Por desgracia o por suerte, según el prisma por el que se mire. Mas, por encima de todo, una puerta abierta a la esperanza. El mundo, hoy, ya no es el mismo. El acuerdo con Irán, en materia nuclear, ha tenido el mismo efecto de un terremoto. Y no es para menos. Después de la caída del “Muro de Berlín”, que puso fin a un mundo bipolar; el acuerdo en el cual trabajaron negociadores norteamericanos con representantes de las diplomacias de Gran Bretaña, Francia, Rusia, China, Alemania y la Unión Europea representa el ocaso del mundo unipolar. Decimos, Washington tomó conciencia de que muchas cosas han cambiado a su alrededor y en especial al otro lado del océano. Y que Estados Unidos, a diferencia de lo que imaginó y destacó Francis Fukuyama en “The End of History and the Last Man”, no puede seguir desempeñando el rol de “gendarme del orden mundial”.
El triunfo del “modelo Obama” pareciera archivar la “doctrina Bush”. O, lo que es lo mismo, imponer la primacía de la diplomacia y del diálogo sobre el uso de la fuerza. Ya no se trata de exportar e imponer los valores de la democracia occidental a través de intervenciones militares o sanciones. No. Lo importante es tejer una red de relaciones que haga de los países antagonistas y hasta de los enemigos, los protagonistas de procesos de cooperación.
El acuerdo con Irán tendrá una duración de diez años. Nadie sabe, ni puede saber, qué pasará después. El presidente Barack Obama admite que Irán podría estar mintiendo. Por eso el acuerdo, alcanzado después de trece años de polémicas, no representa un “cheque en blanco”. Habrán inspecciones severas y continuas para verificar su cumplimiento. La alternativa hubiese sido la carrera de Irán hacia un “nuclear” sin control. Y la proliferación de la “atómica” en la región. Efecto dominó.
El acuerdo con Irán, sin duda alguna, representa el triunfo mayor de la Casa Blanca. Hace no mucho, duchos en temas diplomáticos y expertos analistas en estrategia internacional consideraban la política exterior de Obama al borde del fracaso. Decepción, desengaño, frustración. La debacle estaba aparentemente a la vuelta de la esquina. Mas, una vez concluido el primer período presidencial y recién comenzado el segundo, la nueva etapa. Decimos, el presidente Obama, desde entonces, ha tomado decisiones importantes que han sorprendido. Cambio de rumbo inesperado en materia diplomática. Quiso que se publicara la relación sobre las violaciones de los derechos humanos y los excesos de los que se mancharon los americanos, desafiando los círculos militares. Abrió a Cuba, poniendo fin a la última herida de la “guerra fría”. Cumplió con la promesa de no enviar más soldados al exterior, rompiendo con una tradición que se remonta a la segunda guerra mundial. Y firmó el acuerdo con Irán, resistiendo a las presiones del premier israelí, Benjamín Netanyahu, y a las de las corrientes conservadoras. Obama, al defender sus decisiones, dijo: “Nunca debemos negociar por miedo, pero tampoco debemos tener miedo de negociar”.
Es sólo el comienzo. El camino que falta por recorrer es largo, difícil y lleno de sorpresas. El acuerdo, para que se torne efectivo, deberá ser refrendado por un Congreso a mayoría republicana. A su aprobación se oponen parte del complejo mundo militar e industrial, los sectores religiosos integralitas y fanáticos, las corrientes filo-hebraicas radicales. Amén de sus aliados en Medio Oriente. Decimos, Israel y Arabia Saudita, entre otros y, por supuestos, los “halcones” en Teherán.
La elección de Hasán Rouhani a la presidencia de Irán ha llevado a un moderado a la conducción de una sociedad joven, no toda democrática aun cuando deseosa de cambios y de poner punto final al aislamiento internacional. La conversación telefónica sostenida con Obama, horas después de su proclamación como jefe de Estado de la nación árabe, permitió archivar una década de incomprensiones, sinsabores y enfrentamientos. Y abrir la puerta a la esperanza.
El acuerdo, por otro lado, tendrá sus efectos económicos con hondas repercusiones en nuestra América Latina. De hecho, ya las grandes industrias – léase Apple, General Electric, Ford, Peugeot, Boeing para nombrar solo algunas – están haciendo planes para irrumpir en lo que será su “nueva tierra de conquista”. El proceso será lento, pero inevitable. De esta manera, América Latina deja de tener su “sex-appeal”. Nuestro hemisferio, con su crisis permanente, ya no será una prioridad para las inversiones extranjeras. El acuerdo con Irán abre a las transnacionales un mercado con más de 75 millones de consumidores; una sociedad necesitada de nueva tecnología.
Por otra parte, el mercado petrolero también sufrirá una reacomodo. El fin de las sanciones representa el retorno de Irán al mercado internacional de crudo. Y el país, si quiere atraer a los “big” de la industria del sector, deberá abrirse. Lo hará, seguramente.
El regreso de Irán al mercado petrolero se estima para el 2016. Su volumen de exportación inicial, de acuerdo a los expertos, será de unos 500 mil barriles diarios. Actualmente la producción mundial se calcula en 95 millones de barriles, con una sobreproducción de casi 800 mil. Para aprovechar la nueva primavera de la economía mundial, Irán necesitará modernizar su aparato productivo para que torne competitivo. La incorporación de petróleo iraní al mercado mundial reducirá la posibilidad de incrementos en los precios del crudo. Todo indica que el barril de petróleo se mantendrá en alrededor de 50 o 60 dólares. Un valor muy por debajo de las aspiraciones de economías que, como la de Venezuela, dependen de los ingresos petroleros para asegurar el bienestar de la población y su crecimiento.
Un capitulo nuevo abierto a la esperanza. Luego de la firma y de la fiesta, los acuerdos se construyen día a día. La apuesta, en este caso, es dejar atrás el “estado canalla” para edificar un poder menos gris y una sociedad más libre.
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