Lento, pausado, gradual como era de esperarse. Mas, irreversible. El anuncio del presidente Obama representa una pieza más del rompecabezas que Estados Unidos y Cuba tratan de armar con paciencia para cerrar definitivamente el capítulo triste de la “guerra fría”, el cual marcó una época; del embargo económico, el cual a la postre resultó un craso error de valoración; de la ruptura de las relaciones diplomáticas, la cual duró más de lo esperado.
Estados Unidos y Cuba abrirán próximamente sus relativas Embajadas. Obama, prudente, no le puso fecha. De eso se encargaron las autoridades cubanas. Las dos naciones, separadas por apenas unos 145 kilómetros de aguas, pondrán fin a 59 años de incomprensiones e intransigencia el 20 de junio. Y así podrán seguir el proceso de acercamiento; un proceso que, hasta el momento, no ha encontrado la oposición que se temía. Decimos, el exilio cubano, el ala más radical, no se ha manifestado con la misma vehemencia con la cual seguramente hubiese hecho hace apenas unos años. Y los Republicanos, quienes siempre han defendido la necesidad del cerco a la vecina isla, se han limitado a declaraciones de principio. Hasta los candidatos republicanos a las primarias, hecha la salvedad por tres influyentes senadores de origen cubanoamericano, han preferido la prudencia. Es esta la demostración de que los tiempos cambian y de que la sociedad norteamericana sigue rompiendo paradigmas.
Nada fácil o sencillo. El camino que conduce al establecimiento de relaciones dinámicas entre los dos países será largo. Estados Unidos y Cuba recién comienzan a transitarlo. El poeta Antonio Machado en una de sus poesías más conocidas escribió: “Caminante, son tus huellas el camino nada más; caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Y es lo que están haciendo Estados Unidos y Cuba. Con paciencia, con cuidado, con celo. Es un trabajo diplomático delicado y atento, para no dejar cabos sueltos.
La apertura de las delegaciones diplomáticas es la consecuencia lógica de recientes acontecimientos. Algunos pasaron casi desapercibidos. Por ejemplo, el aumento significativo de las remesas que individuos y familiares pueden enviar a Cuba, el levantamiento de numerosas restricciones sobre los viajes a la isla, el incremento del transporte aéreo entre los dos países y la autorización de Estados Unidos al servicio de ferry entre Florida y Cuba (ahora, pero se estima aún por poco tiempo, se requiere de la autorización de Cuba). Otras, por ser muy publicitadas, fueron harto conocidas. Por ejemplo, las rondas de negociaciones que tuvieron lugar en Washington y en La Habana, la primera reunión entre los presidentes Barak Obama y Raúl Castro (no se daba un encuentro entre jefes de Estado desde el año 1958) cuya sesión privada se prolongó por casi una hora y la supresión de Cuba de la “black-list” de los países “cómplices” del terrorismo, «conditio sine qua non” para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas.
El acercamiento de Estados Unidos a Cuba, la cancelación de la isla de la lista de países «patrocinadores» del terrorismo, la derogación del embargo – la cual deberá ser aprobada por el Congreso cuya mayoría es republicana – no representan un cheque en blanco, como algunos analistas se han esmerado en señalar. La decisión, de una manera u otra, beneficiará a ambas naciones. Y, en el caso de los cubanos, es una ventana abierta a la esperanza.
Estados Unidos, cómplice la aguda crisis económica de los últimos años, ha ido perdiendo terreno en un área geográfica que, hasta ayer, consideraba su mercado natural. La normalización de las relaciones diplomáticas con Cuba representa una señal fuerte para países que, como Bolivia, Ecuador y Venezuela, han hecho del antiimperialismo y de la propaganda antiamericana su “leit-motive” y es un mensaje claro a China, que lleva adelante una política agresiva de penetración comercial. En fin, le está diciendo a los países de la región y al coloso asiático que, a pesar de las circunstancias adversas, nunca ha disminuido su interés por la región. Y que su presencia en este hemisferio está destinada a crecer.
Para Cuba, el establecimiento de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos abre un nuevo capítulo en su historia. Y, no dudamos, tendrá una doble implicación. Por un lado, representa la posibilidad de aprovechar las inversiones de la industria americana y los efectos multiplicadores y dinámicos que su presencia implica. Por supuesto, tendrá que normar la actividad con pocas reglas, pero muy claras para limitar consecuencias perversas, que las hay. Por el otro, abre las puertas al ingreso al Fondo Monetario Internacional, institución del que fuera socio fundador. Este es un requisito para poder aspirar a préstamos del Banco Mundial y eventualmente de otras instituciones multilaterales. Cuba tiene necesidad urgente de dinero para renovar su parque industrial y para reemplazar la tecnología obsoleta. Es una condición indispensable para proceder a las reformas económicas necesarias para modernizar e impulsar su economía, hoy rezagada, y hacerla eficiente, productiva y generadora de bienestar social.
Los efectos de la apertura diplomática, el acercamiento a los Estados Unidos no pueden, y no deben, quedarse en el ámbito económico. Decimos, deben trascender al político y conducir gradualmente al restablecimiento de las libertades, todas las libertades. «In primis», la de expresión y de participación política que permitan superar al «partido único» y al «pensamiento único». Y, en especial, evitar la tentación de reproducir en la isla el modelo asiático: una economía de mercado en un régimen fuerte, centralista y represivo.
Mas, eso solo el tiempo lo dirá.
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