El mundo se hace cada vez más pequeño y el proverbio chino «el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo» cada día más acertado.
Las economías de los distintos países, hasta de los más lejanos, están interrelacionadas y de alguna manera resienten de los acontecimientos positivos y negativos que ocurren en las distintas áreas geográficas.
Por esta razón los ojos del mundo están siguiendo con enorme atención el desarrollo de la crisis griega y no pierden de vista la desaceleración de la economía china.
La de Grecia es una crisis anunciada. Se veía venir desde hace años, lo sabían los economistas, los políticos y lo sabían los bancos de Alemania y de Francia que han sido al final los grandes favorecidos.
Lamentablemente, como siempre ocurre en estas situaciones, quienes sufren mayormente, son los ciudadanos. Se van quedando sin trabajo, sin dinero, sin futuro. Ellos conocen solamente una pequeña parte de la historia. Lo que se mueve detrás de bastidores lo saben y deciden solamente quienes realmente detienen el poder económico y político. Esas informaciones, nunca o casi nunca, llegan al ciudadano común.
Como si eso no bastara, cuando el desespero de las poblaciones llega a puntos de ebullición siempre hay políticos capaces de manipular ese descontento utilizando todas las armas del populismo.
Es la política gritada, la que estamos acostumbrados a absorber a través de una gran cantidad de medios de comunicación que han transformado temas serios en vulgares show con la única preocupación de aumentar su audience.
Se va creando así una matriz muy peligrosa porque, si por un lado es siempre más difícil entender donde termina el show y donde comienza la política, por el otro las personas se identifican con esos líderes quienes gritan en las plazas y en los Parlamento locales así como en instituciones internacionales, su rabia y su malestar. Destruir es siempre más fácil que construir y es mucho más reconfortante soñar que enfrentar la realidad.
Grecia está viviendo uno de los peores momentos de su historia y no es con gritos ni con puños en la mesa que puede resolver su situación. Si quieren evitar la autodestrucción los griegos deberán ser capaces de abandonar los tonos teatrales y buscar los compromisos posibles.
Lo sabe el mismo Tsipras quien, dejando de lado el ala radical de su partido Syriza, ha buscado un acuerdo con las otras fuerzas del Parlamento para llegar a Bruxelles con una propuesta viable.
Por otro lado Grecia es Europa y Europa no puede prescindir de Grecia. Eso significaría su inevitable debilitamiento y hasta podría determinar su muerte. Las consecuencias serían gravísimas para los distintos países que la conforman pero también para el resto del mundo. Para América Latina se perfilaría un panorama sumamente negativo. Lo resentirían las relaciones comerciales y por consecuencia las economías locales.
El debilitamiento y, en en el peor de los escenarios, la desaparición del euro, llevaría a un fortalecimiento del dólar y a una consecuente depreciación de las monedas de la región con una recaída negativa sobre las inflaciones de los distintos países.
Igual atención merece la situación china. Aún cuando el coloso asiático esté en capacidad de enfrentar una desaceleración de su economía, deberá necesariamente actuar con mayor prudencia a nivel internacional.
Para los países de América Latina y el Caribe eso representa otro serio motivo de preocupación. Sobre todo si, como es el caso de Venezuela, sus gobiernos se han beneficiado de la ayuda China para enfrentar graves problemas internos. Esa ayuda, que nunca ha sido gratuita, puede transformarse en una carga aún más pesada de la que suponían en un principio.
En este panorama que ameritaría serias reflexiones, representan unas notas totalmente desentonadas las exageradas consignas del Presidente de Venezuela Nicolás Maduro tras los resultados del referéndum griego.
No hay nada que festejar en lo que está pasando, quizás más bien habría que estudiar los errores de otros para evitarlos en casa propia. Pero a veces eso pareciera pedir demasiado.
Photo Credits: Bob Dass