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george floyd
Photo by: Lorie Shaull ©

George Floyd somos todos

Nadie está exento de ser víctima de xenofobia, odio racial, rechazo. Un leve acento extranjero, el color de la piel, religión, sexo, preferencia sexual, discapacidad, cualquier leve diferencia en nuestros orígenes o en nuestra actitud, pueden ser el desencadenante de la intolerancia. Venenoso como una mala hierba, el rechazo hacia quien nos muestra facetas diferentes de la humanidad, cruza transversalmente todas las sociedades y cobra víctimas inocentes. 

Los políticos lo saben y en algunos casos exacerban esos sentimientos para generar miedo, rabia, y sobre todo para orientar hacia objetivos externos el malestar de los pueblos. Sin embargo, con o sin el empuje de los gobernantes, el odio, en sus múltiples facetas, corre en las venas de las sociedades y se manifiesta cuando menos lo esperamos. No importa quienes somos ni donde vivimos. El odio genera odio en una espiral que no perdona a nadie. 

La Justicia y el castigo ejemplar, representan la única esperanza de contención.  Es por esa razón que celebramos el veredicto del jurado de Minneapolis que, en pocas horas, ha declarado tres veces culpable al policía Derek Chauvin, quien ha asesinado a sangre fría al afroamericano George Floyd.

Una sentencia que hubiera sido mucho más difícil de obtener sin la existencia del movimiento Black Lives Matter, sin la decorosa firmeza de la familia de la víctima, sin el valor de los testigos y sin un Presidente como Biden y una Vice Presidenta como Harris. Muy diferente hubiera sido el clima si, en lugar de tener a un Jefe de Estado quien ha definido la muerte de Floyd, “un asesinato a la luz del día” tuviéramos a otro como Trump quien mostró siempre simpatía hacia los supremacistas blancos.

Nosotros como inmigrantes hispanos somos sin duda uno de los sectores de la sociedad hacia el cual es más fácil dirigir la rabia de quien necesita descargar sobre alguien sus frustraciones y sus temores. Al igual que los asiáticos, en un pasado más o menos recientes, hemos dado nuestro tributo de sangre al fuego de la intolerancia alimentado más o menos desde los espacios del poder.  

No son solamente las madres de adolescentes afroamericanos quienes quedan despiertas hasta escuchar a sus hijos volver a casa, sino también las hispanas, las asiáticas, las musulmanas, las judías jasídicas, aquellas que temen por las hijas hembras, más vulnerables a la violencia física y sexual, o saben que sus hijos o hijas tienen una pareja de su mismo sexo. 

Hoy, finalmente, podemos volver a confiar en las instituciones democráticas, in primis en la Justicia. El veredicto que condena a muchos años de prisión al policía asesino, desactiva la espiral de odio que hubiera podido seguir creciendo hasta desembocar en más muertes. 

Ahora que Floyd y todos los que, como él, han muerto a manos de la prepotencia y la locura de la violencia, pueden descansar en paz, es necesario curar heridas. Hay que superar las diferencias, remendar las laceraciones que estas situaciones han dejado en la sociedad. Es tiempo de celebrar todos juntos porque todos somos potenciales George Floyd, todos podemos ser padres, hermanos, esposos y esposas de una víctima.

La democracia en Estados Unidos ha dado un enorme paso hacia delante. Sin embargo, no hay que olvidar que los adelantos en materia de derechos humanos no son eternos y mucho menos invulnerables. Todo lo contrario. Hay que estar alerta y luchar cada vez que nuestra sociedad se aleja de los sentimientos de respeto, inclusión, justicia. Es el único camino que nos permite evitar ser nosotros la próxima víctima.


Photo by: Lorie Shaull ©

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