Envalentonarse con los más débiles, buscar el aplauso fácil a costa de quien tiene menos o viven en una situación de dependencia, es una actitud común entre quienes, para sentirse grandes, necesitan humillar. Está a la base de todos los casos de bullying. En política es la estrategia que usan algunos para distraer a la población de los problemas reales y para inflamar a los sectores que, llenos de rabia y frustraciones, buscan a quien culpar de sus problemas.
Desde su campaña electoral, Donald Trump individuó a quien atribuir todos los males de Estados Unidos: la inmigración latinoamericana. Nada nuevo. Otros líderes de derecha han utilizado y siguen utilizando la misma táctica.
No se requiere un gran valor para arrancar a un niño de los brazos de sus padres, ni tampoco para apuntar un rifle contra un inmigrante desnutrido y agobiado por un viaje durante el cual ha conocido el infierno. Sin embargo, para ciertas personas, esa gente que huye de la violencia, el hambre, los gobiernos antidemocráticos y corruptos, el narcotráfico y los desastres ambientales, sencillamente no es gente. Y por lo tanto no merece ser tratada como gente. Consideran que el país les pertenece, que la raza blanca es la que debe tener el bastón de mando y que todo inmigrante es un “alien” del cual desconfiar. Inútil, y a veces patético, es tratar de disfrazarse de “blanco” por haber viajado en un avión y tener una cuenta en dólares en un banco de Estados Unidos. Por más que lo intenten, ellos también son y seguirán siendo latinoamericanos e… inmigrantes.
Desde el comienzo de su campaña electoral, el Presidente Donald Trump se ha empeñado en la construcción de un muro en la frontera con México, un muro que, en sus intenciones, iban a pagar los mismos mexicanos. Lo peor es que cada vez que hablaba del muro, aprovechaba la ocasión para humillar, descalificar, ofender a la comunidad latinoamericana y centroamericana.
Fortalecido por el apoyo de sus seguidores, en su mayoría supremacistas blancos, ha mostrado su lado más despiadado al poner en marcha políticas inhumanas contra los inmigrantes; políticas que pisotean los derechos humanos. Todavía hoy siguen desaparecidos casi 600 niños. Nunca nos cansaremos de preguntar ¿dónde están? No hay que olvidarlos, no hay que dejar de buscarlos.
Después de los vergonzosos y preocupantes sucesos acaecidos en el Capitolio el pasado 6 de enero, el Presidente Trump, no tuvo mejor idea que ir a “visitar” el muro en Alamo (Texas) en un claro intento de distraer a sus electores. Una vez más ha usado a los más débiles para evitar que la gente se fijara en los miles de muertos causados día tras día por la pandemia, números que han llegado a cifras hiperbólicas y vergonzosas, en la inseguridad que ha disparado la turba que ha ocupado el Capitolio y en las advertencias del FBI sobre posibles nuevos y quizás más graves disturbios. Se prevén posibles incidentes no solamente el 20 de enero, día en el cual Joe Biden y Kamala Harris ocuparán la Casa Blanca, sino a partir del sábado 16. Muchos mensajes en las redes dejan prever asaltos armados a los diferentes Capitolios del país y hasta a las casas de algunos parlamentarios, para luego realizar una gran marcha, en Washington el día 20. Ya desde ahora Washington está blindada. Pareciera una ciudad que se está preparando para una guerra. No contra enemigos externos sino internos.
¡Qué vergüenza a nivel internacional! ¡Qué alegría para los déspotas del mundo!
Sin embargo, la democracia norteamericana está herida, pero no muerta. La reacción de las instituciones ha sido inmediata. No solamente durante esas infaustas horas en la cual, a pesar de todo, los congresistas ratificaron al nuevo Presidente, sino después cuando la Cámara de Diputados, con mayoría aplastante y el apoyo de algunos republicanos, votó un segundo impeachment para el Presidente acusado de “incitación a la insurrección”.
Donald Trump saldrá de escena siendo el único Presidente con dos impeachments y uno de los pocos que no ha sido reelecto para un segundo mandato.
Ese Congreso que ha sido humillado por la violencia de unos cuantos ha construido un muro del cual difícilmente escapará. Un muro que pagará el mismo Trump, de su bolsillo, ya que no solamente tambalea su vida política sino también la financiera. Los grandes magnates lo han abandonado y muchos de los negocios que llevaba adelante están destinando a evaporarse.
Es su muro, Presidente.
Photo by: The National Guard ©