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Photo by: Kevin Dooley ©

FMI, frena la economía latinoamericana

Efecto dominó. Lo que acontece en las economías industrializadas repercute en las en vía de desarrollo. Así las cosas, no debe extrañar el recorte drástico en las previsiones de crecimiento en las economías de América Latina. El hemisferio sur del continente americano, en su conjunto, experimentará una expansión de apenas un 0,6 por ciento en su Producto Interno Bruto. Eso es lo que pronostica el Fondo Monetario Internacional. Malas noticias, habida cuenta que, a comienzos del año, las perspectivas eran mucho más halagadoras. De hecho, el FMI estimaba para Latinoamérica un crecimiento del 1,4 por ciento. Pareciera ser costumbre, casi una maldición para nuestras economías, comenzar el año con buenas perspectivas y terminarlo con un balance decepcionante.

El FMI corrigió las previsiones de crecimiento de las economías industrializadas en 2019. Excepción hecha por Estados Unidos y España, el organismo con sede en Washington estima una expansión menor a la anticipada para todas las demás. En honor a la verdad, son apenas unas pocas décimas; pero, parecieran confirmar una tendencia destinada a reforzarse con el pasar de los meses. Cabe destacar que desde 2018 la confianza de las empresas se ha visto golpeada por una serie de acontecimiento aún en desarrollo. Decimos, la incertidumbre por el Brexit “duro”, las dudas por el fortalecimiento de los movimientos populistas que achacan al euro todos los males habidos y por haber y ponen en entredicho la existencia misma de la Unión Europea, la transición hacia la robótica y la búsqueda de una economía compatible con el ecosistema. Además, crece el temor por la política comercial del presidente Trump, que amenaza con desempolvar viejos aranceles, pone bajo nuevas presiones las relaciones China-Estados Unidos e irrita a sus aliados tradicionales.

América Latina sigue siendo una región productora de materias primas. Cualquier reducción en el ritmo de crecimiento económico en las naciones industrializadas tendrá repercusiones en el nivel de exportaciones de los países latinoamericanos. En consecuencia, en el nivel de vida de su población.

El FMI, a pesar de la contracción crónica y significativa de la economía venezolana, proyectaba para la región un crecimiento del 1,4 por ciento. Ahora para el organismo con sede en Washington, la economía latinoamericana, luego de la última revisión, crecerá tan solo del 0,6 por ciento. Y tiene razones para así creerlo.

México, entre enero y marzo, cerró sus cuentas en rojo. Y, en los próximos días, sabrá a ciencia cierta si entró en recesión. Brasil, por su parte, ya no crecerá en 2 por ciento, como había pronosticado el FMI. Lo hará en apenas el 0,8 por ciento. Esto es un balde de agua fría para el gobierno de Jair Bolsonaro. Es la primera corrección a la baja. Y podría indicar el comienzo de la desaceleración en el ritmo de crecimiento de la economía del coloso del norte. A Argentina no le espera un futuro mejor, aun cuando el FMI solo pronostica una muy leve corrección en sus previsiones. También Chile crecerá a un ritmo menor de lo esperado. Un problema para su presidente Sebastián Piñera. El crecimiento económico ha sido el eje central de su promesa electoral.

Venezuela, hoy, presenta uno de los mayores descalabros de la historia económica latinoamericana. Su economía desde hace seis años se contrae a ritmos superiores al 20 por ciento. Es el producto de la improvisación, de la falta de previsión y, sobretodo, de la incapacidad de admitir el fracaso del proyecto político-económico que ha elevado a niveles inaceptables la pobreza y las desigualdades.

El crecimiento menor en las economías del hemisferio latinoamericano no ayudará lamentablemente a mejorar el nivel de vida de la población. En especial, a reducir la pobreza. La apuesta es fortalecer la clase media y crear las bases para que la economía informal pueda dar el “gran salto”. Decimos, transformarse en las pequeñas y medianas industrias.


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