrentar la crisis. Dicho sea de paso, muchos de los últimos son mujeres. Todos los países, expuestos al impacto inesperado y repentino de la pandemia, se abocaron a tratar de proteger a sus ciudadanos, aminorar la propagación y lidiar con la debacle económica que acompaña el confinamiento. Se cerraron todas las fronteras. Los países se quedaron ensimismados cuando más se necesitaba la cooperación internacional.

Este es el año del 75 aniversario de la ONU y los proponentes del multilateralismo, en vista de la situación a nivel global se preguntaban si habría algo que celebrar, o si estábamos llegando al fin de la cooperación internacional. El COVID-19 llegó a punzar una herida que ya no se puede ignorar.

Desde hace unos cuantos años EEUU ha ido perdiendo el liderazgo que había tenido -para bien y para mal- desde el fin de la guerra fría. China, en las dos últimas décadas ha ido ganando supremacía económica y con ella ha comprado votos en los organismos internacionales y favores, sobre todo entre los países en desarrollo a quienes presta dinero en nombre de la inversión. Los europeos, acostumbrados como estaban a escudarse detrás de EEUU y debilitados en los últimos años por sus propios problemas (entre otros Brexit) tampoco ejercen mucho su liderazgo a nivel internacional.

En vista de la rápida escalada del virus a nivel mundial empezó a escucharse el refrán de que “somos tan fuertes como nuestro eslabón más débil”, reconociendo así que sin cooperación internacional todos seguiremos en peligro de nuevos contagios y por mucho tiempo. Es aquí donde se han producido sorpresas que quizá solo una crisis como esta habría podido engendrar. Así como se han develado verdades sobre los vergonzosos niveles de desigualdad a los que hemos llegado en casi todas partes del mundo, el COVID-19 también ha puesto de relieve los fallos/grietas en el sistema internacional.

Mientras EEUU se convertía en el foco más grande de la pandemia a nivel mundial y quedaban de manifiesto las carencias de sus sistemas sanitarios y de protección social y el nivel sin precedentes de desigualdad social, China, con medidas coercitivas escondía el número de enfermos y muertos y aplicaba medidas draconianas para aplanar la curva. En Estados Unidos, el presidente, desesperado por este inesperado giro que podría trastocar sus planes de reelección, comenzó a acusar al país asiático de crear la pandemia y los chinos reaccionaron con otras acusaciones, en lo que muchos están llamando una nueva guerra fría. Pero entonces ¿hay posibilidades de cooperación internacional sin el consentimiento de estas dos grandes potencias?

Pues ha sido interesante ver cómo se han levantado las voces de muchos países haciendo llamados para la cooperación internacional: los europeos salieron a liderar los esfuerzos por encontrar una vacuna e insistir en que sea distribuida gratuitamente en todo el mundo. “Es un bien público global -insisten- y lograrla y distribuirla es una responsabilidad colectiva”. Australia por su lado ha pedido (y se le han unido 120 países mas) una investigación sobre el origen del virus. La Unión Africana emitió un comunicado muy fuerte contra el mal trato que recibieron en China ciudadanos africanos. China respondió a estas dos iniciativas con amenazas, suscitando fuertes respuestas de muchos países, algo que no se había visto antes. Es evidente que la gravedad del COVID-19 ha contribuido a que ciertos países pierdan el temor a enfrentarse con la potencia económica de China. Como dicen, la necesidad es la madre de la invención.

Es interesante observar la geometría variable que se está produciendo entre países que se están uniendo para cooperar en el manejo de los impactos dislocadores del COVID-19 y promocionar soluciones multilaterales. Con sus imperfecciones y desaciertos, las instituciones y los mecanismos de cooperación global siguen siendo los ámbitos en los cuales todos, o casi todos, los países pueden colaborar y tratar de buscar soluciones a problemas que nos afectan colectivamente.

Como dijo el ex secretario general Dag Hammarskjold:  La ONU no fue creada para llevar a la humanidad al paraíso, sino para salvarla del infierno. Hay los que argumentan que el multilateralismo es una ideología que trabaja para debilitar las soberanías nacionales, pero en realidad es una metodología de cooperación que al fortalecer sistemas de protección global refuerza las soberanías.

Algunos dicen que esta nueva ola de cooperación no durará, y que, al igual de lo que pasó después de la crisis financiera del 2008, cuando hubo cooperación temporal para resolver lo inmediato, los sistemas y problemas de fondo quedaron iguales. En aquel momento la herida se punzó pero no se curó bien.  Muy pronto el mundo olvidó las consecuencias y siguió con sus malas prácticas.

El impacto y duración de esta crisis hará difícil ignorar los problemas estructurales que ha desvelado y sus consecuencias. Lo que empezó como una crisis sanitaria, se ha ido transformando en crisis económica y social y amenaza con convertirse pronto, si no nos cuidamos, en crisis política en muchos lugares.

Quiero pensar que estas nuevas coaliciones que se están dando para enfrentarla serán duraderas y que reiterarán que solo con un frente común podremos vencer la crisis que estamos viviendo y las otras que vendrán, cambio climático entre los primeros.

¡Ojalá que esta vez la herida se cure de verdad!


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