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maduro trump bolsonaro
Photos by: Palácio do Planalto ©; Gage Skidmore ©; Eneas De Troya ©

Evitar los errores del pasado

En el norte y en el sur del continente americano. En un extremo Donald Trump, en el otro Jair Bolsonaro y, en el medio, Nicolás Maduro. Todas caras de una misma moneda. Decimos, líderes populistas con vocación autoritaria quienes, desde el comienzo de sus mandatos, se tomaron la tarea de desacreditar las instituciones democráticas, las mismas que juraron defender.

El camino de Donald Trump ha sido errático. Un vaivén de declaraciones contradictorias y posturas discrepantes. A pesar de todo, su mensaje ha logrado calar en la “América profunda”. Es decir, en la más nacionalista; en la menos satisfecha y la más golpeada por el desempleo que deja la transición hacia la robótica. Gracias a esta América conservadora, rural, tradicionalista ha logrado alcanzar la presidencia del país otrora adalid de la democracia y las libertades.

Más coherente ha sido el camino recorrido por Bolsonaro. Respaldado por las corrientes evangélicas más recalcitrantes, su discurso ha hecho mella en los sectores violentos de Brasil. Nunca ha negado su simpatía hacia las dictaduras militares que gobernaron con mano dura el país en los años 60, 70 y 80.

Nicolás Maduro, por su parte, heredó un país cuyas instituciones democráticas ya habían sido sometidas por el extinto presidente Chávez. Su tarea ha sido profundizar su sumisión. Su retórica populista, cargada de demagogia, no logra esconder su vocación autoritaria.  Detrás de la falsa apariencia de paladín del pluralismo y defensor de la Constitución, esconde su desprecio por los valores y principios democráticos en los cuales probablemente nunca creyó.

Trump, Bolsonaro y Maduro hicieron de la defensa de la Ley y el orden el “leit motive” de sus campañas electorales. Ahora se encargan, cuando no con hecho con palabras, de desacreditar las instituciones. Bolsonaro, quien despidió al jefe de la Policía Federal por defender este la autonomía investigativa del cuerpo policial, mantiene una campaña constante de desprestigio contra el Poder Judicial. Trump, quien alejó a 5 funcionarios encargados de vigilar y resguardar el Estado de Derecho al interior de su gobierno, continúa ofendiendo y exponiendo al escarnio público a periodistas y mass-media. Se burla de las instituciones, incita al odio y humilla a los más débiles. “In primis”, a los emigrantes. Y Maduro, quien denuncia a diario un supuesto plan de invasión promovido por los Estados Unidos, no pierde ocasión para desacreditar al Parlamento, que no domina; a las Ong, que denuncian sus excesos; a los organismos internacionales que condenan sus abusos; a los diplomáticos de aquellos países que sancionan a exponentes de su gobierno culpables de crímenes contra la humanidad.

Bolsonaro asegura que el voto no es suficiente para cambiar al país, recordando la retórica fascista. Trump arroja sombras sobre las próximas elecciones presidenciales de noviembre. Y, sin que haya prueba alguna de ello, argumenta que, por la expansión del voto por correo ante la difusión de la covid-19, “serán las más erróneas y fraudulentas de la historia” y “una gran vergüenza para los Estados Unidos”. Maduro va más allá. A través de un Consejo Nacional Electoral a su medida, cambia las reglas de juego. Modifica la Ley Electoral para asegurarse el triunfo en las parlamentarias de diciembre y así consolidar su poder. El Parlamento es el único reducto de la Oposición.

Socavar la credibilidad de las instituciones democráticas desde adentro hasta que capitulen ha sido siempre la estrategia del fascismo. Lo fue en el pasado y lo es hoy. El fascismo nace en democracia; aprovecha de las instituciones democráticas para fortalecerse; se nutre de ellas para finalmente imponerse. Trump, Bolsonaro y Maduro no son los únicos con vocación autoritaria. Todos deberíamos releer nuestra historia, para evitar los errores del pasado. Ignorancia y olvido son caldo de cultivo de gobiernos autocráticos y déspotas.


Photos by: Palácio do Planalto ©; Gage Skidmore ©; Eneas De Troya ©

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Juan Fuentes Opacua
Juan Fuentes Opacua
3 years ago

.Poner a estos 3 personajes en el mismo saco es confundir. Trump preside una de las mayores economías del mundo, si no la mayor, y Maduro mantiene en la ruina a Venezuela, un país que nada en petróleo, del que sus ciudadanos huyen para sobrevivir, mientras su presidente los tacha de vagos insolidarios. Ambos son multimillonarios, pero Trump ya lo era cuando llegó, mientras que Maduro conducía autobuses -corríjanme si me equivoco-. Maduro envía a su Delcy con sus 40 maletas, a Europa … ¿qué contenían aquellas maletas que no permitieron que fueran abiertas?

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