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Estados Unidos y Cuba, el legado de Obama

Necesario. Mas que eso, impostergable. La medida, hace más de medio siglo, tal vez se justificase. Hoy, en un mundo globalizado y en evolución constante y acelerada, ya no. Existen otros instrumentos de persuasión; instrumentos de igual o mayor efectividad. Además, a la vista está. Los resultados, luego de más de 50 años, son francamente decepcionantes. En fin, la decisión del presidente Obama de inaugurar, sobre las bases de una agenda gradual, una política de distensión, de apertura y de acercamiento a las Isla de Cuba pareciera el camino correcto. ¿Estamos frente al comienzo de una nueva primavera en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba?

Como era de esperarse, no todos se alegran del cambio de rumbo en la política exterior norteamericana. Los sectores más radicales del exilio cubano, que aún los hay, han protestado airadamente. Es verdad, hoy no son tan poderosos como ayer. Mas bien, parecieran “una especie en extinción”. No obstante, tienen poder de “lobby”. Y, sobretodo, son muy ruidosos.

Con la apertura a Cuba y los probables acuerdos nucleares con Iran, el presidente Obama, en los últimos dos años de su permanencia en la Casa Blanca, apuesta a un cambio en la política exterior de los Estados Unidos. La “Doctrina Obama”, la han bautizado algunos analistas. El inquilino de la Casa Blanca, de esta manera, cumple con una de las promesas hechas en 2007 cuando, todavía senador novato, se enfrentaba por la candidatura demócrata a la Casa Blanca a la temida y veterana Hillary Clinton.

Hoy el presidente Obama negocia con Irán, que para el ciudadano común representa el eje del mal, busca el deshielo con Birmania y construye puentes en las relaciones con Cuba. La “Doctrina Obama” puede resumirse en pocas palabras. Decimos, darle una oportunidad a la diplomacia. Al fin y al cabo, Estados Unidos seguirá siendo un poder económico y una superpotencia militar. Y, precisamente por eso, puede permitirse el lujo de explorar nuevos caminos que no son los del intervencionismo y el garrote. Diplomacia y multilateralismo son las cartas a jugar ahí donde los mecanismos tradicionales han fallado. El embargo a Cuba, por ejemplo.

Ejercicios de diplomacia. Ensayo de multilateralismo. Un comienzo para decirle al mundo que la política exterior norteamericana está decidida a transitar nuevos caminos. La Cumbre de las Américas en Panamá ha sido el pretexto para enviar un primer mensaje. De las palabras a los hechos.

El legado. Este es la obsesión de cualquier político. Más aún, si ocupa la silla presidencial. Obama no es diferente a los demás. Quiere pasar a la historia como, por ejemplo, lo hicieran Richard Nixon, con su viaje a China en 1972, o El Anuar El Sadat, con su viaje a Jerusalem en 1977. No quiere ser recordado simplemente como el jefe de Estado que enmendó los entuertos de su predecesor, Geroge W. Bush, en Irak o en Afganistan.

La maldición de los políticos: ser rehenes de su entorno. El presidente Obama, en los dos años que faltan para concluir su mandato, decidió romper esas cadenas. Y dar un paso que, no dudamos, tendrá repercusiones hondas en América Latina. No se trata ya de poner fin a más de 50 años de aislamiento de la vecina Isla que, como dijo recientemente el presidente Obama, ya no representa un peligro para la seguridad de los Estados Unidos. Tampoco, de dejar definitivamente atrás el último vestigio de la guerra fría. El presidente Obama, construyendo puentes hacia el deshielo con Cuba, apuesta a nuevas relaciones con América Latina.

Los países latinoamericanos, en especial los del hemisferio sur del continente americano, se han vuelto tierra de conquista para China y Rusia. En la última década, los dos colosos asiáticos han firmado importantes convenios comerciales y hecho jugosos negocios con México y los países de centro y suramérica. Y prometen ahondar en sus relaciones económicas desplazando lo que era el dominio inequívoco norteamericano. El presidente Obama quiere reconquistar el terreno que Estados Unidos ha ido cediendo a sus “competitors”.

Deshielo, distensión y apertura. Decimos, una nueva primavera capaz de proyectar una imagen inédita de los Estados Unidos orientada a corregir los sentimientos anti-americanos que tienen raíces hondas en América Latina. Es verdad. La apertura a Cuba, cuyo proceso después de más de medio siglo de embargo será necesariamente lento y delicado, no cambiará el tablero internacional. Tampoco las relación de poder entre los cuatros grandes bloques geopolíticos. Decimos, Estados Unidos, Unión Europea, China y Rusia. Mas, podría cambiar la correlación de fuerzas en América Latina. Decimos, debilitar fuertemente a gobiernos con vocación autoritaria como los de Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, para nombrar algunos, que alimentan los sentimientos nacionalistas, antimperialistas y anti-americanos para mantenerse en el poder.

Es probable, como señalan algunos analistas y expertos en la materia, que el régimen castrista no desaparezca en el corto plazo. Y que, por un tiempo, en la isla convivan el liberalismo económico con la autocracia política, a imagen y semejanza de China. No obstante, también los es que el fin del embargo, la apertura hacia Cuba y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas puedan ser, en el mediano plazo, el acicate para el comienzo de una etapa de transición parecida a la que viviera década atrás España después de la dictadura franquista. Y no es poca cosa.


Photo Credit: REUTERS/Jonathan Ernst

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